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Columnas y artículos de opinión
Kairós
La vencedora y el perdedor del debate-show electoral
Francisco Montfort Guillén
11 de mayo de 2012
alcalorpolitico.com
La ganadora. Por supuesto que fue ella la vencedora indiscutible. Su sola presencia causó verdadera conmoción. Modificó los sentimientos y las emociones de millones de personas. Desvió las sensaciones hacia su condición de criatura independiente, con su propio estatus social, liberada de la dependencia marital; centro inequívoco de la «escuela de las miradas, los elogios y los deseos»; resumen de todas sus variantes y estratos sociales: damitas cursis recién casadas y ya aburridas, clase medieras prejuiciosas; pobres y humilladas; apasionadas enamoradas y amantes ingenuas, seducidas, engañadas, libertinas, seductoras, cortesanas, novias celosas y madres posesivas; mujeres creadoras de monstruos o genios y celebridades; niñas violadas y o solteronas desquiciadas por la soledad, engañadoras y engañadas, seductoras y seducidas, adúlteras felices y fieles aburridas. Ella, Julia Orayen, modelo y play-mate del reino de Huge Hefner desafió con su belleza, apenas engañada con un vestido blanco, el show del debate electoral. Le dio marco al espectáculo político montado, en donde brilló la mediocridad intelectual.

El gran perdedor. También resultó evidente que poseer y hacer gala de una fortuna personal considerable, de aparecer siempre bien vestido como galán de televisión, codearse con estrellas y hombres y mujeres de grandes fortunas, actuar como amo de sus colaboradores, desafiar autoridades, esconder sus miserias intelectuales y discursivas detrás de un bien armado equipo de difusión y de creación de imagen no le dan a este mexicano la solvencia moral y de pensamiento propio para enfrentar adversidades sin la ayuda de su grupo de técnicos. Sus rivales le impidieron moverse, hacer su juego, le taparon las salidas y él fue incapaz de improvisar, de crecerse ante la adversidad, de mejorar su rendimiento, de mostrarse como un verdadero líder. Al final ha tenido que reconocer la superioridad de sus opositores porque ellos fueron más contundentes, tanto a la ofensiva como a la defensiva. Sí, indiscutiblemente, Ricardo Salinas Pliego, a pesar de su poder económico, de tener como asesor a un ex mundialista, perdió el juego ante el Tuca Ferreti y sus Tigres de la Universidad de Nuevo León.

Los otros actores del show. Resulta pueril querer determinar quién «gana un debate». Para cada persona que tiene una preferencia política resulta evidente que ve ganar a «su favorito». Eso fue lo que expresaron los coordinadores de campaña de cada uno de los precandidatos presidenciales y los presidentes de sus partidos políticos. Y la percepción sobre el «verdadero ganador» será impuesta por el equipo de campaña que cuenta con más recursos económicos para decretar una «verdad mediática». La simplificación estereotipada de que el «vencedor» de un debate gana la elección presidencial proviene del triunfo electoral de J.F. Kennedy sobre Richard M. Nixon. Lo que en México no se dice es que cómo el «perdedor Nixon» ganó posteriormente. Sobre su triunfo existe un libro en el cual se recoge la experiencia de su derrota y de la forma en que construyó su victoria. Y ésta no llegó precisamente, porque después haya ganado los debates.


En la obra Cómo se vende un Presidente está detallado el conjunto de tareas y esfuerzos para construir la victoria de Richard Nixon. Es el primer hombre político que es «fabricado» y «vendido» como producto. Esta puesta en escena requiere años de construcción. La disputa electoral y los debates son únicamente actos encadenados, posteriormente, a los acuerdos políticos previamente amarrados, a las decisiones de los «grupos y personas de poder» y sus enormes respaldos económicos, a los trabajos de investigación de mercados y diseño del producto a vender. Esta gigantesca labor es la que, en el caso de México, sostiene la candidatura de Enrique Peña Nieto; es la que le permite aparecer con una enorme ventaja en las preferencias y es, en fin, la que impide a sus contrincantes desbancarlo a partir de un simple debate. Y no está por demás recordar que esta campaña se hace con las reglas del juego que el IFE sanciona con base en las actuales leyes.

