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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Anorexia cultural
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
9 de febrero de 2012
alcalorpolitico.com
Hace muchos años, el escritor Juan José Arreola fue invitado a dar una conferencia en un club social de la ciudad de Córdoba. El acto resultaba bastante extraño, pues era convocado y organizado por un grupo de comerciantes de esta ciudad de fenicios.

Ignoro bajo qué pretexto o presupuesto fue pensado que el maestro Arreola les hablara a quienes se dedican a vender estufas, refrigeradores, camas y colchones, llantas y rines, terrenos y casas, verduras, semillas y jabones, alimentos (¿?) para pollos y cochinos, pantalones, camisas y calzones, y otras cosas por el estilo.

El maestro Arreola, en ese tiempo, ya se presentaba en un programa de Televisa, lo cual no era muy bien visto por quienes lo habíamos leído y oído y seguido en su largo caminar por este mundo de incultura y barbarie. Él fue un hombre autodidacta, sin estudios formales, sin títulos y, aún entonces, sin esos discutidos doctorados “honoris causa” que nuestras universidades (léase, especialmente, la UV) reparten como garnachas a quienes les conviene congraciarse. Esto ya estaba cambiando en el entorno de Arreola, pues su adhesión a Televisa lo estaba haciendo sospechoso. Pero, aún así, nadie discutía su sapiencia, su erudición, su amplia cultura, su amenísima charla, su simpatía y el extraño atractivo de su exótica y vampiresa capa rojinegra.


Sucedió que, un día antes de su arribo a esta ciudad, recibí una muy extraña llamada por teléfono. Con los ojos que se me escapaban de las cuencas, escuché una rarísima invitación-solicitud. Se me pedía que asistiera a la conferencia, siendo que yo no era, ni soy y espero no ser nunca, vendedor de chácharas ni de dulces y garapiñados, ni de camas y colchones, ni de llantas y rines, ni de nada de nada. Simplemente mi naturaleza es de otra ralea. Pero lo más raro de la invitación fue la explicación que me dieron: “es que ninguno de nosotros puede ni sabe de qué platicar con el maestro Arreola”.

Bien puede cualquiera imaginarse mi estupor. O sea, que… y que… ¡No era posible! No era posible que en ese acto, al que iban a asistir por lo menos 200 personas, nadie fuera capaz de sostener una charla con este hombre que, por lo demás, era sencillo en su trato y conversador a morir.

Por supuesto, fui, porque escuchar al maestro era una delicia y poder platicar con él una experiencia muy rica. Pero no puedo ocultar que asistí con pena (propia y ajena).


La difusión de las actividades culturales, en todas sus formas y variedades: literatura, escultura, arquitectura, teatro, música, danza y pintura, nunca ha sido un propósito claro ni definido ni mucho menos prioritario en la agenda de los políticos y administradores de los dineros del pueblo.

Esto es una verdad de Perogrullo, pero no por ello deja de ser una cruda y lacerante manifestación de la crasa ignorancia que priva en los “mentideros” políticos, cuya afición y manía es invertir los pesos, que los contribuyentes aportamos de mil y una maneras, a cual más ¡eso sí! sofisticada y cruenta, en aquellos programas u obras que les dan relumbrón y que les aportan votos para sostenerse en los pedestales del poder.

El pueblo, eso que llamamos pueblo, permanece en un estado de inanición y anorexia cultural. A cambio, se le dan alimentos chatarra seudoculturales, aunque cuesten millones de pesos, porque lo importante es que llene los parques públicos, ahora convertidos o en proceso de conversión en insulsas explanadas amorfas, y así el día de mañana aplauda y vitoree a cambio de cualquier baratija.


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