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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Los empeños y los candidatos
Miguel Molina
12 de abril de 2012
alcalorpolitico.com
Una noche es Nochebuena y en enero hay que pagar. En aquellos tiempos, si uno no tenía cómo iba y empeñaba las joyas de la familia o el estéreo o el carro o lo que tuviera valor para celebrar Navidad y otros festejos mayores como graduaciones, bodas y vacaciones, aunque a veces sólo fuera para seguir viviendo.
 
Entonces, cuando el mundo era joven, los que empeñaban cosas eran muchos pero no eran tantos. Baste con decir que en los últimos doce meses una de cada diez personas - uno o alguien que uno conoce - ha empeñado algo en México. Y muchos lo hicieron para ir a Veracruz.
 
(Da pena ajena pensar que hay quienes llaman a estos mexicanos turistas de horchata y de jamaica, sin darse cuenta de que podrían haber ido a cualquier otra parte ni pensar que los turistas millonarios no van a Veracruz en semana santa...
 
A fin de cuentas, todos tenemos algún conocido, alguna tía, algún primo lejano, algún hermano, algún abuelo que no puede gastar pero merece tomar el sol a la orilla del mar, o donde sea, y el que esté libre de pariente que tire la primera piedra)
 
Un diario xalapeño informa que el número de pignorantes - una palabra tan fea que no existe - en la capital de Veracruz podría incrementarse en cuarenta por ciento. Es una lástima que el reportero no haya hecho las cuentas y no diga cuarenta por ciento de cuánto, porque sería interesante saber cuántas personas van a empeñar sus prendas.
 
Otro diario xalapeño dice que Veracruz ocupa el segundo lugar de los estados con más empresas dedicadas al empeño de bienes (casas de empeño para uno), y cuenta que hay casi siete mil negocios en el país. Por desgracia, tampoco dice cuántos de estos negocios operan en el estado, o en Xalapa o en ninguna otra parte.
 
Pero sabemos a ciencia cierta que hace ocho años había unas ochocientas casas de empeño en todo el país y que ahora hay casi siete mil.
 
El Nacional Monte de Piedad - la casa de empeño por excelencia - cobra cuatro por ciento de interés. Y octubre del año pasado fue su mejor mes en los últimos tiempos porque ochocientas treinta mil personas llevaron sus prendas porque necesitaban dinero.
 
Otro día récord fue el martes 23 de noviembre (poco después de el Buen Fin, un fin de semana con descuentos espectaculares, según la propaganda oficial): ese día hubo tres mil empeños y diez mil operaciones en total, entre ellas refrendos, desempeños o venta pública.
 
De las casas de empeño no se sabe ni cuánto ni cuántos, aunque es claro que la gente ya lleva más aparatos menores como iPods y iPads o computadoras portátiles porque - aunque nadie lo diga - cada vez hay menos oro y joyas en manos de quienes necesitan dinero.
 
Es triste que la gente tenga que recurrir a préstamos de ese tipo para seguir viviendo. Somos un país rico con un pueblo pobre que esperaba que las cosas cambiaran con la derrota del viejo sistema político y la entrada del nuevo siglo. Pero no cambió nada, o muy poco.
 
Uno pensaría los demás prestarían más atención. Pero se olvidan de lo que significan las casas de empeño.
 
Lo que se ve en los medios, en las redes sociales, es un énfasis morboso en los errores ortográficos, las lagunas culturales de los candidatos y sus antecedentes por asociación, pero no se nota que alguien tenga ganas de pensar en lo que un candidato o el otro o la otra pueden aportar al país.
 
Se nos van las palabras en el desprestigio y la calumnia, y se pierden las fuerzas en el ejercicio vano de la descalificación del candidato ajeno en vez de promover las virtudes y las propuestas del propio. Y así no se llega a ninguna parte. O se llega al Monte de Piedad y a la casa de empeño, que a fin de cuentas es lo mismo.