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Columnas y artículos de opinión
Historias de Cosas Pequeñas
Felicidades
Juan Antonio Nemi Dib
9 de abril de 2012
alcalorpolitico.com
Fêlîcitâs, fêlîcitâtis es un sustantivo nominativo de origen latino que en castellano significa, literalmente, felicidad. Y de ésta, la Academia dice llanamente que se trata de un “estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien” y agrega como segunda acepción que ‘felicidad’ consiste en “satisfacción, gusto, contento.” En la enciclopedia abierta se encuentra una definición menos imprecisa: “La felicidad es un estado de ánimo que se produce en la persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada.”
 
Siendo una de las preguntas más recurrentes y, al mismo tiempo, más difíciles de responder (¿qué es la felicidad?), se encuentran diferentes opciones de respuesta, algunas de ellas francamente contradictorias. Para estos casos uno puede servirse de una novedosa rama de la psicología -la psicología positiva- que se dedica a investigar los aspectos saludables de las personas. Esta escuela afirma que “la felicidad ha sido definida como un estado mental de bienestar caracterizado por emociones positivas comprendidas entre la satisfacción y la alegría intensa.”
 
A través numerosas investigaciones se ha encontrado diversos factores que influyen en la felicidad y que van desde sustancias que la propician (como las endorfinas, hormonas que secreta el organismo y que algunos productos como el chocolate ayudan a liberar y que son -dichas endorfinas- de probados efectos analgésicos e inductoras de sensación de bienestar) hasta condiciones externas que impiden la felicidad (mala alimentación, deficiencia de sueño, reacciones medicamentosas, frustraciones y carencias, molestias físicas, duelo, etc.) pasando por la propensión genética. Respecto de la herencia biológica, Nicolás Boullosa afirma: “Hay personas que, según un estudio coordinado por el profesor Jan-Emmanuel de Neve del University College de Londres citado por The Economist, nacen con más propensión al optimismo y el bienestar, al menos desde el punto de vista genético y fisiológico. O lo que es lo mismo: la herencia genética toma más partido sobre nuestra personalidad de lo que se había constatado.”
 
Pero más allá de este determinismo que aparentemente nos condena a ser felices o infelices a partir de nuestros genes, también se reconocen el valor de la actitud y la voluntad del individuo como elementos capaces de contribuir a la felicidad; este reconocimiento parte de una conclusión básica: los seres racionales disponen de recursos para propiciar su bienestar y el bienestar (físico, espiritual, material) es condición indispensable de la felicidad. En términos prácticos y para efecto de entender a la ‘felicidad’ en pleno auge de la sociedad de consumo, suele decirse que lo importante para medir el nivel de satisfacción personal radica no en cuánto se posee sino en cuánto se necesita.
 
Así, cubiertas las necesidades básicas, alcanzado el equilibrio emocional, cumplidas las metas personales y superados los problemas que aquejan, agobian, limitan y asfixian, sin ellos a cuestas, pareciera que no hay pretexto que justifique la infelicidad. Entonces, ¿por qué muy pocos presumen de ser felices en este mundo? Aquí unas cuantas hilaturas, a manera de hipótesis:
 
1.- El umbral de lo “necesario” es difuso y responde, con frecuencia, a requerimientos ficticios, creados. Hoy no sólo se trata de poseer un teléfono celular y una tableta electrónica: han de ser los mejores, los más modernos, los más grandes... quizá los más costosos. Una encuesta reciente prueba que tener un auto y conducirlo ha dejado de ser, en los países desarrollados, un signo de estatus, que hoy se alcanza precisamente a través de los “gadgets”, los juguetes electrónicos. Así, es posible que una persona que disponga de “lo básico”, sienta frustración porque no posee lo que actualmente se considera “necesario”. Los patrones de consumo y los “estilos de vida” nos son inducidos, impuestos, por la mercadotecnia y se requiere de una gran fortaleza de ánimo o una condición de ermitaño (a) para no sucumbir ante la presión salvaje de los publicistas.
 
2.- La vida contemporánea asigna cada vez metas más altas: es el mundo de la competitividad, la lucha feroz por los pocos espacios en todos los ámbitos (ciencia, deporte, artes, empleo, escuela, política) produce desplazamiento, caducidad, envejecimiento prematuro, deslealtad, abaratamiento y, por supuesto, desprecio por la creatividad y la parte humana del trabajo. Por ejemplo: hablar idiomas extranjeros, poseer postgrados y hasta una cara bonita ya no son suficientes para “triunfar” en el mercado laboral. En el caso de las mujeres, como muestra, la necesidad de incorporarse a la “economía productiva” riñe claramente con el papel tradicional de madres administradoras del hogar, en una modificación de roles que implica no sólo un choque cultural sino un cambio profundo en las relaciones familiares y por ende sociales. Pareciera que el “triunfo profesional” de una mujer actual implica sacrificios, privaciones y hasta conflicto y en buena medida ocurre lo mismo con los jóvenes, los adultos mayores, las mujeres jefas de familia, etc.
 
3.- A pesar de que el consumo se masifica, o quizá precisamente por eso, la vida promedio se encarece. La gente tiene que trabajar mucho más, tiene que endeudarse mucho más, para mantener un estándar de vida que, curiosamente, no siempre es satisfactorio y que con frecuencia tira hacia la proletarización: típico de las familias de las grandes urbes que “conviven” los fines de semana, que gastan el 30% de su tiempo útil en transportarse, que [sobre] viven en un pequeño departamento y que comen chatarra para “ahorrar” y pagar por su “calidad de vida”.
 
4.- Los prototipos de belleza femenina y masculina impuestos por el cine y la televisión y, por supuesto, por la publicidad, asociados al auto de lujo y al penthouse en Miami, el yate y el avión privado, sin contar con la abultada cuenta corriente en divisas son, precisamente, el reflejo de lo que la gran mayoría de la gente NO logrará ser nunca y NO logrará poseer nunca, pero que machaconamente se nos inocula como prototipo del éxito. Frustra no ser Jolie, Pitt, Trump o Slim.
 
5.- Esta es la época de los satisfactores y la híperabundancia de bienes (aunque contradictoriamente la mitad de la gente sea pobre y muchos mueran, literalmente, de hambre). En esta época Epicuro estaría feliz y realizado (el máximo placer aquí y ahora, el mínimo dolor posible y toda la comodidad alcanzable, como modelo de vida), sin embargo, es ostensible y paradójica la frustración de muchos, como son notorias las falsas salidas, particularmente las adicciones a drogas suaves y duras, que nunca habían alcanzado las proporciones actuales, las deudas impagas, el aumento de las tendencias delictivas, la agresividad, los divorcios, los suicidios, la ruptura de vínculos familiares, la intolerancia, la exclusión y la xenofobia, más presentes, más intensas que antaño.
 
Agréguese a lo anterior toda la gente que no tiene resuelto ni lo básico: que vive en pobreza, que no tiene empleo ni comida suficiente, ni servicios médicos, ni esperanzas, que prácticamente carece hasta del derecho a soñar con un mejor futuro, ni siquiera con un smartphone..., aquélla cuyos cercanos han muerto o desaparecido violentamente, los que no tienen acceso a una real y expedita justicia ni dinero para comprarla. Se entiende entonces por qué la felicidad es un bien escaso.
 
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