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Columnas y artículos de opinión
Kairós
La «rusificación» de México: El triunfo de Enrique Putin y Andrés Medveded
Francisco Montfort Guillén
22 de marzo de 2012
alcalorpolitico.com
No eran pocos los autores que durante la oleada de estudios marxistas comparaban y encontraban similitudes entre el pueblo ruso y el mexicano. La pasividad frente a la autoridad y su dependencia enfermiza, el respeto sumiso, la fatalidad en la vida, la aceptación fatídica de las decisiones de los poderosos, la humildad que estalla en violencia de muerte, la heroicidad en defensa del país eran considerados rasgos comunes. El sustrato de este comportamiento no era otro que la extensa e intensa vida campesina, que igualaba a todas esas masas en sus conductas reaccionarias y conservadoras, de acuerdo con los estudios realizados por Karl Marx y Vladimir Ilich Lenin.

Las comparaciones entre los pueblos ruso y mexicano se extendían hacia los paralelismos en su evolución durante el siglo XX. El inicio de las revoluciones llamadas sociales, el proyecto colectivista, el gobierno corporativo, burocrático y autoritario refinado con las prácticas fascistas de organización y papel del Estado. Ellos tuvieron al «Padrecito de todas las Rusias» y nosotros a nuestro nuevo «Tata de todos los mexicanos buenos». Desde luego, Lázaro Cárdenas no fue un dictador sanguinario como Stalin ni el gobierno mexicano fue un régimen totalitario. Pero ambos compartieron la primacía del gobierno como actor en el desarrollo, su orientación colectivista y, aunque diferentes en grado y orientación, un mismo tipo de intoxicación ideológica laica.

En ambos pueblos existió el cambio económico sin el político (Perestroika sin Gladsnot), en los dos el cambio democrático sobrevino por extenuación del sistema, aceptado como fatídica necesidad, no con la convicción mayoritaria de la necesidad de cambio, impulsada por una vanguardia que hoy está exhausta y fijados sus principales limitaciones por los de siempre, por lo cual sólo se logró una transformación parcial y otra porción de las apariencias del sistema político. Persisten en Rusia y en México la nostalgia por el poder autoritario, el deseo de sobreprotección aparente del hombre indispensable, fuerte y eficaz; por el anhelo de sobrevivir sin abrirse al mundo de las responsabilidades individuales.


La Encuesta Nacional de Valores en México reporta la presencia mayoritaria de mexicanos que se autodefinen como conservadores. También constata que los votantes y simpatizantes de los partidos PRI y PRD son, en su inmensa mayoría, conservadores. Por estas razones, en un ambiente de cambios internacionales y nacionales, de percepción de pérdida de antiguos privilegios y certezas (como los maestros de educación pública), de desafíos impuestos por la competencia y la competitividad de la globalización económica y productiva (como los que tratan de evadir los dueños verdaderos o beneficiarios directos de PEMEX) ya no aguantan las propuestas de más reformas, más exigencias educativas, más y más transformaciones culturales, legales, laborales, educativas. Consideran que ha llegado el momento de parar a los liberales y sus ansias de cambios incesantes. Es esta ansiedad y esta angustia las que magnifican las equivocaciones de los gobernantes (de todos los partidos, en especial del actual gobierno federal) y las que provocan el comportamiento de parálisis del presente y los deseos de restauración del pasado como etapa mítica de progreso y tranquilidad social.

Es este ambiente el que permite, en este momento, presuponer la superioridad de preferencias de votos posibles para Enrique «Putin» Nieto. A pesar de sus posturas ideológicas y de sus ofertas políticas, el candidato del PRI no resulta ser el más conservador. Lo supera, y con mucho, AMLO (Andrés «Medveded» López Obrador). Su propuesta de instaurar una «República Amorosa… hace recordar la propuesta del rey de Bután, quien en lugar de medir el producto interno bruto (PIB) de su país, que es muy bajo, prefiere medir el FIB, que mide la felicidad interna bruta, que es muy alta (se supone)… Para López Obrador, el amor es el medio o instrumento para “promover el bien y lograr la felicidad”. Se trata… del “amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza y a la patria”… Desde luego, en este amor interno bruto no se incluyen las expresiones eróticas y sensuales. Se trata de una expresión del amor inspirada, nos explica López Obrador, en Lev Tolstoi y en Alfonso Reyes». (Roger Bartra, Sinapsis, AMOR INTERNO BRUTO, Letras Libres, marzo 2012).

