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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Después de la fiesta...
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
10 de junio de 2021
alcalorpolitico.com
Han pasado, felizmente, las elecciones. Si bien en un país bajo régimen totalitario poder ejercer el voto es motivo de alegría y jolgorio popular, aquí nos agotan esas interminables letanías de promesas, esos intercambios de insulsos insultos, ese atiborramiento de anuncios, esa parafernalia de gastos, manifestaciones y desfiles...
 
Afortunadamente, esas campañas repletas de tonterías, de mentiras, de circo y tortas se han reducido. Es una de las mejores iniciativas que se han visto y oído: que se haya acortado el tiempo de atosigar a los ciudadanos, a los que ya no creen en nada de eso, a los que esperan el momento para ejercer su revancha política, a los que aguardan para salir del anonimato o de la ignominia, a los que ansían escalar social o económicamente (ya que no por mérito ni por esfuerzo, sino por encaramarse al carro del posible vencedor), a los que confían en que dinero fácil les caiga o les siga cayendo del palacio imperial, a los que no quieren arriesgar perder su empleo o su pertenencia al buen sindicato que tanto los protege, en fin, a quienes de verdad esperan que, tachonando y depositando una papeleta en la cajita, este país, este estado, esta ciudad, este pueblo, esta aldea va a ser, por fin, diferente y mejor. (Y respecto a las iniciativas legales, vale mencionar que los atenienses tenían una ejemplar costumbre. En la reunión del pleno de los ciudadanos, en su Parlamento, cualquiera podía presentar una iniciativa. Si se aprobaba por la asamblea, entraba en vigor durante un año. Si los resultados eran negativos, se anulaba el acuerdo y quien lo había propuesto apechugaba una multa). Ahí queda la idea...
 
Los resultados electorales hacen felices a unos y desdichados a otros. Unos celebran la tasca puesta al que pretende comerse todo el pastel él solo y no se siente satisfecho ni con poco ni con mucho. Decía el filósofo español Séneca: «Para el que no sabe hacia qué puerto se dirige, no hay ningún viento favorable». Para los primeros, el día debe ser señalado con piedra blanca; para los otros, con piedra negra, como los romanos definían los días fastos y los nefastos. Cada quien su suerte y su destino.
 

Lo cierto es que estaremos un tanto más libres de pretender ser adoctrinados y convencidos, no por teorías ni por doctrinas, no por «filosofías» ni por modos de pensar, todos respetables, sino por intereses particulares, por ideologías tramposas que prometen el edén a cambio de fidelidad y sumisión.
 
Poco sustancioso se oyó decir, pocos fueron, en verdad, los que se enfrentaron a la realidad con espíritu abierto y propositivo. Menos fueron quienes, de entre estos, obtuvieron el respaldo de los votantes. No contaron con los recursos ni los medios para hacer creíbles sus propuestas, sus ideas. Bien sabe el orador avezado que a la muchedumbre no hay que hablarle con ideas, teorías, doctrinas ni filosofías, no hay que hablarle como a un adulto sensato y razonable. A la muchedumbre hay que hablarle como a un ser indefenso, crédulo, visceral, dispuesto a seguir a quien le plazca y no a quien lo convenza con razones. No por demérito de sus componentes, no por necesaria indefensión, no por consabida ingenuidad, sino por ese raro «espíritu de cuerpo» que se apodera del grupo y, muchas veces, lo hace creer y confiar aun en quien le ha mentido, lo ha traicionado o sometido. Orwell dixit.
 
«Hay tiempo de echar cohetes y tiempo de recoger las varas», dice el refrán. A quienes les ha tocado ahora, por angas o mangas, echar cohetes, han de saber, si se detienen un poco a reflexionar, que esa victoria, para no ser una victoria pírrica, debe justificarse con un buen desempeño de la tarea encomendada, como sea que haya sido, por los votantes que en ellos creyeron o por ellos se dejaron seducir. Saber que, como lo puede comprobar cualquiera, cuando duele la cabeza duele todo el cuerpo. Si la cabeza se va de cabeza, allá va el cuerpo entero. Pues no es deseable que, a quien fue electo y a quienes lo eligieron, se aplique lo que se decía del valiente y noble Cid Campeador: «tan buen súbdito merecía mejor señor». Bueno es, entonces, actuar sin perder de vista a quienes confiaron en él, y ejercer el cargo con honestidad, honradez, prudencia, sencillez y humildad, y no olvidar (y volvemos a traer a cuento a Séneca y añadimos a Cicerón), que «Un dios vengador va atrás de los soberbios» y «Como siembres, así recogerás».
 

Pero no es tiempo de aconsejar a nadie, pues «Dar consejos al sabio es superfluo y darlos al ignorante sirve de poco» (de nuevo Séneca).
 
La feria terminó y después de acabada fiesta, todo huele mal. Cada quien recogerá sus bártulos y nosotros estaremos un tiempo en paz.
 
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