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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Repensar el proceso educativo
Miguel Molina
19 de agosto de 2021
alcalorpolitico.com
Mientras se aclara el asuntico ese de la carta que tienen que firmar los padres para que sus hijos vayan a la escuela, mientras se establece si los niños van a volver a clases aunque llueva, truene o relampaguee, y mientras se terminan de contar las nuevas víctimas del covid, entre las que ya hay niños, tenemos que pensar en la educación.
 
Hay quienes esperan que algún día se vuelva a enseñar y aprender como se hacía antes. Pero eso era antes, y nada vuelve a ser lo que fue. Lo único que sobrevive es la perpetua y constante voluntad de saber qué, quién, por qué, y cuándo y desde cuándo, y cómo y cuánto, y cosas así, según la gana y la curiosidad de cada cual, como tal vez habría dicho Ulpiano. A eso hay que atenerse.
 
Sería arrogante decir qué debe cambiar en el sistema educativo de México – aunque mi breve paso por la burocracia de la Educación Pública me hace pensar en varias cosas –, pero es evidente que la internet y sus alrededores ofrecen una excelente oportunidad para explorar lo que puede hacerse si se mira más allá de la asistencia presencial a clases.
 

Aunque prófugo de la academia, la lección que aprendí en Oxford (no en un curso sino en una tarde de celebración en St Hugh's, y años de contacto con ex alumnos y alumnas) me ha servido de mucho. Uno estudia. Hay tutores que muestran el camino, que preguntan y hacen pensar, y sugieren lecturas y provocan discusiones sobre los temas que le interesan a uno. Pero uno estudia. Nadie más es responsable y nadie es más responsable de lo que se aprende.
 
El reto para los maestros – como lo he experimentado en talleres y cursos virtuales tanto en Suiza como en India, por ejemplo – es repensar su oficio para adaptarlo a las posibilidades de la internet. El reto para los estudiantes es asumir la responsabilidad de su formación escolar y usar la internet para aprender más y mejor.
 
Y el reto para maestros y estudiantes es descubrir nuevas formas de relación académica, y mejores maneras de satisfacer la perpetua y constante voluntad de saber qué, quién, por qué, y cuándo y desde cuándo, y cómo y cuánto, y cosas así, según la gana y la curiosidad de cada cual, como tal vez habría dicho Ulpiano. Lo demás es burocracia, llueva, truene o relampaguee.
 

Desde el balcón
 
El día está lleno de brisas que van y vienen, y hay ecos que uno no sabe de qué son. Con el brazo todavía adolorido por el tendón inflamado, uno baja la cortina y se sienta sin prisa. Toda la noche y todo el día desde el lunes, los teléfonos y los correos electrónicos de varias agencias de la ONU se han ido llenando de mensajes desesperados desde Kabul. Los afganos tienen miedo de lo que puede pasar, que es mucho.
 
Pero lo que la ONU puede hacer no es mucho. La organización es la suma de los países que la integran, y su mandato está limitado por las decisiones que tomen los gobiernos de esos países. Es verdad que tiene la autoridad moral para denunciar los abusos que se cometen en el mundo, y aunque varias agencias de la organización llevan décadas trabajando con los afganos y para ellos, las Naciones Unidas no pueden intervenir directamente en conflictos políticos sin el acuerdo del Consejo de Seguridad o de la Asamblea General. La ONU tiene voz y no tiene voto.
 

Uno imagina lo que sienten quienes escriben esos mensajes desesperados, y sabe lo que sienten quienes los reciben, porque ni unos ni otros pueden hacer gran cosa. Es triste. La vida puede ser triste. La tarde se llena de aire que suena a lluvia y llanto entre los árboles.