Nuevamente tenemos los ideales de un autor ruso y de un mexicano religioso. «Basta leer las primeras líneas de la Cartilla moral de Alfonso Reyes, para comprenderlo: “La moral de un pueblo civilizado -dice Reyes- está toda contenida en el Cristianismo”. La cartilla de Reyes no es más que una exposición banal y estrecha de preceptos cristianos, que escribió a solicitud del gobierno mexicano en 1944 (con Manuel Ávila Camacho, otro presidente conservador y católico confeso, me permito aclarar) dirigida a niños de primaria. Lo mismo ocurre con Tolstoi, quien elaboró una peculiar expresión cristiana de un anarquismo humanista ya marchito. La interpretación tolstoiana de los evangelios rechaza el enojo, la lujuria y las promesas, y llama a no resistir el mal y a aceptar al enemigo y a los injustos. No parece que López Obrador siga estos mandamientos». (R. B, Op. cit.).


¿A quién beneficia más la inminente visita del Papa Benedicto XVI? Seguramente al autor de estas declaraciones, que no es otro que Andrés «Medveded»: “Una persona sin apego a una doctrina o un código de valores, no necesariamente logra la felicidad… La decadencia que padecemos... (Va a) “auspiciar una manera de vivir sustentada en el amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza y a la patria”. Dice sobre ellas Luis González de Alba: «en todo el mundo los conservadores comparten preocupaciones por el deterioro del amor, el quebranto de los principios y los males que acechan al país a causa del descuido de los liberales. (Las declaraciones)… No, no lo dijo el cardenal tapatío en su despedida ni el gobernador panista de Jalisco. La novedad es que estos conservadores ya no crean serlo y sostengan que la renovación moral de la sociedad es el último grito de la moda del cambio social, y la “grandeza espiritual” no es expresión de cardenales en busca de almas perdidas, sino exigencias del cambio verdadero». (Fronteras, Cuévano a la vista, Nexos, marzo de 2012).

No propongo que ser conservador sea algo intrínsecamente malo, ni tampoco bueno. Se trata en primer lugar de un efecto de nuestra naturaleza biológica humana, como lo explica el ex-líder del Movimiento Estudiantil del 68 en el mismo artículo, y de una visión cultural, personal del mundo. Lo que si debemos intentar los mexicanos es que los candidatos presidenciales no nos den gato por liebre con sus falsos discursos, ni que se presente como progreso lo que en realidad es un retroceso. Y no porque afecte a los militantes de uno u otro partido, sino porque afectará a todos los mexicanos, de todas las edades y condición social de toda la república. Ya desperdiciamos un siglo completo con mentiras y autoengaños para volver a perder otro más. Durante el siglo XX fuimos el único país importante que no logró salir del subdesarrollo y abandonar la religión del colectivismo con su ideología nacional-revolucionaria.

Hasta antes del año 2000 España, Portugal, Irlanda, Brasil, Viet-Nam, China e India nos han superado al igual que Chile y Sudáfrica. Estos conservadores «Son, gran paradoja, gente que tiene sus necesidades más materialistas resueltas, los bienes necesarios y esa despreocupación por el consumo que les viene de que ya lo tienen todo, aunque, en el caso de AMLO, nadie sepa de dónde cubre sus enormes gastos». (L. G. A; Op. cit.) El destino está apunto de alcanzarnos, otra paradoja, porque si bien no nos dio tiempo de ser iguales a la Unión Soviética, ahora estamos muy cerca de ser como Rusia. En esta situación están muchos militantes de todos los partidos políticos y sus simpatizantes, están Enrique «Putin» y Andrés «Medveded» y son estas condiciones las que explican sus altas posibilidades de triunfo y no, como muchos suponen, sus atributos personales.