5 de junio de 2025
alcalorpolitico.com
Entonces se acabó la corrupción de jueces y magistrados y ministros. El pueblo bueno – la décima parte del pueblo bueno, una minoría – votó para elegir a quienes aparecían en la lista de nombres que repartieron los militantes de Morena, y ganaron los que todos, o casi todos, sabían que iban a ganar.
Para algunos, sobre todo para quienes repiten el discurso oficial, la justicia (que, como dijo Ulpiano, es la constante y perpetua voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde según su derecho) es cuestión de votos. Pero la democracia no es solamente un asunto electoral, porque la democracia no consiste solamente en votar, y menos que todo la justicia, porque la justicia no se vota.
Para otros, el desarreglo del proceso que concluyó el domingo es prueba suficiente de que el nuevo Poder Judicial de la Nación es producto de la improvisación, de la urgencia política de controlar las instituciones. No es poca cosa.
Pese a los malabarismos lógicos y semánticos de los simpatizantes de Morena – que los hay, aunque no son tantos como hubieran querido el expresidente López Obrador y su hijo Andy – el hecho es que ochenta y siete de cada cien mexicanos no votaron. Ni a favor ni en contra.
Los voceros – oficiales y de los otros – enfatizan el grado de popularidad de la presidenta Sheinbaum y lo usan para explicar que la abstención masiva no fue necesariamente una derrota política. Pero un gobierno popular no es necesariamente un buen gobierno, ni eficiente, ni a prueba de nada. El pueblo – bueno y malo – a veces se equivoca.
Buenos y malos
Sin embargo, el proceso de creación del nuevo Poder Judicial dejó claro que para el gobierno actual, como para el anterior, no hay espacio para quienes piensan diferente.
Por definición oficial, la izquierda que está en el poder es buena, y quienes se oponen son representantes de todo lo malo que hubo y que hay en México, malos mexicanos que no merecen ser ciudadanos con derecho a pensar de otra forma y decir lo que piensan.
Somos – seguimos siendo – un país dividido. Carajo.
Lo que sigue
Lo que sigue, si alguien quiere continuar esta loca idea de decidir los asuntos públicos – ya sea con asambleas, con manos alzadas, o con cualquier otro medio – es elegir a los fiscales, como se usa por ejemplo en Estados Unidos.
Y tal vez lleguemos a elegir a los agentes del Ministerio Público, y a los agentes judiciales, y de ahí a los secretarios de despacho – hasta ahora designados por la mano de una sola persona –, y después a los agentes de tránsito, a los profesores, a los burócratas, y a los taqueros y a las cajeras de los supermercados.
Desde el balcón
Otra vez en otro balcón, que pronto será el definitivo. La malta sabe igual aquí que allá, aunque la luz tenga un humor diferente. De un lado, uno oye las golondrinas del jardín del convento de las Clarisas, y del otro uno oye la bulla bilingüe de los niños que juegan en el paseo. Salud, pues.
Uno piensa que todo cambia, menos el sabor de la malta y la calma del reposo. Uno quisiera que todos tuvieran un balcón al que asomarse cuando es necesario ver más allá, y que todos pudieran sentarse en paz a ver cómo ha pasado la vida.
Un sorbo de malta, y aparece el recuerdo de don Justino Reyes, a quien el gobierno de Veracruz – los gobiernos priistas de Fidel Herrera Beltrán y de Javier Duarte de Ochoa, el gobierno panista de Miguel Ángel Yunes Linares, y los gobiernos morenista de Cuitláhuac García Jiménez y de Rocío Nahle – le deben diecisiete años de salarios y otras cosas.
De nada va a servir que haya jueces, magistrados, ministros, elegidos por el pueblo bueno, si don Justino no recibe lo que le corresponde según su derecho, lo que sería un acto de justicia y un asunto de decencia institucional. Tal vez sea mucho pedir.
Para algunos, sobre todo para quienes repiten el discurso oficial, la justicia (que, como dijo Ulpiano, es la constante y perpetua voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde según su derecho) es cuestión de votos. Pero la democracia no es solamente un asunto electoral, porque la democracia no consiste solamente en votar, y menos que todo la justicia, porque la justicia no se vota.
Para otros, el desarreglo del proceso que concluyó el domingo es prueba suficiente de que el nuevo Poder Judicial de la Nación es producto de la improvisación, de la urgencia política de controlar las instituciones. No es poca cosa.
Pese a los malabarismos lógicos y semánticos de los simpatizantes de Morena – que los hay, aunque no son tantos como hubieran querido el expresidente López Obrador y su hijo Andy – el hecho es que ochenta y siete de cada cien mexicanos no votaron. Ni a favor ni en contra.
Los voceros – oficiales y de los otros – enfatizan el grado de popularidad de la presidenta Sheinbaum y lo usan para explicar que la abstención masiva no fue necesariamente una derrota política. Pero un gobierno popular no es necesariamente un buen gobierno, ni eficiente, ni a prueba de nada. El pueblo – bueno y malo – a veces se equivoca.
Buenos y malos
Sin embargo, el proceso de creación del nuevo Poder Judicial dejó claro que para el gobierno actual, como para el anterior, no hay espacio para quienes piensan diferente.
Por definición oficial, la izquierda que está en el poder es buena, y quienes se oponen son representantes de todo lo malo que hubo y que hay en México, malos mexicanos que no merecen ser ciudadanos con derecho a pensar de otra forma y decir lo que piensan.
Somos – seguimos siendo – un país dividido. Carajo.
Lo que sigue
Lo que sigue, si alguien quiere continuar esta loca idea de decidir los asuntos públicos – ya sea con asambleas, con manos alzadas, o con cualquier otro medio – es elegir a los fiscales, como se usa por ejemplo en Estados Unidos.
Y tal vez lleguemos a elegir a los agentes del Ministerio Público, y a los agentes judiciales, y de ahí a los secretarios de despacho – hasta ahora designados por la mano de una sola persona –, y después a los agentes de tránsito, a los profesores, a los burócratas, y a los taqueros y a las cajeras de los supermercados.
Desde el balcón
Otra vez en otro balcón, que pronto será el definitivo. La malta sabe igual aquí que allá, aunque la luz tenga un humor diferente. De un lado, uno oye las golondrinas del jardín del convento de las Clarisas, y del otro uno oye la bulla bilingüe de los niños que juegan en el paseo. Salud, pues.
Uno piensa que todo cambia, menos el sabor de la malta y la calma del reposo. Uno quisiera que todos tuvieran un balcón al que asomarse cuando es necesario ver más allá, y que todos pudieran sentarse en paz a ver cómo ha pasado la vida.
Un sorbo de malta, y aparece el recuerdo de don Justino Reyes, a quien el gobierno de Veracruz – los gobiernos priistas de Fidel Herrera Beltrán y de Javier Duarte de Ochoa, el gobierno panista de Miguel Ángel Yunes Linares, y los gobiernos morenista de Cuitláhuac García Jiménez y de Rocío Nahle – le deben diecisiete años de salarios y otras cosas.
De nada va a servir que haya jueces, magistrados, ministros, elegidos por el pueblo bueno, si don Justino no recibe lo que le corresponde según su derecho, lo que sería un acto de justicia y un asunto de decencia institucional. Tal vez sea mucho pedir.