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Columnas y artículos de opinión
Kairós
El espíritu de nuestro tiempo: la política de la banalidad
Francisco Montfort Guillén
27 de abril de 2012
alcalorpolitico.com
Aunque inasible, forma parte de nuestra realidad cotidiana. Incorpóreo e inmaterial, el espíritu puede significar la facultad de comprender, de entender, de conocer. Es una disposición de atención y de juicio y expresión de un tipo de inteligencia. Puede ser un bello espíritu con formación exquisita y agudeza mental para el análisis fino. Asimismo, una cualidad capaz de formular una concepción utópica para resolver el presente o escapar de él. O puede verse como la entereza para detectar las conductas que deben ser asumidas en cada ocasión. Pero también puede concebirse en tanto un conjunto de signos, es decir, de actitudes, aspiraciones, comportamientos y valores que definen conductas colectivas, percepciones del mundo y deseos comunes que surgen o de la cohesión social o por los problemas comunes de una colectividad.
 
Es complicado mensurar este «espíritu de época» debido a la pluralidad de culturas, de intereses, de deseos que mueven a los ciudadanos y a los grupos sociales. La heterogeneidad socioeconómica complica aún más el intento para tratar de expresar numéricamente el estado de ánimo y el imaginario colectivos. Se trata de una atmósfera que nos envuelve, pero que no es permanente ni perdurable, aunque sí lo sean sus bases. Los mexicanos vivimos en una crisis resultante, en buena medida, de lo que Edgar Morin llamó «industrialización del espíritu» y la «colonización del alma» que son problemas de la «noosfera», de la cultura de las sociedades contemporáneas. Una cultura de masas, es decir, «producida según normas de masivas de fabricación» no creada, como la humanista o la científica, pero cultura al fin, pues «orienta, desarrolla y domestica ciertas virtualidades humanas y prohíbe u olvida otras… (Cultura en tanto) un cuerpo complejo de normas, símbolos, mitos e imágenes que penetran dentro de la intimidad del individuo, estructuran sus instintos y orientan sus emociones. Esta penetración se efectúa con arreglo a procesos mentales de proyección e identificación polarizados sobre los símbolos, mitos e imágenes de la cultura, así como las personalidades míticas o reales que encarnan sus “valores” (los antepasados, los héroes, los dioses). Una cultura proporciona puntos de apoyo imaginarios a la vida práctica y puntos de apoyo prácticos a la vida imaginaria; alimenta a ese ser semi-real y semi-imaginario que cada uno de nosotros siente vivir en el interior de sí mismo (el alma) y al ser semi-real, semi-imaginario que cada uno de nosotros segrega al exterior de sí mismo y en el cual se envuelve (la personalidad)». (L´Esprit du Temps, Bernard Grasset, 1962).
 
La democracia mexicana es moderna sólo en el sentido que se apoya en una «cultura de masas». Como ella, «fomenta y desarrolla procesos religiosos en torno a lo más profano que existe, y procesos mitológicos en torno a lo más empírico que pueda darse. E inversamente, procesos empíricos y profanos en torno a la idea central de las religiones modernas: la salvación individual». (Ibíd.). La política en México, la que practican los partidos, los candidatos, los funcionarios y los grupos de poder es incapaz de crear mitos, se reduce a una lucha maniquea entre el bien y el mal y se sustenta en una desmesurada presencia de la Fatalidad y la Providencia. Sus valores son individualistas, precarios y perecederos; se mueve al ritmo de la actualidad, ofrece únicamente el aspecto lúdico-estético, su consumo es profano y valora como expresión suprema el ser realista, cualidades de la cultura de masas expuestas por el pensador francés.
 
La política en México no es infantilizante: es estupidizante. La muestra más acabada es el supuesto debate de la denominada «Mesa de la Verdad» protagonizada por miembros del PRI y el PAN. Pero también pueden agregarse los promocionales de los candidatos presidenciales que no dudan en presentarse con sus familiares y mostrarse como buenos padres de familia, esposos correctos, amas de casa impecables. Lo importante es aparecer y parecer en términos de extensiones del comercio de productos agradables, bienes consumibles por su fácil digestión.
El mejor producto de masas es Enrique Peña Nieto. Representa la banalidad de lo lúdico-estético y la ligereza de ideas. Es la encarnación misma del pensamiento cristiano de masas. La religión es otro elemento fundamental para entender el espíritu de nuestro tiempo mexicano. La iglesia mayoritaria decidió, junto con la oligarquía dominante, apoyar decididamente al priista. Junto a sus interese políticos, la iglesia católica estima en lo que vale, para sus intereses, el freno que impuso el PRI a la libertad individual sobre la vida sexual: paró las leyes que favorecían la libertad de las mujeres a decidir sobre la interrupción voluntaria del embarazo, sobre la adopción de hijos por parejas del mismo sexo y las bodas gay.
 
Los jerarcas católicos se suman a la creación del «espíritu» que hará posible el triunfo del candidato tricolor porque además, de esta manera, mantiene a raya a un candidato cristiano que resulta incómodo a las conductas sexuales de muchos sacerdotes y a su estatus económico y, ¡gracias a Dios! también frena la real amenaza de que ¡una mujer! llegue a la presidencia de la república, mostrando reivindicaciones que maltratarán el machismo religioso de los católicos, no obstante que Josefina Vázquez Mota sea una mujer creyente, católica, apostólica y romana.
 
¿Dudas? Publica Milenio, un diario claramente peñista y priista: «Que la jerarquía católica dejó clara su distancia de los candidatos… Los obispos dieron recibimiento frío, reunión corta y salida rápida para El Peje y a Josefina Vázquez Mota de plano no le facilitaron las condiciones para su encuentro con los medios, mientras a Peña hasta le dieron un salón especial para su conferencia y lo asistió el padre Manuel Corral, jefe de relaciones públicas de la CEM». (Trascendió, Opinión, 20/IV/2012). ¿Dudas? El canal televisivo de Vázquez Raña, el canal 28 de Grupo Imagen, el que tiene como Star a Pedro Ferríz de Cohn, calificado como derechista y promotor del PAN, lanzó al aire una telenovela sobre la relación entre el crimen organizado con el poder político y sus efectos perniciosos sobre el periodismo. Fue una apología de la supuesta relación de la PGR, del Procurador panista con el Chapo Guzmán. Ahora está en el aire otra telenovela. Las Infames, que pretende retratar el verdadero comportamiento de los militantes del «Partido Conservador», las corrupciones, conductas depravadas y cínicas de su «Ministro de Finanzas» y su grupo de trabajo en su batalla por la presidencia en contra de un gobernador de la ciudad, liberal, inteligente e incorruptible. ¿Dudas? Vea usted el documental De Panzazo, que resultó una caricatura del problema real del desastre educativo, pero efectiva película para quemar en leña verde al panismo.
 
Este es el «espíritu de nuestro tiempo»: una cultura política de masas para una democracia de oligarcas; una cultura popular de consumismo religioso, con visita del Papa incluida; una cultura hecha a base de marketing, que resalta la banalidad de lo estético-lúdico encarnado sobre todo por Enrique Peña Nieto; una cultura de la distracción y la evasión, con la política como espectáculo para consumo individual, todo para adormecer las conciencias y estupidizar los intelectos de los ciudadanos. La democracia en México llegó al punto de no retorno: o rechaza la política económica del consumismo cultural, que junto con la cultura de masas de la democracia de promocionales convirtieron al país en un súper-mercado, gracias a las técnicas del marketing, o verá ahondarse las desigualdades y la pobreza que harán inviable el pacto político que supone nuestra organización constitucional como nación.

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