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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Las escuelas de Integración y el indigenismo
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
22 de julio de 2021
alcalorpolitico.com
Desde finales de mayo, sorpresivamente en Canadá han ido descubriéndose tumbas clandestinas, que ya suman más de seis mil, todas sin identificación y todas conteniendo restos sobre todo de niños indígenas. Ahora se trata de una antigua escuela industrial, regenteada por los jesuitas y que operó entre 1890 y 1969 y cerrada definitivamente en 1975 por el gobierno.
 
Este nuevo hallazgo se suma a los de las tumbas anónimas de indígenas pertenecientes a alumnos de las llamadas Escuelas Residenciales Indígenas de Integración, patrocinadas por el propio gobierno y regenteadas por varias comunidades religiosas.
 
Este cuarto descubrimiento, ahora de 160 tumbas más sin identificar halladas cerca de un internado para niños de la tribu Penelajut, en una provincia canadiense, ha hecho que el primer ministro Justin Trudeau haya reconocido que «estos hallazgos sólo profundizan el dolor que las familias, los sobrevivientes y todos los pueblos indígenas y comunidades ya sienten, pues reafirman lo que saben desde hace mucho tiempo».
 

Aunque hay varios filones que explorar en estos descubrimientos y algunos acusan al propio gobierno de darlos a conocer como un recurso político, quienes aún tienen un poco de conciencia no pueden menos que estremecerse ante este genocidio que solo puede igualarse a otros cometidos por gobiernos terroristas y dictatoriales.
 
La existencia de esas Escuelas Residenciales Indígenas se debió a un proyecto del gobierno para «integrar» a los indígenas, sobre todo niños, a la cultura occidental propia de los colonizadores de Canadá. La idea era que los nativos se fueran «asimilando» al modo de vida de los colonizadores «blancos» y se incorporaran a la «civilización».
 
Hay, entre otros, dos aspectos a considerar en este asunto: la efectividad de esas escuelas de integración y, en el fondo, cuál debe ser la política en relación con los pueblos indígenas.
 

Respecto a esas escuelas, se ha señalado que los métodos pedagógicos de los encargados de dirigirlas, todos estos pertenecientes a diferentes doctrinas religiosas, fueron simplemente criminales. Se argumenta que en el siglo XIX y mitad del XX, la educación estaba fincada en el principio de que «la letra con sangre entra». Es decir, que la disciplina castrense era indispensable para que los educandos pudieran salir de su ignorancia. Y más aún tratándose de nativos que desconocen la lengua de los colonizadores. Pero no se pueden justificar los abusos y atrocidades cometidas por los «educadores» contratados por el propio gobierno bajo el argumento de que eran las prácticas «normales» de aquellos tiempos y era lo «políticamente correcto».
 
Que la disciplina ha sido y debe ser elemento indispensable y acaso esencial para la formación, es indiscutible. La dificultad radica en definir el tipo de disciplina. Por ejemplo, la que se emplea en la formación de los soldados alguien la puede justificar, porque se basa en la sumisión absoluta a las órdenes del superior, sean o no justas, sean o no razonables. El soldado tiene que acatar órdenes sin chistar. Al menos eso se supone si está «bien educado». Este modelo tiene su paradigma en la antigua Esparta, donde prácticamente todos los ciudadanos eran educados bajo ese principio.
 
También existe una disciplina razonable, digamos, humana. Basada en el orden y en el principio de corresponsabilidad (guarda el orden y el orden te guardará a ti), el educando requiere de control y esfuerzo. Ya vemos lo que sucede en las instituciones educativas en donde el alumno es el que manda y la autoridad obedece sus impertinencias y caprichos. O en las escuelas permisivas basadas en el principio de dejar hacer, dejar pasar. Sin disciplina, orden y respeto es imposible cualquier formación. Pero de eso a pasar a la barbarie hay un buen trecho. Educar con golpes, castigos físicos y psicológicos, con amenazas y chantajes, tampoco produce buenos resultados.
 

Por eso, aunque se diga que esas eran las costumbres de la época, no se puede justificar que bajo el principio de la disciplina se destruyan vidas humanas.
 
Respecto a los pueblos indígenas, existen al menos tres posturas y una más: una) el integracionismo y la asimilación, dos) el asistencialismo, en la que se conceptúa a los indígenas como seres indefensos a los que hay que «asistir» en todo y por todo, y tres) dejarlos en su mundo, con sus usos y costumbres. Ah, y también aquella que practicó Porfirio Díaz cuando aceptó la opinión de un ministro cuando el presidente le preguntó ¿qué hacemos con el indio? y el ministro respondió: Dejadle... Postura que parece ser la del actual gobierno...
 
Aquellas escuelas de Canadá obedecían a la postura del integracionismo y la asimilación a ultranza, con las consecuencias que ahora afloran.
 

En México ha habido de todo.
 
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