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Columnas y artículos de opinión
Hacia un gobierno militar
Luciano Blanco González
14 de enero de 2022
alcalorpolitico.com
La Cuarta transformación que, como todos sabemos, encabeza el líder Andrés Manuel Lopez Obrador, está empeñada en romper las viejas estructuras del poder por considerarlas nocivas a la sociedad y a la nación.
 
La depredadora corrupción que empobrece al país y degrada a la población, la impunidad de que gozaban los altos funcionarios públicos y la clase pudiente que los hacía intocables ante la ley, el lujo y la ostentación con que se comportaba la clase gobernante, el abuso indiscriminado del poder que les permitía pasar cínica y despiadadamente sobre los derechos de los demás, el manejo indiscriminado del erario público que se caracterizaba por un abierto maridaje con la empresa privada que les permitía hacer grandes y jugosos negocios con la iniciativa privada, la dependencia económica del exterior, la democracia dirigida desde las cúpulas partidistas, empresariales y de comunicación integradas en "la mafia del poder" la justicia como un privilegio de las clases poderosas y el Congreso, en general, una pandilla de paleros pagados para votar en el sentido que ordenara el mandatario en turno.
 
Contra todo esto los grandes pensadores y luchadores sociales, comprometidos con las clases populares, apostataron desde las calles, desde la cárcel, desde la montaña, desde la clandestinidad, tomando forma real con la izquierda unificada, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y tomada la estafeta posteriormente por Andrés Manuel, quien con sus propios recursos y con discursos demoledores, despertó al pueblo de México, logrando interesar a las mayorías en un proyecto político tendiente a limpiar el gobierno de corrupción, complementado con una política de reparto equitativo del gasto público, privilegiando a los pobres, pero sobre todo a brindarle al país paz y tranquilidad a la que ambiciona la sociedad desde hace décadas, encontrándose sometida por el crimen organizado, que la extorsiona, la roba, la secuestra, la masacra, la aterroriza en todo el territorio nacional.
 

Desafortunadamente los buenos propósitos de López Obrador, ya como gobernante, en su aplicación chocan con la fatal adversidad, entre otras de una pandemia que absorbe gran parte de la atención y de los recursos económicos y humanos que ha colapsado el sector salud, al volverlo inoperante por atender la prioridad de la vacunación masiva para preservar la salud de miles y de millones de mexicanos.
 
 Aunado a ello, la política de pacificación ha fallado rotundamente, ya que al inmovilizar a las fuerzas armadas, distrayéndolas en otras tareas que, por su naturaleza, no le corresponden, se ha desatado una ola de violencia que crece todos los días inundando de sangre y de terror. De miedo y de horror a toda la población.
 
Ciertamente es natural la desconfianza hacia los profesionistas emanados de las universidades públicas, a quienes acusa de pertenecer en sus intereses a la filosofía liberalista del pasado reciente y, por lo mismo, indignos de ser sus colaboradores, esa desconfianza le ha hecho que el Ejército y la Marina se hagan cargo de áreas estratégicas de la administración federal, relegando la capacidad y la experiencia de los civiles, que desafortunadamente varios de los que ha invitado a colaborar le han resultado con una cola muy larga o con unas uñas muy afiladas.
 

Pero esa puede ser una apreciación superficial, el Presidente ha llenado al Ejército de privilegios, de prebendas y de responsabilidades, a cada momento les hace reconocimientos a su lealtad y los exalta en cada oportunidad, como mostrando que el nudo de la alianza es indestructible y que con él estarán en cualquier momento, respaldando las decisiones que él tome, no importando su naturaleza o alcance.
 
Él sabe mucho de historia y la interpreta a su manera, haciendo esfuerzos para cambiarla, pero tomando de ella lo que en su momento convenga, sabe que hay muchas formas de llegar y de conservar el poder, que hacerlo puede ser por ideales o por intereses, o por ambición.
 
La historia nos enseña, por ejemplo, que el espurio emperador Agustín de Iturbide se hizo proclamar como tal durante un alboroto de la chusma azuzada por el legendario sargento del Ejército, Pio Marcha, quienes lo vitorearon y lo aclamaron como emperador, hecho que se consuma pocos días después al coronarlo como tal.
 

Antonio López de Santa Ana era un político-militar muy experto en ambas artes, controlaba con una admirable facilidad al Congreso, a la Corte, a la Iglesia y al Ejército, luego entonces, ello le permitía adecuar las leyes a su conveniencia y conforme a sus proyectos, con el ejército era dadivoso, a cada ascenso uniformes nuevos, aumento de sueldos y mejoría en el rancho alimenticio, si quería nombrar a los gobernadores de los estados, anulaba la federación y creaba el estado central y los departamentos, si la Cámara de los Diputados le era incomoda, simplemente la disolvía.
 
