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Columnas y artículos de opinión
Kairós
Política: fantasías conservadoras
Francisco Montfort Guillén
28 de marzo de 2012
alcalorpolitico.com
¿Qué significado puede tener la búsqueda enfermiza de un líder que teóricamente puede salvar a una nación? Las múltiples respuestas tal vez sea posible agruparlas en algunas ideas centrales. La primera evidencia sería la demostración de que esa sociedad se encuentra desorientada. Revela una actitud de impotencia para actuar con base en sus propias fuerzas, (debilidades y fortalezas) para solucionar sus problemas. Y son el extravío y la desconfianza, en sí mismas, el primer problema que debería ser resuelto. Porque con la mente y el espíritu turbados resulta muy difícil pensar con propiedad los problemas reales y sus soluciones posibles. Para nuestro infortunio esta es la situación de la sociedad mexicana.

Dependiendo del partido político, del candidato y su grupo básico de apoyo, del sector productivo, de la región del país, de la posición social o de la profesión de quienes aventuran análisis y recomendaciones, los diagnósticos sobre los males nacionales varían como también difieren las soluciones propuestas. Este coro de múltiples voces, algunas de ellas inteligentes, generosas y flexibles hace mucho ruido pero su tumultuaria garganta ha sido incapaz de producir un acuerdo mínimo sobre el primer paso que debe ser dado para salir de la actual situación de desánimo que invade a muchos ciudadanos y que se ve reflejado, inclusive, en los por cierto muy malos promocionales del IFE.

Si los políticos y los ciudadanos claman por la aparición de «un hombre de Estado», de un gobernante «con visión de Estado», de un «político-Mesías» o «salvador de la Patria» es que, en primer lugar, no es reconocida la existencia formal del Estado y la calidad de sus instituciones o, en su defecto, nadie cree, piensa o cuenta con la certeza de que ese Estado sea útil para gobernar, dirigir y conducir a la sociedad y su desarrollo. La creencia en un salvador es propia de quienes desean la consecución de la gloria y la bienaventuranza eternas, no de los ciudadanos, del zoon politikon de una democracia.


Este pensamiento religioso, mágico, conservador prevalece en la mayoría de los mexicanos. El lenguaje es sintomático de esta angustia existencial. Para el PRI el país requiere ser gobernado por un «hombre de Estado» y tal vez por eso tienen como candidato a un «hombre de estado… de México», a Enrique Peña Nieto, quien se ha propuesto ni más ni menos que terminar con «la pesadilla panista», ser capaz de integrar «un gobierno eficaz y de resultados» sin que se vea obligado a decir a sus futuros súbditos con quienes integraría ese gobierno, y que resultados daría y sobre qué tipo de problemas.

El verdadero reino del pensamiento religioso, conservador y socio-cristiano está depositado en la llamada «izquierda mexicana». Desde hace un sexenio cuentan con su «Mesías Tropical» ahora reforzado por una propuesta ideológica cristiana para ver, entender y actuar en el mundo del México de hoy. Su espíritu inflamado fustiga a los «corruptos de la mafia de siempre» y promete honestidad, amor y justicia como métodos de un gobierno que primero destruirá y luego reconstituirá, porque con los burócratas actuales no sería posible dar ningún paso hacia la salvación eterna. Poco importa a esa izquierda que AMLO se comporte como lo que verdaderamente es, un político priista, chapado a la antigua, socio-cristiano, que propone no hacer como presidente lo que hizo exactamente como Jefe de Gobierno del Distrito Federal: tolerar y promover la corrupción, no rendir cuentas, debilitar las instituciones.

En el PAN también suspiran por dar al país las «reformas estructurales de gran aliento que el país tanto necesita y que sus opositores se han negado sistemáticamente a aprobarles durante dos sexenios». Otro estilo de conservadurismo, pero sin anhelos de buscar y ofrecer un redentor como presidente. Curiosa contradicción. Una diferencia sustancial que puede llegar a ser fundamental radica en que este partido tiene como propuesta política a una mujer como candidata a la presidencia. Y sin lugar a dudas, las mujeres suelen tener como característica su sentido práctico para pensar y obtener soluciones a los problemas, viven más con los pies en la tierra y les seduce en menor medida alcanzar la gloria histórica, aspiración enfermiza en los hombres. No obstante, Josefina Vázquez Mota tampoco parece compartir su confianza en las actuales instituciones, aunque se agradece su prudencia de no querer refundar el país para que sea considerada una «estadista» que escribió «con honores su nombre en la historia patria».


El complemento del pensamiento conservador que ha recreado las posibilidades de triunfo del PRI es la creencia arraigada de que en política se debe confiar ciegamente en la racionalidad lógica de los deseos de los líderes, que mientras más iluminados, harían más confiables sus decisiones. Dos ejemplos pueden ilustrar esta falsa creencia. Ya es verdad aceptada que el presidente Felipe Calderón tomó una decisión equivocada al abrir un frente amplio de lucha contra el crimen organizado y es señalado por muchos como culpable único de la situación de inseguridad que vive el país. Lo descalifican porque, sentencian, no conocía ni el problema ni los recursos con los que contaba para hacerle frente. Se olvida que las decisiones políticas no actúan en el campo de la autología, sino en el campo de la ecología. Las decisiones políticas tienen su punto de control más amplio y fuerte justo al inicio de su puesta en práctica. Después, y a medida que se alejan del decisor, pueden conducir a resultados exactamente contrarios a los deseados.

Después de tomar una decisión política, ésta se desprende del tomador de decisiones para entrar en el campo de las retroacciones humanas y puede desembocar inclusive en «el juego de las finalidades enemigas. No es que haya “complicidad objetiva” con el enemigo real; es que hay complejidad objetiva de la vida real», como afirma Edgar Morin en sus obras. El caso de los problemas de inseguridad no es el único que ha involucrado una decisión presidencial pensada por su autor como la mejor y más saludable para la sociedad y para él mismo, que produce consecuencias indeseadas.

José López Portillo tomó la decisión de nacionalizar la banca mexicana, es decir estatizarla, hacerla propiedad del gobierno, porque en aquel entonces los propietarios eran mexicanos. No sólo no resolvió la crisis que esperaba resolver con esa decisión. Al contrario. Profundizó los males financieros, económicos y políticos del país. Y al final, la banca mexicana fue adquirida por la banca extranjera, con lo que al final se perdió el carácter nacional y estatal del sistema de pagos y financiamiento de México.


Y para concluir se puede evocar un caso marcadamente político, aunque con elementos de los dos problemas anteriores. Carlos Salinas de Gortari designó a Luis Donaldo Colosio como su sucesor. No llegó siquiera, el infortunado político, ni siquiera a ser votado. Su muerte precipitó las crisis en la seguridad pública e interna, en la economía y en la sociedad de México a niveles inimaginables cuando el ex presidente tomó la que era, según sus propias palabras, la decisión más inteligente e importante de su sexenio. Así pues, las ideas de que es necesario contar con un estadista y que la lógica de sus decisiones nos sacará del hoyo en el que muchos mexicanos se sienten, no es más que un ingrediente más en el pensamiento mágico/religioso/conservador que domina la escena nacional mexicana.