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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
La amable Patria
Miguel Molina
18 de agosto de 2022
alcalorpolitico.com
Es hora de mostrar de qué está hecho el Estado mexicano. La violencia que marcó la semana pasada en la vida de México tiene que ser la gota que derrame el vaso, cualquier vaso en cualquier parte.

Hay docenas de versiones y análisis sobre las razones de los incendios y los tiroteos en Baja California, Jalisco, Guanajuato y Chihuahua, que aterrorizaron a quién sabe cuántos en nombre de quién sabe qué, como pueden contar quienes viven en los municipios de Zapopan, Irapuato, Silao, Celaya, San Francisco del Rincón, León, Tijuana, Mexicali, Rosarito, Tecate y Ensenada, Ciudad Juárez y Guadalajara. Sea lo que sea, los muertos y las pérdidas económicas y el miedo son reales.

El discurso oficial se niega a llamar terrorismo a lo que pasó hace unos días. No sé – porque nadie le preguntó a quienes hicieron declaraciones – cómo hay que considerar los tiroteos, los incendios, los saqueos. Y seguimos sin saber a quién hay que abrazar y quién va a dar los abrazos, ni cómo ni cuándo, porque en varias partes del país están ocupados ocultándose de los balazos.


El Estado tiene la potestad de usar la fuerza pública para garantizar la paz y la seguridad del pueblo bueno, pero no la usa. El candidato que se comprometió a regresar al ejército a los cuarteles quiere como presidente que la Guardia Nacional se vuelva militar, contra lo que dijo en la campaña y lo que dice la Constitución.

Y la violencia – física, psicológica, legal – no se acaba, aunque haya datos que digan otra cosa. A ver quién entiende y quién puede explicar en qué consiste la estrategia para acabar con las matazones, la destrucción y el miedo (más allá de considerar el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el aeropuerto Felipe Ángeles como asuntos de seguridad nacional).

Si uno se atiene a la definición del Centro Nacional de Inteligencia, la seguridad nacional es "la condición indispensable para garantizar la integridad y la soberanía nacionales, libres de amenazas al Estado, en busca de construir una paz duradera y fructífera". No se ve mucho de eso desde hace más de un siglo, o dos, poco más o menos.


Puede llegar el día en que el día no llegue. Con o sin ejército en las calles, con la Constitución o a pesar de ella.

Desde el balcón

Uno sale el miércoles a sentir la humedad que dejó el aguacero del martes, y mira el relámpago y luego oye el trueno. La tormenta se desata. Uno se refugia en la mesa del comedor, viendo llover sin mojarse. En casos así, la malta tiene un sabor que juega con la memoria y los archivos.


Uno encuentra sin buscar la carta que la viuda del coronel Ignacio Peón mandó al Diario de México un día de septiembre de mil ochocientos nueve, y relee lo que la señora le dijo a sus hijos, soldados del reino, y a Yucatán y al mundo:

La amable Patria no es otra cosa que la dulce unión que ata a un ciudadano con otros por los indisolubles vínculos de un mismo suelo, una misma lengua y unas propias leyes.

Seguimos teniendo el mismo suelo y ya no hay tantas lenguas y hay leyes que no son justas ni nuestras y los ciudadanos están divididos. Ahora quién sabe qué cosa es la amable Patria. Y como no se puede brindar por eso, uno toma un trago largo de malta a pesar de eso.


La semana que viene

Tengo que ir a Londres para arreglar cosas de la casa, ver cómo va el paisito, y recordar por qué decidí irme a vivir a otra parte. Por eso, y por otras cosas que no vienen al caso, no habrá columna ni el miércoles ni el jueves ni ningún otro día de la semana. Estas reflexiones a veces vanas y a veces adoloridas volverán a fin de mes.