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Columnas y artículos de opinión
Prosa Aprisa
El clasismo del gobierno cuitlahuista
Arturo Reyes Isidoro
20 de septiembre de 2022
alcalorpolitico.com
Es un hecho conocido, histórico, que durante el porfiriato se impuso en la clase gobernante de México el estilo de vestir francés.

Contrastaba con la vestimenta de las comunidades indígenas, como el huipil, el sarape y el rebozo.

Así, mientras que para los “fifís” de la época sus vestidos eran un lujo, para los miserables de entonces eran una necesidad.


El estallido de la Revolución mexicana fue consecuencia del descontento contra la dictadura de Díaz y, entre otras cosas, de aquel estilo de vida, de aquella clase social dominante.

En realidad, y en el fondo, ha pervivido esa marcada diferencia social, la de los privilegios de los que tienen mucho, incluidos los gobernantes, y la del pueblo.

Cuando se institucionalizó el movimiento armado y nació el PNR-PRM-PRI, tal vez con la excepción del gobierno de Lázaro Cárdenas, la diferencia se acentuó de nuevo.


Contra esos privilegios han luchado generaciones de mexicanos, muchos o en su mayoría jóvenes, quienes han pagado con su vida su rebeldía.

Marco como un hito la matanza de Tlatelolco en 1968, ordenada por el gobierno de Díaz Ordaz, priista, y ejecutada por el Ejército Mexicano (muchos de la 4T vienen de ese movimiento, aunque ya en el poder ahora se les olvidó).

Muchas cosas cambiaron desde entonces, pero otras permanecieron y permanecen igual, como los privilegios, incluyendo el abuso, por supuesto, de la clase gobernante.


Con la 4T se creyó que acababan privilegios

El 1 de julio de 2018, 50 años después de la matanza de la plaza de las Tres Culturas, el pueblo creyó que por fin había llegado, de veras, el principio del fin, de esa noche de los tiempos, oprobiosa para los en desventaja.

Bajo las divisas de “primero los pobres” y “nosotros no somos iguales”, entre otras, con la llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder se abrió la esperanza de que, por fin, cambiaría el estado de cosas tanto tiempo deseado.


López Obrador no se midió. Equiparó su movimiento al de la Independencia, al de la Reforma y al de la Revolución. Le llamó la Cuarta Transformación, ahora conocida como la 4T.

“¡Muera el clasismo!”, grita, pero del dicho al hecho hay mucho trecho

Ahora, cuatro años después de muchas decepciones, la noche del jueves 15 de septiembre el presidente a grito pelado proclamó, desde el balcón del Palacio Nacional, un muera a la corrupción, pero también al clasismo y al racismo.


Clasismo es, según economipedia.com, una actitud adoptada por una persona mediante la cual, esta, de forma individual o en grupo, discrimina a otro.

Wikipedia dice que clasismo es el prejuicio y la discriminación basados en la pertenencia o no a determinadas clases sociales. “La discriminación clasista es posible debido a que se asume que la sociedad está separada en clases sociales. De la discriminación clasista son víctimas quienes ocupan la posición de la clase baja o clase media por las clases dominantes”.

Pues contra eso se lanzó el amado líder del morenismo, precisamente cuando a 233 kilómetros en línea recta, a 317 en ruta en vehículo, se daba un acto clasista, incluso con tintes racistas, pudo haber sido.


Clasismo en vivo y a todo color en el palacio de gobierno

Mientras AMLO disfrutaba junto con su esposa la quema de fuegos artificiales, en el palacio de gobierno de Xalapa, aislado del pueblo, el cuitlahuismo celebraba y brindaba como en los mejores tiempos porfiristas, como en los mejores tiempos priistas.

En el patio central, la elite guinda, cuatro o cuartotransformadora disfrutaba de su cena, brindaba teniendo como fondo de la mexicana alegría mariachis y un grupo jarocho, en vivo; los hombres, por supuesto, entacuchados (ya se despojaron de lo chairo, ahora visten prendas de marca); las mujeres lucían como si hubieran ido a una exhibición de un desfile de modas. ¡Ah! ¡Ah! La puritita austeridad republicana, la pobreza franciscana. Claro, todos al abrigo de las inclemencias del tiempo (sí, claro que bonito es ver llover y no mojarse).


