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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Andanzas de un librero
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
9 de septiembre de 2021
alcalorpolitico.com
Pero no el estante para guardar libros, ni el que los vende ni el que los encuaderna ni el que los escribe, sino el que los lee.
 
Y como tal, ir un domingo por la tarde a un lugar apacible, casi desierto en estos tiempos víricos, es una buena aventura. Y si se trata de una librería de ejemplares usados o viejos, maltratados, manoseados, arrugados, marchitados, desgastados, deteriorados o deslucidos por el tiempo o el uso, resulta más aventurero, o venturoso.
 
En Xalapa esto significa ir a la Rueca de Gandhi. Por estos lares, es ir a El Alquimista.
 

Ahí vamos, oteando por aquí y por allá. Montones, pilas, torres de libros sobre mesas y una estantería repleta hasta el cielo. En esta, todos en perfecto orden de contenidos y, luego, de autores por sus apellidos. Libros increíbles, de aquellos que sirvieron de solaz en la juventud, en la niñez y luego, más y más. Libros que ya no se editan, libros que perdieron lectores, libros que fueron deshojados, leídos, releídos, subrayados, anotados, olvidados, vendidos, regalados, robados...
 
Por ahí aquel libro fascinante, cuyo título es toda una promesa: Más grandes que el amor, de Dominique Lapierre. Libro agotado en sus sucesivas ediciones y por ello inconseguible. Ahora, ahí están cinco o seis ejemplares, impolutos, intocados, olvidados. El drama y la aventura de un puñado de científicos (esos que para algunos no son útiles para la sociedad) que lucharon denodadamente para descubrir el causante de esa enfermedad que, en su momento, resultó casi apocalíptica: el Sida. Fascinante, como aquella obra igualmente absorbente e ilustrativa, Cazadores de microbios, de Paul de Kruif. Libros que te abren los ojos al misterio de los laboratorios, en donde hombres y mujeres audaces, hasta temerarios, olvidando el mundo y sus afanes, sacrificando amores, amistades, juegos, fiestas, horas de sueño, de comida, de descanso, se refriegan los ojos cansados y enrojecidos por horas y horas en un laboratorio, y luchan por descifrar los insondables misterios de la naturaleza y darle a la sufriente humanidad un respiro en sus incontables males.
 
Por ahí, paseando los ojos por el apartado de los libros de lenguaje, los desusados diccionarios enciclopédicos, ahora sustituidos ventajosamente por Google y cía.; algunos otros de sinónimos, de antónimos, de miles de verbos conjugados, de dudas, de mexicanismos, de diversos idiomas... Y allí, entre estos y aquellos, un ejemplar que llama poderosamente la atención: su lomo es de papel queratol café, bastante desleído. Casi con temor se asoma y sale de su estante. La pasta, de cartón, produce un estremecimiento. En algún recóndito rincón del cerebro, entre los millones de neuronas ocupadas en entender el mundo actual, de comprender qué le sucede a la humanidad que parece perder el rumbo; entre ocupaciones diarias, cotidianas, persistentes que distraen más que edificar; entre preocupaciones banales y otras no tanto, por ahí en un resquicio cerebral, un pequeño haz de nervios se sacude la modorra y el olvido y hace que el corazón se agite y estremezca. Al fin, recordar es resacar del corazón lo que creíamos olvidado, perdido.
 

Es un libro que nos lleva a la escuela primaria, allá, a aquellos lejanos tiempos. Coronándola, ostenta en su portada de duro cartón, entre ramos de olivo, la efigie del sin par Miguel de Cervantes Saavedra, aquel soldado y cautivo de los moros que, tocado por la inspiración de las divinas musas, pudo escribir la más grande historia jamás contada: El Quijote de la Mancha. Abajito de la imagen de don Miguel, el título escrito en letras grandes, nobles: Gramática Española, Segundo libro. Más abajo, precedido por dos plumas de ave entrecruzadas, el autor: Emilio Marín y, suscribiendo la portada, un par de flores que desparraman la exuberancia de sus pétalos en llamaradas de verde y rojo.
 
Lo abro con respeto. En la portada interior se lee: vigésima octava edición, Editorial Progreso, 1963. Y, atrás de ella, Registro de propiedad de la 17.ª edición, mayo de 1949. Son muchos años y muchos cientos, tal vez miles de niños que abrevaron en esas páginas las entrañas de nuestro bellísimo castellano. En él aprendimos los secretos de la Analogía, la Sintaxis, la Prosodia, la Ortografía y los rudimentos de la Composición. Allí aprendimos a memorizar, entender, analizar, componer, desmenuzar palabras, frases, oraciones, párrafos, descripciones, cuentos, poesías, fábulas, cartas, textos dramáticos, etc. Ejercitamos, sí, hace tantos años, la comprensión lectora...
 
Releí con encanto «Los niños y los galgos» («Por no saber la lección...»), recité de nuevo de memoria «El perro y el cocodrilo», de Samaniego («Bebiendo un perro en el Nilo...»), el ejemplo «En una cena» («Varias personas cenaban...»), textos que aprendimos de niños y allí están todavía.
 

Compré el libro: 50 pesos de ahora, saberes de toda la vida.
 
Y allí, por 30 pesos y exhibiendo aún el sello de la biblioteca de una Escuela Normal, duerme serenamente un libro de Etimologías cuyo autor se nombra como un tal Gino Raúl De Gasperín... En la Gandhi de Xalapa costaba menos: 5 pesos, y ya con los ejercicios resueltos.
 
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