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Columnas y artículos de opinión
Espacio Ciudadano
Si Juárez no hubiera muerto…
Jorge E. Lara de la Fraga
29 de marzo de 2012
alcalorpolitico.com
“La tarea del estado no es escudriñar la conciencia de las personas ni
determinar si sus convicciones son éticas…”

A 206 años de su natalicio y a 140 años de su fallecimiento, pareciera que Benito Juárez – cual Cid Campeador – sigue dando la batalla contra los atrabiliarios conservadores. En el siglo XIX el Benemérito de las Américas se dirigió a su comunidad en los siguientes términos: “Pueblo de México, amados conciudadanos, el baño de sangre por el que ha pasado la República no podrá ser olvidado jamás…” y en otro momento externó: “Siempre he procurado hacer cuanto ha estado en mi mano para defender y sostener nuestras instituciones…” Esta referencia histórica breve viene al caso porque en este 2012, en estos inicios del tercer milenio, ha provocado mucho revuelo la pretendida reforma al artículo 24 de nuestra Carta Magna, que pone en riesgo la vigencia del Estado laico imperante en nuestra Nación.

El precepto constitucional existente indica con claridad: “Todo hombre es libre para profesar la creencia religiosa que más le agrade y para practicar las ceremonias, devociones o actos de culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley…” Aunado a ello, precisa tal artículo 24 que no se prohíbe religión alguna y que los eventos religiosos públicos deberán ajustarse a la ley reglamentaria respectiva. El espíritu juarista (separación Iglesia – Estado) subyace en ese singular capítulo normativo y todo hace suponer que las altas esferas eclesiásticas y el mismo gobierno federal actual han presionado al Poder Legislativo para que se haga efectivo el cambio innecesario. Especialistas han indicado que la reforma aprobada en la Cámara de Diputados y turnada a la Cámara de Senadores para su análisis y dictamen, es un retroceso histórico grave que echa por tierra los avances en educación cívica y representa además la entrega de un espacio político a un sector de la jerarquía católica.


En una ceremonia liberal efectuada en el sur del territorio jarocho, con motivo del aniversario del natalicio de Juárez, recientemente salieron a relucir expresiones en contra del afán reaccionario por retornar a un Estado confesional. El orador Jorge Alberto Magaña enfatizó: “… el significado histórico de la Reforma es que fue un punto de quiebre en contra de la Iglesia como instrumento de control social… la separación entre la Iglesia y el Estado ha permitido establecer un equilibrio político, con libertad de conciencia y bajo un marco plural en materia religiosa…” Al respecto, también la senadora priista Ma. de los Ángeles Moreno Uriegas indicó que dará la batalla hasta el final para que no se apruebe ese cambio ilógico a la Carta Magna, porque la libertad de religión se impuso en la ley suprema del país desde hace 152 años.

Se dice que el pueblo que olvida su pretérito, puede sufrir nuevamente las atrocidades acontecidas. Exteriorizo lo anterior porque en el siglo XIX nuestro país padeció una sangrienta guerra civil entre liberales y conservadores que provocó el luto en muchos hogares mexicanos. Bastante tenemos hoy con la inseguridad y la violencia reinantes, además de la crisis financiera, para que todavía adicionemos a la agenda nacional un asunto ideológico que nos confronta como ciudadanos. No hay que ignorar que “la actuación del clero católico en el trágico y dolorido siglo XIX mexicano esconde un sinnúmero de respuestas para explicar la coyuntura que hoy padece nuestro país. La jerarquía eclesiástica acaparó la riqueza y se coludió con militares para derrocar gobiernos como el de Juárez e instaurar tronos como los de Iturbide y Maximiliano. También se opuso al arribo de las ideas transformadoras de la revolución francesa, rechazó con las armas el progreso y se prostituyó al utilizar el púlpito y los confesionarios a favor de sus interés terrenales…”

De manera afortunada, Juárez persiste en el imaginario popular y parece decirnos que la educación laica garantiza que cada uno tenga la fe que quiera o que no tenga ninguna, y eso no lo señale como una persona carente de valores. Asimismo, el hombre de Guelatao nos enfatiza que el Estado laico propicia que uno pueda creer en lo que quiera, a condición de no condicionar al otro con sus credos. Que “el respeto al derecho ajeno es la paz” y que la ética del ciudadano no debe estar por debajo de cualquier ética religiosa.