Él se arrogó la facultad de nombrar a los magistrados para disponer de la justicia en los tribunales, el pueblo lo aclamaba a donde quiera que iba, en caso de peligro el Ejército y la Iglesia se ponían al frente de las proclamas para llamarlo a salvar a la patria, 11 ascensos nos dan una idea de su habilidad, pero además los interinos y subsecuentes todos contaban con su visto bueno.
 
Más ilustrativa resulta la hazaña del Presidente más joven que ha ocupado la primera magistratura de la nación, Miguel Miramón quien, a los 27 años, el joven cadete del heroico colegio militar y general, asumió la presidencia avalado por una junta de notables, nombrados para el efecto, por el entonces presidente Don Félix Zuloaga, quien también en forma ilegal logró ser presidente, gracias al Plan de Tacubaya que desconoció la constitución de 1857.
 

Las historias de los generales Porfirio Díaz y de Victoriano Huerta aferrándose al poder, mediante la persecución, la cárcel, el exilio, el paredón y la tumba. Pasando por encima de las constituciones vigentes y de todos los derechos y garantías en ellas consagradas, sin ningún escrúpulo lo lograban.
 
El peligro actual de un gobierno militar vendría provocado por la imparable violencia, generalizada e inaguantable, que se vive en todo el país, se respira sangre, dolor, lágrimas de impotencia, coraje e indignación cada vez que tenemos noticias de los actos criminales y eso es a cada momento.
 
Y la incapacidad de una policía civil impotente e incapaz de contenerla, por su impreparación y por la falta de armamento suficiente para combatirla, realmente en la actualidad su función es heroica, armados con mosquetones y con chachalaqueras, con vehículos desvencijados, sin medios de comunicación modernos que les permitan localizar las madrigueras del crimen organizado, tanto que cuando hay un evento de auxilio con violencia mejor llegan cuando ya todo ha pasado para no exponerse y morir como cientos de policías que han caído como moscas en el cumplimiento de su deber.
 

El Ejército, la Marina y las fuerzas armadas no actúan, y no es por miedo o por falta de ganas, no lo hacen porque sus jefes en el respeto a compromisos contraídos, les ordenan repartir abrazos y no balazos, pero cuando sea necesario actuar para poner orden no titubearán en someter a quienes actúan fuera de la ley.
 
De hecho, ya hay una guerra que, nos dicen, es interna entre las bandas de delincuentes y no es así, el ataque constante a instalaciones policiacas y militares, las emboscadas y los tiroteos a sus vehículos, el secuestro y asesinato de policías y militares, las amenazas y actos de intimidación a las corporaciones, los ataques al poder político, a los candidatos, el asesinato de éstos y de periodistas, dan cuenta de que ya hay una guerra que hasta ahora es dispareja porque las manos las tienen amarradas.
 
La levadura para respaldar una acción de esta naturaleza crece cada día entre la población sumamente irritada contra el gobierno por su pasividad, con un temor diario de ser asaltado en su propio domicilio, golpeado, secuestrado, asesinado, descuartizado y candidato a descansar en una fosa común, impulsan a desear e imponer un gobierno de orden.
 

El pueblo ya no cree en demagogos, ni en paleros, lo mejor que nos pueda pasar es que en la próxima campaña presidencial podamos ver en las campañas un candidato vestido de verde o de blanco, no importa de qué partido sea pero que inspire una solución definitiva a este inmerecido desaguisado.
 
Finalmente, a los veracruzanos nos inspira confianza de que se está trabajando por la seguridad y en el combate a la delincuencia por los últimos acontecimientos, los fotomontajes nos dicen claramente que alguien le está estorbando al trabajo de las bandas y hay que embarrarlo, hay que desprestigiarlo, hay que sacudir el árbol para que se caiga y deje el camino libre a sus pretensiones, por fortuna los veracruzanos somos gente madura que evalúa todo lo que se dice y circula en la información, solo habría que recomendar un alto a los excesos policiacos y de la Fiscalía que, es cierto, ellos solo aplican la ley, pero muy respetuosamente habría que solicitarle al gobernador, Cuitlahuac García Jiménez, que haciendo acopio de su benevolencia y en uso de sus facultades, envíe una iniciativa al Congreso local para que derogue el cavernario delito de Ultrajes a la Autoridad, regresándola a lo que siempre ha sido una falta a la autoridad, sancionable en las barandillas municipales, la razón, el derecho y la justicia, se lo agradecerán.- Por el bien de la causa.