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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
Mujeres contra mujeres
Rebeca Ramos Rella
20 de febrero de 2012
alcalorpolitico.com
El ingenio popular hace mofa y al tiempo descalifica la posibilidad de alianza real y sincera entre mujeres. “Juntas ni difuntas”…”La peor enemiga de una mujer es otra mujer”…”Y el viejerío apareció”…”. Si organizadas, participamos en grupos o asociaciones, somos unas “mitoteras”; si defendemos nuestros derechos y reclamamos equidad, justica, paridad, igualdad, somos señaladas de conflictivas…y ”Mira, ahí vienen las cacerolas…”. En el fondo estos chistes entrañan un amplio sentido de intolerancia, de anulación, de ganas de ridiculizarnos y hacernos invisibles con un desplante misógino y machista y así, de tajo, nos subestiman, nos devalúan.

¿Quiénes derrapan? Los hombres y también las mujeres. Y ante contundencia de ejemplos, anécdotas y evidencias, lo tenemos que aceptar: somos nosotras mismas quienes nos cerramos los caminos; quienes obstruimos el avance de género; quienes desprestigiamos la lucha por la igualdad, el respeto y el reconocimiento; nosotras nos autoboicoteamos, si queremos acceder a puestos de poder y de toma de decisiones; nos autocensuramos, a veces por cuestiones subjetivas, con doble moralina, costras de prejuicios absurdos e hipocresía, recurriendo a expresiones y roles impuestos en estereotipos sexistas y discriminatorios, que por siglos, la religión, la ignorancia, la cultura autoritaria masculina nos han torpedeado el cerebro; es verdad, nos autodestruimos…abundan las mujeres que hacen circular chismes o intrigas, que ensalzan sospechas, en áreas de trabajo, en el hogar, con la familia para, de plumazo, invalidarnos capaces, inteligentes, dignas, honorables, trabajadoras, responsables, comprometidas, visionarias; basta la creatividad ponzoñosa para destrozar acciones, logros, reputación e imagen de una mujer…y lo hacemos por envidia, por recelo, por miedo a vernos o sabernos superadas por otras mujeres.

Cierto es que la batalla por los espacios laborales y de mando y dirección es intensa; son pocos lugares y la fila es larga. Pero la defensa de éstos no justifica la exclusión y menos con perversión. A pregunta directa sobre con quién prefiero trabajar, si con mujeres o con hombres, contesté que no distingo diferencias; el trabajo es plaza productiva donde hay que cumplir, resolver e innovar. Sin embargo, cuando se convive con mujeres en ese terreno, desde mi experiencia, se entabla una alianza espontánea; se genera una especie de confianza más cercana; hay una implícita noción de que una mujer podrá comprender mejor a otra, en su perspectiva de vida y del mundo que la rodea. Entonces surge la sororidad; que es el apoyo incuestionable y solidario entre unas y otras. Por esta razón, si una mujer rompe, ignora, traiciona la sororidad con otras mujeres, la reacción de ellas contra aquellas, es más dura. Alguien del equipo ha sido desleal, nos ha fallado. Es puñalada por la espalda.


Ahora, no todo lo que se dice o se afirma o se acusa de una mujer y cuando es poderosa o destacada es falso. Hay que reconocer también, que muchas mujeres abonan al desprestigio del género y de la lucha por el respeto y la igualdad, en sus ámbitos de acción y participación. Apenas una subdelegada de la PGR fue depuesta y encarcelada por encubrir al crimen organizado; muchas detenidas son “jefas de plaza”; no hay banda delictiva que no involucre a mujeres; la corrupción no tiene género, insisto; tampoco la conducta humana debiera tenerlo. Por ejemplo, si a algún suspirante político se le descubren romances clandestinos con consecuencias, la reacción social no es tan radical – así lo revelan encuestas- y hasta podrían aplaudirle su buen gusto y el abanderamiento machista por su valiosa contribución a la perpetuación de la especie; pero si se tratara de una suspirante mujer a un cargo de elevado rango nacional, el puritanismo trasnochado e insoportable hacia supuestos romances extramaritales, la quemaría viva en la hoguera por adúltera, tachándola de liviana, de mala madre, de mal ejemplo y de suripanta insatisfecha y esto sí se reflejaría en encuestas.

Y es que la honradez, el talento, el honor, el auto-respeto, la humildad, la tenacidad, la dignidad, la honestidad, la justicia y la sensatez, no se practican ni se enaltecen o se enlodan por género. Son principios, valores propios de educación y de cultura y también son cuestiones de personalidad, ego y temores. Son las virtudes o defectos humanos, sin distingo masculino o femenino. Cierto que cuando se trata de una mujer, se exaltan descalificaciones e intransigencias, pues la dispensa, el análisis y el juicio es más severo para nosotras y se arrecia si se trata de mujeres sobresalientes en la política, en el liderazgo social, en la representación ciudadana, en el sector empresarial o en otras esferas que implican vida y exposición pública.

