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Columnas y artículos de opinión
Kairós
Las chambas: los engañosos ¿cómo clasificarlos?
Francisco Montfort Guillén
4 de mayo de 2012
alcalorpolitico.com
Silenciar una voz libre e independiente
ensordece a todos, viola sombríamente
 la alegría de vivir, desnuda la esencia
amoral del poder absoluto.
 
Francisco Montfort Guillén
 
El fin del trabajo es una más de las utopías del hombre. En realidad son pocas las personas que detestan trabajar. Aunque sí pueden ser millones los que le tengan tirria a su trabajo. Es cierto que ahora los trabajos en general son menos pesados en el esfuerzo físico. Y también que ha surgido la «cultura del ocio» gracias al aumento de los ingresos, a la reducción de las horas de trabajo, a los descansos y vacaciones pagadas, a la promoción del turismo y el confort. Sin embargo el trabajo es una necesidad humana de formación de la conducta personal que requiere ser satisfecha. El problema no se reduce a la obtención de ingresos. Se instala en los deseos y capacidades de realización personal de los individuos y los grupos sociales.
 
En cuanto a los ingresos el salario cumple la obligación de la reciprocidad por un trabajo realizado a cuenta o en lugar de otra persona. El salario debe permitir la satisfacción de las necesidades básicas, que ahora incluyen las de tener patrimonio propio y la diversión y el descanso en abundancia. Esta situación, sin embargo, sigue faltando a la mayoría de las personas en México. Los salarios en nuestro país son bastante bajos y lo son más por factores extraeconómicos que por las relaciones económicas obrero-patronales. Porque éstas están sobre-reguladas e inclinadas políticamente a favor de la clase empresarial a un nivel que afecta a los mismos patrones.
 
El origen de las desigualdades está en las relaciones de poder. No es una distorsión intrínseca del capitalismo, que como modelo de desarrollo sí genera otro tipo de desigualdades entre empresas, entre sectores productivos, entre países debido a factores tales que la invención tecnológica, las «necesidades de mercado» o necesidades sociales insatisfechas, las capacidades del capital humano y la competitividad del capital social, es decir, de la organización y el Management. Pero en cada empresa la distribución de las ganancias está sujeta también a las posiciones de fuerza de trabajadores y patrones. Si libremente acuerdan horarios, salarios y prestaciones de acuerdo al potencial y realización del negocio es factible llegar a acuerdos satisfactorios. Pero si estas negociaciones están enmarcadas en leyes y sindicatos contrarios a los intereses de los trabajadores, el resultado es su pobreza y el desfavorable crecimiento de la desigualdad.
 
Existen factores macroeconómicos que influyen sobre los salarios, su nivel de ingreso y su poder de compra. Por eso resulta difícil en extremo seguir creyendo que el crecimiento del mundo laboral/empresarial depende de los partidos políticos. En amplio espectro político, la influencia determinante no son los partidos sino los gobiernos: municipal, estatal y federal en ese orden, y las demás instituciones que regulan la actividad económica y de protección social. En el ámbito de la macroeconomía sí influyen, por supuesto, la globalización de los mercados y su dominio, la competitividad de productos y empresas, el ritmo y nivel de crecimiento del PIB, la predeterminación extraeconómica del nivel de salarios y la inflación.
 
El salario real y su poder de compra es el indicador más pertinente para medir el desarrollo: se convierte en el sostén de la libertad y autonomía de los individuos. En los años cincuenta el salario real crecía a una tasa promedio de 8.2% aunque en la década siguiente, sólo lo hacía ya a 5.5% gracias a que el modelo de crecimiento se sostenía sin inflación, y sobre la base de incorporar mano de obra ociosa y descalificada y tierras expropiadas promovidas por la Reforma Agraria. Agotado este modelo, el salario real empezó a decaer. Con los delirios de Luis Echeverría, que quiso regresar al modelo cardenista de control político de la economía, trabajadores y empresarios, cuando el mundo se enfilaba hacia una nueva fase del liberalismo económico, el salario registró un crecimiento de 0.1% anual. Después fue la debacle. En los años ochenta la pérdida de poder adquisitivo real del salario fue de menos 7.3%; en los 90´s la caída anual media se situó en 4.5%. A partir del año 2000 el crecimiento del salario real regresó, aunque tímidamente. El poder de compra ha sido en términos reales de 1.3% al año, gracias a lo cual se han empezado a conformar nuevas clases medias. La inflación durante los 1990 fue casi cuatro veces superior a la registrada a partir del año 2000. (Enrique Quintana, La edad de oro del salario, Negocios, Reforma, 25/IV/2012).
 
 Existe en Estados Unidos un ranking para determinar cuáles son «Los trabajos más preciados… determinados, además del salario, por cuatro factores: el ambiente de trabajo; la cantidad de estrés; el esfuerzo físico requerido; y campo de crecimiento». (Cecilia Ávila, Generación Universitaria, El Universal, 24/IV/2012). Los peores empleos son el de leñador, ubicado en el sitio último; el de ganadero vacuno, lugar 199 entre los 200 empleos analizados; soldado raso (198); trabajador de plataforma petrolera (197); reportero de medios impresos y televisión (196); mesero (195). Los mejor valorados fueron: 1.-Ingeniero de software; 2.- Actuario; 3.- Gestor de Recursos Humanos; 4.- Higienista dental; 5.- Gestor de finanzas. Resulta evidente la mejor valoración de las profesiones de última generación con sueldos elevados y dedicados a los servicios. Esta es la expresión de la nueva revolución tecnológica.
 
Así que el salario real o poder de compra, depende de la macroeconomía, del capital comercial y bancario, del Estado y su política financiera y de fomento al trabajo y a la creación de empresas. El salario, en cada centro de trabajo, es un resultado del sector productivo en que se desenvuelve la empresa y de su tamaño, del poder de trabajadores y su patrón, y de legislaciones e instituciones públicas complementarias del bienestar colectivo; la calidad y aprecio de los trabajos, dependen de la importancia sociocultural de la actividad productiva, de la vocación profesional y los deseos de realización personal de cada trabajador y, por supuesto, de las condiciones de trabajo y ambiente laboral que es capaz de crear el capital social u organizacional, es decir, de la calidad directiva.
 
Así que en realidad, el salario real, el éxito empresarial, el crecimiento económico y el desarrollo tienen muy poco o nada que ver con el partido que gobierne. Estas y otras situaciones están realmente ligadas con la capacidad de gerenciar procesos sociales, micro y macro, contradictorios y complementarios de los empresarios y trabajadores, de los científicos tecnólogos y de las instituciones públicas: leyes y estructuras competitivas de los poderes. Por eso ni el PRI, ni el PAN o el PRD han conseguido sacar al país del subdesarrollo: no está en sus funciones ni en sus capacidades. La chamba de los integrantes de los partidos es el engaño político de las masas, con base en su oferta ideológica. Pero esta chamba no está catalogada como tal en el análisis laboral antes comentado. Usted puede, sin embargo, calificar la chamba de los políticos como mejor desee.