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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Un mexicano en Portugal
Miguel Molina
5 de abril de 2012
alcalorpolitico.com
Dice el clásico que uno va a Portugal cuando no puede ir a casa. Nosotros fuimos para recibir la primavera y descansar, pensar, leer, caminar sin prisa ni dirección, y para olvidarnos de los calorones de Delhi y del trabajo.

Lo que uno no puede olvidar es que México vive una etapa delicada de su historia. Pero no es el único país que tiene serios problemas. Esto fue lo que vi.

Lo que más me impresionó fueron los puentes: decenas de abandonadas estructuras incompletas que parecían ir de ninguna parte a ninguna parte, dinosaurios del tiempo de la crisis en medio de las praderas sin fin y los altos cielos de Alentejo.


Muchas ciudades - sobre todo en la costa sur, en el Algarve - empiezan a llenarse de turistas, la mayoría británicos que extrañan la comida desde que llegan, pero en el centro del país todavía hay pueblos como Evoramonte, que nos esperaba en lo alto de un cerro agobiado por el viento, y nos ofreció el silencio de sus callejones abandonados.

También nos recibió en bucólico silencio el menhir de Almendres, que es un monumento megalítico que reposa entre alcornoques desde hace cinco mil años antes de nuestra era (aunque hay quienes sostienen que es la tumba encantada de una princesa mora que cada año sale a peinar su cabello negrísimo en la noche de san Juan).

Pero en el siglo XXI hubo un paro general que cerró escuelas, redujo el número de trabajadores de los hospitales y afectó al transporte. Y en vez de darse cuenta de la importancia de los trabajadores del sector público en la vida del país muchos se molestaron porque sus vidas se vieron alteradas por la protesta.


Con razón o sin ella, los portugueses han sufrido una crisis financiera que obligó al gobierno a privatizar industrias, a recortar salarios de los empleados públicos y el gasto de bienestar social, y a subir impuestos a prácticamente todo lo que se pueda.

La burocracia - que creció sobremanera en los setenta - se convirtió en un aparato en el que quinientos mil funcionarios públicos y administrativos le hacían la vida difícil a nueve millones y medio de personas.

Muchos - sobre todo jóvenes, muchos universitarios - emigran a Brasil o se mudan a África. Si bien las cifras todavía no son alarmantes (en 2011 fueron apenas unos miles, pero ya son el doble de los que se fueron el año pasado), Portugal corre el riesgo de perder una generación de profesionales jóvenes que tienen que ganarse la vida en otra parte.


Según la Cámara Portuguesa de Comercio en Brasil, los portugueses recién llegados tienen un perfil común: tienen entre veinticinco y cuarenta años, y son licenciados (o estudian maestrías) en ingeniería, arquitectura, tecnología, administración, gestión y gastronomía. Sobre todo gastronomía.

Uno podría haber pensado que los restaurantes estaban vacíos por eso, y que ya escasean los cocineros sobresalientes. Pero los restaurantes estaban vacíos no por la crisis sino porque todavía no comenzaba la temporada que lleva a más de cinco millones de turistas cada año a las playas de Algarve. Dondequiera que fuimos había portugueses comiendo y cenando, tal vez empezando el día con un cheirinho (que es el equivalente al carajillo español: un café exprés con brandy o aguardiente).

Con crisis y sin ella, bailó en la lengua una variedad de sabores: arroces de pato o de marisco, bacalaos y otros peces y pollos asados, vinos alentejanos que no precisan más adjetivos, caldos y sopas sorprendentes, naranjas luminosas y aguardientes iluminados.


También fuimos al sur, lleno de olores. En la nariz cantaban el aroma perdido de una flor distante, el embriagante hálito de los naranjos en la plaza del seminario en Faro, y la brisa bronca de las islas desiertas y los alientos de la Ría Formosa, una extensión que es lodo unas horas y otras es agua azul sosiega.

En esos días el Parlamento debatió y determinó eliminar el pago de aguinaldos (dos meses) a todos los empleados públicos y los jubilados, y cortar dos días a las vacaciones anuales de todos, además de cambiar la influencia de los sindicatos en las relaciones laborales y otorgar a las empresas mayores libertades para despedir a trabajadores.

También en esos días se publicó un estudio de la Organización Mundial de la Salud sobre el consumo de alcohol en la Unión Europea. Portugal es uno de los diez países donde se bebe más alcohol (unos doce litros y medio por persona al año), aunque es una de las naciones europeas con más abstemios. Como dice Andrea Cunha Freitas en el diario Público de Lisboa, "eso puede indicar que los que beben beben mucho".


Pero no todos. Al otro día de la huelga leímos los periódicos en la plaza de Fuzeta, a salvo del sol algarvense. Vimos que lo peor que pasó fue que la policía golpeó a una fotógrafa de prensa. Junto a nuestra mesa, don Antonio Soares había festejado sus primeros cien años y cuatro meses con un plato de pescado con ensalada, un par de copas de vino, postre y café. Del otro lado del mar, México seguía en pie.