icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Historias de Cosas Pequeñas
Economías
Juan Antonio Nemi Dib
13 de febrero de 2012
alcalorpolitico.com
El sistema jurídico español concede al ejecutivo del Estado -que representa el consejo de ministros, que a su vez encabeza el presidente del gobierno- ciertas potestades para hacer y modificar normas que no necesitan pasar por la aprobación de las Cortes -el poder legislativo, representante del pueblo-. En algunos temas, basta que el Consejo de Ministros apruebe una disposición y que ésta se publique en forma de “real decreto” para que se vuelva obligatoria y de aplicación generalizada.
 
Fue precisamente en uso de estas facultades que el novel gobierno conservador de Mariano Rajoy aprobó el sábado pasado una draconiana reforma laboral que facilita mucho a los empresarios de todo calado la aplicación de despidos masivos por “causas económicas”, simplificándoles los trámites, reduciendo los requisitos para utilizar esta figura de cese colectivo y, sobre todo, bajando dramáticamente las indemnizaciones por despido para los trabajadores, sin importar la edad de los afectados ni su antigüedad en el empleo.
 
Para tener idea de lo que significan estas medidas, basta ver una de ellas: si el despido se produce precisamente por esas “causas económicas”, a partir de ahora el patrón sólo está obligado a indemnizar al empleado con un máximo de 12 meses de salario, sin importar que hubiera trabajado 30 o 40 años para la empresa, cosa que allá ocurre con harta frecuencia.
 
La dimensión de la crisis española se puede medir claramente a partir de su plantilla laboral total: se estima que entre 2005 y 2011, más de 800 mil personas dejaron de cotizar a la seguridad social. Sumados a los casi 5 millones de “parados” -desempleados- históricos y a las casi 68 mil empresas españolas que cerraron definitivamente sus puertas en 2010 y 2011.
 
Dicen los que saben que el asunto anda mucho peor en Grecia y quizá igual en Portugal que en España, pero lo cierto es que pocos países europeos escapan a los coletazos de estas economías cuyas necesidades de [re] financiamiento se cuentan en cientos de miles de millones de euros. Irlanda, Italia y la misma Francia -con mucho de su patrimonio público invertido en bonos de deuda de otros países- tampoco la tienen sencilla.
 
De China sabemos menos, pero contra lo que se cree, el asunto tampoco es halagüeño: según las declaraciones de Wu Xianting, de la división de mercados financieros del Banco Popular de China, sólo en la provincia de Zhejiang, zona estratégica de concentración de negocios privados, entre 2008 y 2011 cerraron 59 mil 300 pequeñas empresas, lo que resulta entendible a partir de la drástica reducción del consumo a nivel internacional y por ende, la baja en la demanda de productos manufacturados por el Dragón de Oriente. ¿Cómo sería esta estadística si incluyera las 23 provincias chinas y las empresas medianas y grandes?
 
El tema de fondo es que, según algunos expertos, las salvajes medidas que se están tomando para enfrentar esta crisis servirán de nada o, si acaso, de muy poco. En Grecia, por ejemplo, nadie cree que la reducción en los salarios, la baja en el monto de las pensiones, la subida de impuestos, el recorte de los programas de cobertura social y el achicamiento del gobierno podrán contener la avalancha destructiva que causa un déficit público de más de cien mil millones de euros -pasó del 3.4 al 12.7%- y una deuda aún mayor.
 
En Estados Unidos algunos indicadores están mejorando y hay quien dice que ya empezaron el camino de su recuperación, pero tampoco pueden sentirse felices: se estima en 12 millones el déficit de fuentes de trabajo, lo que equivale a una alta tasa de desempleo: el 8.5%; dice Laura Tyson: “El repunte del consumo en los últimos meses de 2011 fue financiado por una disminución en la tasa de ahorro de los hogares y un gran aumento del crédito al consumo. Ninguna de estas tendencias es saludable ni sostenible.”
 
Es cierto que subieron las exportaciones de bienes y servicios de EUA y también sus importaciones -en menor medida- pero tampoco debe olvidarse que todo esto está sustentado en un pasmoso déficit fiscal: 558 mil 20 millones de dólares, algo así como siete billones y cuarto de millones de pesos (¡!) Y eso sin contar con su gasto militar, que supera el 4% de su PIB total, lo que ha llevado al Presidente Barack Obama a anunciar una reducción de sus gastos castrenses de entre 400 mil y un billón de millones de dólares en los próximos diez años.
 
Es natural que los países vean en las exportaciones y la atracción de capitales externos dos fuentes básicas de crecimiento económico; ambas son surtidoras de recursos que, correctamente aplicadas, resultan claves para el aumento de la renta y la mejora en las condiciones generales de vida. Sin embargo, es un hecho indiscutible que pasará tiempo antes de que el intercambio mundial de bienes y servicios se estabilice y los mercados recuperen la ruta del crecimiento sostenido. Por lo que toca a las inversiones internacionales, si antaño fue difícil atraer a capitales externos que se caracterizan por su condición altamente especulativa, volátil y absolutamente desleal, lo será mucho más ahora que otros factores de riesgo se suman como condicionantes de la competencia feroz por el dinero.
 
En esta coyuntura, México no tiene las mejores credenciales para convencer a los inversores de que traigan sus fondos. Lo mismo ocurre con el turismo internacional que, abrumado por la mala publicidad que produce la “guerra contra la delincuencia organizada” del Presidente Calderón y las “recomendaciones” a los viajantes, probablemente gasten su dinero en otros sitios.
 
Competitivos, calificados, innovadores, rentables, serios, honorables, cumplidores de compromisos, puntuales y fabricantes/prestadores de servicios de calidad; eso necesitamos ser para que nos los consumidores de otros países nos compren a nosotros y capitalistas de otros sitios inviertan con nosotros. No es sólo un tema de deseos, sino de acciones, tema que por cierto va más allá de los gobiernos: la calidad en el servicio y la satisfacción del cliente resultan de una actitud que con frecuencia en México nos escasea tanto o más que el agua en la Taraumara. Y tampoco es flor de un día; se requieren décadas, generaciones, para hacer de la calidad un verdadero estilo de vida.
 
Mientras eso pasa, no sobra que volteemos a ver al mercado interno; finalmente la de México es la economía número 12 del mundo -vale el 2% de la economía total, que no es poca cosa- y somos unos 114 millones de personas con un PIB per cápita de aproximadamente 14 mil dólares anuales; si conseguimos elevar la capacidad adquisitiva con procesos de adecuada distribución del ingreso, las divisas podrían convertirse en lo accesorio y no en lo principal, sin contar con los efectos positivos en la reducción de la pobreza, el incremento del empleo productivo y la integración de sistemas productivos horizontales y autosuficientes.
 
[email protected]