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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Libertad, conciencia, mentira y mala fe
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
30 de septiembre de 2021
alcalorpolitico.com
Jean Paul Sartre es un filósofo que representa el movimiento existencialista francés. Durante los movimientos estudiantiles, o mejor, juveniles de los años sesenta, fue referente obligado. El café al que asistía se veía abarrotado de muchachos que esperaban verlo y escucharlo.
 
¿Por qué este singular hombre (cuya compañera Simone de Beauvoir es la filósofa del movimiento de liberación femenina) despertó tanta simpatía y arraigo entre las juventudes, primero francesas y luego de un amplio abanico de lugares? Porque sus libros y sus conferencias son reflexiones sobre uno de los temas que siempre han preocupado al ser humano, y más cuando las circunstancias de su existencia (y especialmente por los regímenes totalitarios) son una clara contradicción con una realidad y, al mismo tiempo, un sueño: la libertad humana.
 
Sartre afirma y confirma que el hombre es un ser absolutamente libre, que no hay impedimento a ello y, por definición, solo dentro de ese ámbito puede ser lo que es: humano. Skinner, psicólogo norteamericano, había puesto en boga su teoría sobre el comportamiento humano, insistiendo en que el hombre está absolutamente determinado por las consecuencias de su propia actuar, por lo que la libertad es un mito. Ante esto, Sartre sostiene que el hombre es algo más que su comportamiento, algo más de lo que es. Es decir, si alguien es ingeniero, no es solamente ingeniero, sino que en su vida normal se comporta de muchas maneras, de tal forma que la suma de todos los papeles que juega en su vida no lo agotan, no lo definen cabalmente. Siempre puede ser más que sus propias conductas, siempre puede jugar otros roles porque cada uno es quien los juega y así puede variarlos a su antojo. Es en esta indefinición donde radica su humanidad. ¿Qué somos entonces si a cada momento podemos redefinirnos y nunca somos ninguna de nuestras actitudes o de nuestras acciones? Somos seres libres. Seres absolutamente libres. Y, además, estamos condenados a ser irremediablemente libres porque nacimos seres humanos y no cosas, animales o vegetales, seres estos que no pueden ser sino lo que son de manera definitiva y su ser coincide íntegramente con su comportamiento.
 

A esta libertad que define al hombre hay que añadir un corolario indispensable: no solamente somos libres sino conscientemente libres. Dado que el ser humano se va creando, va edificando su esencia con cada uno de sus actos, al mismo tiempo va siendo consciente de que él es el actor de sus conductas y, por lo tanto, responsable personal y socialmente de ellas (El existencialismo es un humanismo). Esta conciencia de su propia libertad y responsabilidad es parte inherente de su ser, y por ello no puede ni ignorarla ni rehusarla. A esta experiencia Sartre la llama angustia. «La angustia, dice, no es lo mismo que el miedo, puesto que este siempre es miedo a algo externo y la angustia es una experiencia totalmente interna... ya que me angustio sobre mí mismo, sobre cómo voy a comportarme en una situación real» (El ser y la nada). La angustia es la experiencia de que lo que soy y lo que hago depende solo de mí, que soy el único responsable de mi comportamiento. «De mí depende ineludiblemente la realización de mi esencia. Yo soy el que decide... y el que decide sin justificaciones ni excusas» (ibid). Quien es libre carece de pretextos. Y para eso se requiere valor, valor de enfrentar la responsabilidad de la propia existencia, de lo que cada uno es, o va siendo. Por eso, por este miedo a la libertad, como la define Erich Fromm, muchas veces el hombre tiende a mentirse, a engañarse a sí mismo.
 
Pero, ¿es posible que el hombre se engañe a sí mismo? Generalmente, el que miente lo hace para que otro le crea lo que dice (y no se necesita ir muy lejos para comprobarlo). Al mentir, el mentiroso no se cree él mismo lo que dice. Si no, no mentiría, simplemente estaría equivocado. Pero afirmar que el hombre es capaz de mentirse a sí mismo, darse cuenta de que está mintiendo y creerse su propia mentira, suena paradójico. Sin embargo, dice Sartre, esto es común. El hombre se miente, se da cuenta de que miente y se cree su propia mentira. A esto se llama «mala fe». Y pone un ejemplo: supongamos el caso de una mujer que acepta una primera cita de un hombre. Ella sabe la intención que este tiene. Sabe que pronto deberá tomar una decisión. Y ella quiere evitar ese momento. Pero, enseguida, el hombre le dice que la encuentra muy atractiva. La mujer sabe el deseo que inspira, pero lo esquiva diciéndose que eso es solo una galantería... Acto seguido, él pone su mano sobre la de ella. La mujer está en el dilema: si consiente, acepta y se compromete; si la retira, «rompe el turbio encanto del momento» y revienta la pompa de jabón... ¿Qué hace? Simplemente deja su mano pero «no se da cuenta de ello» y se pone a hablar de su vida, de su familia, del clima, etc. Último acto, «la mano de la mujer descansa inerte entre las manos cálidas del hombre sin consentir ni resistir, como una mera cosa». Lo que ella ha querido es que su comportamiento suceda solo, sin que ella decida y, por ende, asuma la responsabilidad. Esto es la mala fe.
 
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