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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Patanes que hacen leyes
Miguel Molina
19 de noviembre de 2021
alcalorpolitico.com
Dentro de no mucho, nadie recordará el día de noviembre en que la diputada Marisol Gasé (Morena) alzó las manos con un cartel que decía culera y con una sonrisa lépera se lo mostró a la diputada Olga Espinosa (PRD), en medio de una discusión sobre asuntos presupuestales que pasaron a segundo plano gracias a la morenista. Fue un día triste en la triste historia de nuestro tiempo.
 
También se olvidará el día en que Ignacio Mier, jefe de la bancada de Morena en la Cámara de Diputados, declaró que los insultos entre partidos son normales al calor del debate, como si la decencia de los representantes populares tuviera que ver con la intensidad o con el tema de la discusión.
 
No es la primera vez. Habrá quienes recuerden la Roqueseñal, el gesto obsceno de Humberto Roque Villanueva, líder de la bancada del PRI un viernes de marzo de hace más de veinticinco años, cuando esta fina persona celebró el aumento del Impuesto al Valor Agregado. Es el equivalente legislativo del "se las metimos doblada" que profirió Taibo II. "Su familia (la de Villanueva) debe estar orgullosa de él", me dijo entonces un colega extranjero.
 

Quién sabe. También están las diputadas del PRI que un viernes de hace tres años interrumpieron a un representante de oposición durante el debate sobre los egresos federales al grito de ¡ehhh, puto! Y están las varias veces que el diputado Gerardo Fernández Noroña, del Partido del Trabajo, ha ofendido de palabra y de gesto a quién sabe cuántas personas, dentro y fuera del Congreso.
 
No son los únicos casos. Cito esos porque están a la mano, pero la historia no registra fielmente cada episodio de insultos y manotazos entre congresistas. Faltan muchos. Quien escriba la crónica de nuestros días dentro de medio siglo descubrirá – si puede – la violencia en el discurso político (de algún modo hay que llamarlo) que nos tocó escuchar, y antes.
 
Lo que se usa ahora es lo bajo. Lo que se dice es bajo porque la bajeza no puede expresarse de otra manera y recurre a la injuria y a la calumnia para ganar un argumento. Pero no gana nada. Al contrario, quien ofende evidencia de qué está hecha, y de qué está hecho el partido que la permite, y qué calidad moral tienen quienes no se molestan ante compañeros de partido como esos.
 

Aunque nada va a cambiar ni ahora ni después. Los patanes que hacen las leyes van a seguir siendo patanes con el permiso de todos. Y la gente va a votar por los patanes – hombres y mujeres – de ahora y por los que vengan. Una cosa es clara. Cuando menos a mí no me convence ni me conviene que personas de tan bajo nivel me representen, porque sé que no me van a representar, y me preocupa que tengan autoridad para hacer leyes.
 
No dejo de pensar en La lengua sucia, un ensayo que Arturo Uslar Pietri publicó hace más de medio siglo (en El Universal de Caracas), y que ilustra con brillante precisión lo que pasa ahora:
 
La palabrota que ensucia la lengua termina por ensuciar el espíritu. Quién habla como un patán terminará por pensar como un patán y obrar como un patán. Hay una estrecha e indisoluble relación entre la palabra, el pensamiento y la acción. No se puede pensar limpiamente, ni ejecutar con honradez lo que se expresa en los peores términos soeces (...) Es la palabra lo que crea el clima del pensamiento y las condiciones de la acción.
 

Desde el balcón
 
Hay muchos cielos en un anochecer. Está el azul intenso de hasta arriba, que palidece poco a poco, y está el horizonte enrojecido, sin nubes casi, que deja ver las ramas desnudas de los árboles, y luego está la suave oscuridad que cubre todo y permite que uno vea las estrellas. Uno quisiera – antes de que sobrevenga el cansancio – estar una noche en el alto desierto chileno de Atacama mirando sin cesar, a simple vista, el insoportable fulgor del universo.
 
Pero uno está aquí por azar o por necesidad, y no puede ver bien lo que hay allá arriba, muy arriba. Tiene que conformarse con tres o cuatro puntos que parpadean a lo lejos: Venus casi siempre, la Luna, Marte a veces, Júpiter, Saturno y otros cuerpos que brillan sin nombre en el cielo de la noche. En el balcón, a salvo de la política, aterido un poco por la brisa que sopla del lago, uno encuentra calor en la malta y consuelo en las luces que tiritan azules a lo lejos.