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Columnas y artículos de opinión
Principios de los partidos mexicanos
Angel Lara Platas
7 de febrero de 2012
alcalorpolitico.com
De los partidos políticos en general se puede decir que son la organización intermedia entre el estado y la sociedad. Les concierne recoger las necesidades y modos de pensar de sus afiliados y articular esas necesidades y pensamientos en programas congruentes y de posible realización. Les atañe coordinar intereses contrapuestos o supeditar los secundarios a los principales; alcanzar algunos objetivos y diferir otros de acuerdo a una correcta jerarquización.

Tradicionalmente se ha hablado de tres tipos de partidos: en primer lugar, los que, teniendo como fundamento único los intereses de una clase determinada, operan como verdaderos partidos de clase. Una revisión estricta de la historia de los partidos revela que difícilmente se da el caso de una clase en un partido, ya que la sociedad civil va, en algunos aspectos, más allá de los partidos políticos.

También existen los partidos carismáticos. Son aquellos en que los hombres se agrupan en torno a una personalidad, creyendo en un hombre dotado de dones sobrenaturales. Es la entrega a una persona por sus cualidades que se piensan sobrenaturales. Son partidos que en realidad no tienen dirigentes, sino profetas y hombres providenciales.


Y un tercer tipo, aquellos partidos formados por hombres que se asocian en torno a ideas políticas, económicas o sociales.

Al caer el porfirismo, los conservadores hicieron intentos por resurgir políticamente para estar en condiciones de participar en las elecciones de 1912. Para ello se forma el Partido Católico que es financiado por el clero con la intervención de sus ministros. Una vez constituido, aprovechó todas las circunstancias para conquistar el voto de los ciudadanos; inclusive, cerca de donde se instalaban las urnas electorales se leía la leyenda “Aquí se vota por Dios”.

Cuando surge el Partido Nacional Revolucionario, en el país había más de doscientos partidos políticos regionales. Tal cantidad de partidos no era recomendable para una política sana. Algunos eran partidos clientelares formados en torno a personas, con programas vagos, si es que los tenían; por lo común de actividad no permanente sino restringida a los actos electorales.


Cuando nació el PAN (el PAN nace antes que el PRI), internamente había dos líneas ideológicas: la de aquellos que querían restaurar un pensamiento conservador muerto, no contemporáneo; y la que era solamente moda, simple imitación extra lógica y algo de malentendida tradición, con la intención de implantar un fascismo teocrático. Deseos que aún prevalecen en un grupo del panismo conservador.

El PRI -que primero se llamó Partido Nacional Revolucionario-, fue constituido en 1929 y surge como un organismo de vigilancia y de sostén para un régimen. Nace, además, para dirimir conflictos dentro de la familia revolucionaria –para usar una expresión común en ese entonces- y para ser promotor de la vida institucional. En esencia, este partido unifica a todos los revolucionarios en un solo organismo que debe resolver las disidencias internas, los distintos enfoques de los problemas nacionales sobre las aspiraciones de grupos y personas.

Manuel Pérez Treviño -primer presidente del PNR -, consideró a su partido como “el frente único nacional, que será nuestra fuerza contra la reacción y contra la de los claudicantes de la Revolución misma”


El antecedente de la izquierda mexicana se encuentra en el Partido Comunista Mexicano, entonces guiado por un esquema teórico, reducido y ajeno al tiempo, conducido por un pequeño catecismo al cual pretendía sujetar la vida de la sociedad.

El PMT trató de compensar su falta de miembros con acciones peligrosamente divisionistas, resarciéndose de la carencia de número con la actividad premeditada hacia la perturbación.

Los partidos, pues, deben ser partes inescindibles e inseparables del todo nacional. Si bien es cierto que su espíritu es moverse con matices de convivencia, en la práctica es muy difícil lograr la armonía entre grupos ideológicamente antagónicos. Y sobran los que con increíble miopía lo impiden.


Ciertamente que es universal la duda sobre la eficacia de los partidos políticos. La indiferencia por ellos y el abstencionismo electoral han aumentado. Esto ha llevado a algunos precipitados a hablar de la declinación de las ideologías, de su crepúsculo, de su muerte. Pero bien cabe reconocer que frente a las dudas sobre la función y significado de los partidos políticos, frente a la crítica sobre las acciones políticas electorales, y analizando un poco la parte ideológica de la problemática del hombre y de su mundo, no ha habido alguna propuesta seria sobre algunos otros instrumentos democráticos que puedan sustituir al sistema de los partidos políticos.

Por ello la inclinación a creer que solo el funcionamiento de los partidos, fundado en la idea de la representación democrática, puede impedir que se caiga en la disgregación social y política, en la anarquía, o, inclusive, en el totalitarismo.

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