Y afuera, ¡ay!, afuera, como siempre, el pueblo, los pocos acarreados que pudieron llevar u obligaron a ir, con sus chamarras, con sus paraguas, con sus plásticos, tratando de que la lluvia no los empapara, aunque ya estaban empapados, y el frío los empezaba a aterir.

El cuitlahuismo reproduce exactamente lo que hacía el priismo

Testigo que fui por más de 30 años de ese privilegio (como reportero en mis inicios y como director de Prensa después) y del que incluso disfruté, no lo niego, no acababa de digerir cómo es posible que estén reproduciendo exactamente lo mismo, lo mismo, que los gobiernos del PRI, al que tanto combatieron, así como sus prácticas. Por supuesto, y por fortuna, no soy un resentido social ni me resiento porque no me invitaron, porque participé muchos años (en los últimos asistía obligado porque era parte de mi trabajo cuidar detalles que pudieran dar la mala nota) de ese privilegio oficial.


Cierto, los cuitlahuistas ahora (¿o los cuatroteistas?), igual que los priistas, no violan ninguna ley con su fiesta privada, elitista, aunque sí festejan y se divierten con recursos públicos, a costa de todos los veracruzanos, y todavía se regodean presumiéndolo en las redes sociales, lo que critico es la falsedad, la hipocresía, como dice López Obrador, que se llenan la bocota diciendo que ellos son diferentes, que ellos no son iguales, cuando son lo mismo, más de lo mismo, cuando queda cada vez más claro que solo querían el poder por el poder, un quítate tú para que llegue yo, pero sin una convicción real de ser verdaderamente diferentes.

Fidel, el único que abrió las puertas a todo el pueblo

De lo que me tocó vivir, de los gobiernos de Rafael Hernández Ochoa (aunque todavía alcancé como reportero el de Rafael Murillo Vidal) al de Fidel Herrera Beltrán, hubo, sin embargo, un hecho histórico, una decisión que honra al Tío Fide: en 2005, en el segundo año de su gobierno, la noche de El Grito, el 15 de septiembre, abrió las puertas del palacio, de par en par, para todo el pueblo, sin excepción.


Mandó a preparar ollas y ollas de tamales, cientos de pambazos, ollas y ollas de café y de atole para todos, para los invitados y los funcionarios y para el pueblo, para todo el que quisiera. Así lo hizo el resto de su gobierno.

Él nunca dijo que era diferente, que no era igual, que primero los pobres, sin embargo, en los hechos, no hizo distinción. Por primera vez los pobres pudieron convivir igual y junto a la clase pudiente, dominante„ de poder político y económico.

“¡Muera la corrupción! ¡Muera el clasismo! ¡Muera el racismo!”, gritó López Obrador. ¿Muera? Presidente, a otros con esos cuentos. Con hechos, en Xalapa, en el propio gobierno, lo desmienten. Son iguales, no son diferentes. Son más de lo mismo. Son clasistas, claro que sí.


¿Y el acarreo? ¿Qué pasó con el acarreo? Este año el cuitlahuismo no envió acarreados, no obligó a los trabajadores de confianza a ir a El Grito en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México. El pretexto o motivo: que porque tenía que mover acarreados para llenar la Plaza Lerdo. Hubo algo de gente para ver el acto artístico, luego se empezó a ir y con la lluvia quedaron pocos en comparación con años anteriores. Por eso no hubo una sola foto oficial, abierta, desde arriba hacia abajo. Se van quedando solos, y apenas va en el cuarto año de gobierno.

¿Cayó para arriba?

De pronto, he visto fotografías en las que aparecen la titular de Protección Civil estatal, Guadalupe Osorno Maldonado, y el diputado local Luis Arturo Santiago Martínez, quien en días pasados dejó la presidencia de la Comisión de Vigilancia del Congreso del Estado para pasar a la de Protección Civil.


Santiago Martínez asegura que dejó la primera por decisión personal luego de que quien era titular de la segunda, Elizabeth Cervantes, pidió licencia para separarse del cargo, por lo que la sustituyó en la comisión que presidía, y que las versiones que lo involucraban en presuntas irregularidades en la revisión de las cuentas públicas son solo deseos de dañar su imagen, pues esa función corresponde al Orfis, no al Congreso.

Ahora, sin querer queriendo, está teniendo reflectores con motivo de las inundaciones, pues se ha involucrado en el apoyo de protección civil a la población, acorde con la comisión que preside. Ahora sí, como diría aquél, el cambio le cayó como anillo al dedo.