Las encuestas medirán, a su manera, las percepciones sobre la actuación de los personajes, porque para eso sirven los debates: para posicionar imágenes públicas. No para mostrar sólo buenas propuestas, para demostrar inviables las de los rivales. No. Los debates son la exposición de las personas, de los candidatos dialogando sobre sus ideas, sentimientos, realizaciones y equivocaciones; auto-elogiándose y denostando a los contrincantes. Se trata de duelos verbales para mostrar si los participantes conocen los principales problemas del país, si han sabido hacerles frente desde los puestos públicos anteriormente desempeñados y si poseen alguna que otra idea original, nueva y brillante para poner en práctica y resolver algunos de los problemas del país. Esto es así porque la «agenda política» obligada la marca la realidad de México, no los deseos de los candidatos, ni tampoco las ocurrencias, mejor sustentadas en algunos casos, de los intelectuales o expertos asesores.

Resultaron notables, eso sí, las expresiones y actitudes de algunos de los actores y sus equipos. Enrique Peña Nieto se notó desconcertado, titubeante por momentos, debido a las puyas de Andrés Manuel López Obrador y en menor medida por las de Josefina Vázquez Mota. Peña Nieto cometió un error imperdonable en estos espectáculos: elogió a su rival del PAN. Por otra parte se mostró molesto por las críticas recibidas y perdió tiempo disculpándose por no tener el tiempo suficiente para contestarlas. A pesar de todo, expresó correctamente sus principales propuestas y su desempeño personal continúa desligado de las preferencias de voto por su candidatura. Su jefe de campaña Luis Videgaray, en el post-debate con López Dóriga, mostró la alegría del enterrador o del agente de funeraria. Su rostro reflejaba sus sentimientos de frustración y no consiguió, como antes del debate en otros foros, demostrar seguridad y la alegría que le asistía cuando exponía la razón en sus argumentos.
Como quiera que sea, consiguieron transmitir la idea de que Peña Nieto actúa ya como presidente electo. Aunque fue notoria su molestia, la misma que compartió el presentador de noticias estelar de TELEVISA. El «Jefe Joaquín» como le llaman algunos de sus colegas, estaba enfadado por las críticas certeras (recordemos que el debate es un espectáculo más de la cultura de masas de la política mexicana) de AMLO a Peña Nieto sobre su dependencia orgánica con esa empresa. Además de su gesto de enojo, el locutor no perdía la ocasión para expresar su desacuerdo y fustigar al IFE por la obligación de transmitir los promocionales de los candidatos.


No existen vencedores netos de este espectáculo, pero si tenemos vencidos. Los pleitos entre los políticos con la Cámara Industrial de los dueños de los medios y con los dueños mismos, produjeron que en este proceso las televisoras, radiodifusoras y medios impresos quitaran centralidad a los procesos electorales. La «Venganza de los Mass Media» ha perjudicado a la incipiente democracia mexicana tanto como los propios diputados y senadores, junto con sus partidos, han causado daño, con sus acciones, a la renovación de los poderes. Para los mass media, las elecciones políticas, incluidas las presidenciales, al dejar de ser para ellos un negocio, constituyen un asunto más de su barra de programación.

Las elecciones no significan, como antaño, «el momento» de atracción de consumidores específicos. Y este hecho, en una cultura de masas, y en una sociedad como la mexicana, formada en el horizonte cultural del autoritarismo, la opción única, la desinformación y la pésima calidad de su reducida escolaridad, resulta un daño mayor que conformará, por mucho tiempo, la visión de los vencidos: la de los que piensan que la sociedad, los ciudadanos necesitan mejor formación política y adecuada a la democracia moderna para elegir con mayores y mejores conocimientos a sus autoridades. La «televisión hecha para jodidos» (Emilio Azcárraga Milmodixit) por un «soldado del PRI» ha sido reforzada y entrado en otra etapa; se trata de la televisión hecha para universalizar la banalidad del consumismo político, sin preferencias políticas e ideológicas más allá del oportunismo, los grandes negocios, el sometimiento del nuevo absolutismo de diputados y senadores a los deseos de los mass media, confirmada esta dependencia con el regreso, por la puerta de atrás, de algunos privilegios que en materia de difusión oficial de las campañas, habían perdido las televisoras y radiodifusoras.Vivimos en una sociedad del espectáculo. El show debe continuar: lástima que los actores políticos sean tan de pésima calidad.