Veamos los extremos: Resulta risible, intolerante y genuino de una sociedad de dobleces, que se observen y se critiquen, hasta se censuren actos de la vida privada de una alcaldesa, posicionándolos como distintivo de su gobierno y nadie, nadie analice y opine con objetividad, sobre su capacidad de gestión institucional, obras, hechos y avances de beneficio general. En otro sentido, tampoco resulta justo que mujeres sin ninguna probada carrera política, empresarial, sindical; sin evidencias determinantes de brillantez, preparación, experiencia, liderazgo, labor y convicción, denigren la participación y proyección de otras mujeres, recurriendo a las artes antiguas de la lisonja, la disipación, el libertinaje y la prostitución; a la discriminación por preferencias sexuales o por género; a la invisibilidad impuesta a otras, sólo para ganarse la voluntad de los poderosos y así llegar a cimas y privilegios, a cargos y a posiciones de poder, espacios desde donde además y para el colmo, suelen impedir el adelanto de las mujeres en general.


La crítica hacia estas mujeres ascendidas por otros medios cuestionables y menos honorables, es que generan un referente común y la opinión generalizada e injusta hacia el resto, etiquetando por igual el proceder de todas, si destacan.

Lo más grave, es que ocupando espacios de alto nivel, usualmente y con debidas excepciones, sus carentes habilidades y capacidades en el desempeño de responsabilidades de mayor complicación, son más notorias, entonces el colectivo asume que las mujeres no podemos, no sabemos, no servimos ni tenemos idea de nada… entonces viene la mofa: mejor que se queden en la cocina. Y la sospecha se cumple en el juicio sumario: llegaron por trastocando valores y principios. Lo peor es que desde ese lugar conquistado sobre pilares endebles y opacos, se dedican a discriminar, detener, cerrar, impedir que otras mujeres con más y mejores elementos para el desarrollo de funciones y líneas de mando, se sitúen donde deben, porque pueden y tienen con qué asumirlos, controlarlos y mejorarlos.

Creo y sostengo, que las mujeres empoderadas, desde sus distintas trincheras tienen una cuádruple responsabilidad social y con el género: ahí en la oportunidad de la cumbre, demostrarse y demostrar a la sociedad que tienen las aptitudes y las cualidades necesarias para desarrollar su labor de forma remarcable, cualquiera que ésta sea, pues siempre se esperará menos de nosotras, entonces habremos de dar más; como seremos permanentemente observadas y fiscalizadas por el colectivo, habremos de enaltecer principios y valores propios, sellando la diferencia en el ejercicio del mando y del liderazgo y generar una nueva concepción de cómo las mujeres ostentamos y practicamos el poder, el trabajo, la actividad. En la competencia hemos de ser contendientes de excelencia, de respeto, con honorabilidad y productividad. Si las lenguas envidiosas nos persiguen con ánimos de desprestigio y descalificación subjetiva, cortémoslas con resultados, con acciones positivas, con compromiso de calidad. Claro que esto implica un esfuerzo extra.
La tercera es que desde territorios conquistados, continuemos la lucha por la igualdad y la equidad de género. No se vale, no es digno que las empoderadas olviden, omitan o sesguen este deber primario con el género. Las que arriban a espacios de toma de decisiones, de mando y representación política deben trabajar para que la perspectiva de género se traduzca en beneficios para las mujeres; en el respeto, reconocimiento y defensa de sus derechos; han de trascender sus discursos y participación solidaria, en acciones y en decisiones que las favorezcan en todo ámbito: salud, educación, paridad y justicia laboral y salarial, no violencia. Y deben apoyar a las mujeres, abriendo y ampliando espacios para las demás; deben defender y luchar porque cada día haya más mujeres en el poder, abandonando las tentaciones de la misoginia, de los celos ridículos, de la posesión absoluta de puestos, reflectores y micrófonos; deben ser congruentes en los hechos hacia la igualdad y la equidad. Habrán de ser muy objetivas para confrontar a rivales mujeres en el campo de batalla, sin sucumbir en el sexismo ni en estereotipos.


Somos nosotras quienes tenemos la responsabilidad de promover una nueva cultura de equidad e igualdad; soslayarla nos convierte en traidoras a la causa; en misóginas tan viles como aquellos que nos denigran y nos segregan.

Si ignoramos nuestras responsabilidades con el género, entonces la sabiduría popular aplica: somos nuestras peores enemigas y en tanto nos destacemos y nos sigamos boicoteando, ni la equidad ni la igualdad de género, ni el respeto y reconocimiento a nuestra aportación indispensable en la vida política, económica y social de este país, prosperarán.

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