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Columnas y artículos de opinión
Deliberación
¡Ordinarios!
Francisco Montfort Guillén
21 de febrero de 2012
alcalorpolitico.com
La sociedad mexicana vive en estado catatónico. Esta psicosis esquizofrénica le obstaculiza la mente, acongoja el espíritu, anula el optimismo. Todo lo ve oscuro, negativo, desolador y sin salidas. La dominan los estereotipos creados por discursos políticos oligofrénicos. Esta es la causa central de su enfermedad. Incapaces de dominar más de cinco ideas, repetidas por los medios de comunicación todos los días y a todas horas, los políticos creen indispensable aturdirnos con mentiras, auto-elogios y glorificaciones de sus subordinados. Creen que por comprar a los medios para que les dediquen sus primeras planas o sus notas centrales en sus noticieros, entrevistas y reportajes, gobiernan. Su tarea es salir del paso ante los problemas. No los solucionan, ni siquiera los administran: los torean.
 
Educada bajo el paternalismo autoritario del Ogro Filantrópico, de acuerdo a la atinada expresión de Octavio Paz, la sociedad actual se siente extraviada cuando constata que, efectivamente, logró sacudirse el dominio del autoritarismo. Pero hacerse cargo de su propio futuro le cuesta trabajo. Siente la orfandad y por lo tanto el extravío de saberse aparentemente desprotegida, sin poder culpar a nadie más de su propia suerte.
 
La comentocracia se auto-erige en su vocera y escandaliza por la falta de «un hombre de Estado» que llegue a salvar a la Patria, la Nación, la Sociedad. Cree ayudar a esta sociedad desorientada en su búsqueda de un Salvador, un Profeta o un Mesías criticando y desvalorizando a todos los aspirantes a la presidencia de la república, ensalzando a su favorito o por lo menos despreciando al que menos le agrada. La sociedad vive con el espíritu turbado, imagina las peores catástrofes y vive como presentes y ciertas las más desoladoras profecías. Muchos mexicanos se dicen preocupados por la suerte del país, condenan a su villano favorito (el del partido contrario) y aseguran que la única solución es la vuelta al pasado, como sea y con quien sea, pero al mítico pasado «de eficacia, de justicia, de conducción del país por un hombre con visión de Estado».
 
No existe, salvo en la persona de Plutarco Elías Calles y sobre todo en la figura de Lázaro Cárdenas algún dirigente que hoy pueda ser considerado un estadista, cualquier cosa que esto signifique. Es cierto que ni sus contemporáneos los consideraron así, ni ellos mismos se creían el cuento de ser hombres de Estado, porque si esta cosa existe, no puede ser una cualidad ex-ante, es decir, sólo pueden ser «estadistas» las personas que lo han demostrado, es decir, personas que ya han ejercido la presidencia o, en otros sistemas, ser primeros ministros. Para tener un buen referente, puede ser citado el caso de Vaclav Havel en la República Checa.
 
Tal vez lo que vivimos los mexicanos sea una enorme frustración que se expresa como una especie de proyección: creemos que nos merecemos el gobierno de «todo un estadista», de un personaje genial que esté a la altura de nuestra condición. ¿Cuál? Pues, primero, que nos redima porque somos incapaces de hacerlo por cuenta propia, y además, con la que soñamos, la que idealizamos, la contraria a nuestra realidad: la de un país mediano en todo, sin grandes hazañas, modesto, orgulloso. Seguramente nos molesta que muchos de nuestros políticos reflejen, sin lugar a dudas y sin pudor alguno, la ordinariez, es decir, su falta de cultura y urbanidad en la que se desenvuelve nuestra vida cotidiana. ¿De verdad es sólo característica de los políticos dar y recibir dinero en portafolios, con y sin ligas? ¿La ordinariez de Fernández Noroña, de Manuel Espino o de Fidel Herrera es de su exclusividad?
 
Lo cierto es que un régimen verdaderamente democrático es poco útil para encontrar Salvadores de la Patria. La democracia sí puede hacer que sean realizadas las buenas ideas y las acciones extraordinarias de mujeres y hombres excepcionales… siempre y cuando el entorno internacional sea favorable, cuente con apoyos o los construya entre sus opositores y disponga de instituciones realmente competitivas. La democracia, si funciona, permite neutralizar la vulgaridad y tosquedad, la falta de genio, inteligencia y cultura de mujeres y hombres ordinarios, de personas comunes que llegan a las instituciones públicas sin merecerlo, gracias a las artimañas del poder, de la astucia y las trampas. Los veracruzanos saben de estas tragedias.
 
Los tres candidatos presidenciales pertenecen y son fruto de nuestra realidad de medianías, con sus cualidades y defectos. Esa es su gran virtud: son seres humanos normales en sus características intelectuales, políticas y gerenciales. Unos destacan más en algunos aspectos positivos, otros en sus defectos. Pertenecen a un sistema político común, juegan las mismas reglas. Ninguno de los tres es un outsider, un agente antisistémico que desde los márgenes quiera y pueda transformar el sistema político mexicano.
 
Josefina Vázquez Mota, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador son seres humanos ordinarios. Ninguno es Premio Nobel, ni estrella nacional de la literatura, el arte, la ciencia. No han realizado ningún acto heroico ni obra de magnificencia reconocida. Todos tienen logros y equivocaciones estándar. Ciertamente, sus realizaciones merecen el apoyo de sus partidarios y, de éstos, tiene más Enrique Peña. Pero entre la población en general nadie de los tres cuenta ya, de manera segura, los respaldos suficientes para asegurar, desde este momento, su triunfo.
 
Su mayor mérito es nuestro mérito. Para que triunfen requieren contar con nuestro apoyo. Primero, para ganar la elección. Segundo, para hacer realidad sus propuestas. Desde este aspecto central, si queremos democracia, desarrollo y modernidad debemos todos de participar exigiendo y respaldando a quien pensemos es el ser humano ordinario que puede convencernos de las bondades de sus propuestas y de la viabilidad de su realización. Las preguntas centrales a resolver para tener en México un gobierno federal democrático no sólo eficaz, sino eficiente y competitivo se pueden plantear de la manera siguiente: ¿Quién de estos tres seres humanos ordinarios mexicanos puede llegar a ser el mejor gerente y el mejor líder para organizar una nueva etapa de crecimiento económico, desarrollo social y florecimiento cultural? ¿Cuál es el que mejor acepta sus debilidades y en consecuencia se ha rodeado de los colaboradores más honestos y capaces? ¿Quién es el menos corrupto y ha estado rodeado de menos personajes corruptos? ¿A quién puede perseguirle el fantasma de sus relaciones con las violencias criminales? En suma, ¿a cuál de los tres se le puede considerar un ser humano ordinario que es capaz de alejarse de la ordinariez? No es cualquiera entre los tres. Además, el candidato zángano no cuenta. Y al que no le Quadri, que lo diga.

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