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Columnas y artículos de opinión
Al Pie de la Letra
Fuentes, frustrado
Raymundo Jiménez
17 de mayo de 2012
alcalorpolitico.com
Aunque el candidato presidencial de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, declaró anteayer que el escritor Carlos Fuentes había votado por él en las elecciones de 2006, lo cierto es que ahora el literato que sorpresivamente falleció este martes tenía sus reservas hacia el ex jefe de Gobierno del Distrito Federal.

Y es que según había declarado Fuentes, en su opinión ninguno de los cuatro aspirantes presidenciales tiene el tamaño de estadista que requiere México para afrontar los graves problemas no sólo de inseguridad, pobreza y desempleo sino para impulsar la reforma política que se necesita para la transición democrática real del país.

Días después de haber presentado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid su novela “La silla del águila” acompañado del ex presidente español Felipe González y del periodista Alan Riding, ex corresponsal del New York Times en México y autor del famoso ensayo “Vecinos distantes”, el 4 de junio de 2003 Fuentes publicó un texto periodístico titulado “Maquiavelo en México”, en el que advertía sobre los inmensos “obstáculos que ofrece la cultura autoritaria mexicana”, lo cual ha permitido hasta ahora sólo una simple alternancia en el poder.


Fuentes refirió que durante este diálogo en Madrid “Nicolás Maquiavelo fue citado por todos los participantes pero yo tenía la particular preocupación de pensar en Maquiavelo para México y muy emparentado con las próximas elecciones legislativas del 6 de julio en nuestro país”.

“Maquiavelo –exponía Fuentes– distingue entre ‘principados nuevos’ y ‘principados hereditarios’. Durante siete décadas, México fue principado hereditario. El poder se heredaba cada seis años, canalizado por el PRI. El Príncipe en turno dictaminaba, desde la silla del águila, quién sería su sucesor. Seguramente, muchos factores concurrían para dar el dedazo y descubrir al ‘tapado’: el poder del dinero, las agrupaciones gremiales, obreras y campesinas, los poderes locales de la Federación, las burocracias, el ‘vecino distante’ de Alan Riding... Pero al fin y al cabo, quien ocupaba la silla del águila decidía quién habría de sucederle. ¿El más competente? A veces. Ávila Camacho juzgó con acierto que el mejor y más hábil ‘tapado’ era Miguel Alemán. Alemán, muerto su delfín Héctor Pérez Martínez, optó sagazmente que después de la embriagadora actividad de su gobierno, convenía un presidente aspirina. El ‘mejoral’ fue Adolfo Ruiz Cortines, acaso el más hábil presidente priísta y el más ajustado a la virtud hereditaria tal y como la describe Maquiavelo: los principados hereditarios son los más fáciles de gobernar. Basta con no hacer olas y contemporizar con los accidentes. El sobre lacrado, los líderes ‘charros’, la mano de fierro envuelta en guante de terciopelo... Las mañas de don Adolfo son innumerables... e irrepetibles.

“La regla hereditaria se continuó cuando Ruiz Cortines le dio el dedo de oro a Adolfo López Mateos. Pero a partir de entonces, el principado hereditario inicia su declive. La legitimación revolucionaria entra en crisis, la represión crece (ferrocarrileros, maestros, Siqueiros, Heberto Castillo) y un heredero ingrato, Gustavo Díaz Ordaz, pasa de ser el más sumiso colaborador de López Mateos a su más encarnizado perseguidor, una vez que ocupa la silla del águila. El drama florentino se repite cuando Díaz Ordaz destapa al fiel Luis Echeverría y recibe, fuera del poder, el vehemente ataque de su delfín. Lo mismo le sucede a Echeverría con el suyo, José López Portillo y, en menor grado, a éste con Miguel de la Madrid. La sucesión De la Madrid-Salinas restablece la paz hereditaria que no tarda en romperse, por última vez, en el choque brutal entre Carlos Salinas y su sucesor, Ernesto Zedillo.


“Zedillo es el último ‘príncipe hereditario’. Respeta la ley y transmite el poder al ‘príncipe nuevo’, Vicente Fox, quien no tarda en encarnar todas las advertencias de Maquiavelo acerca del paso de la herencia a la novedad. Los hombres, dice el florentino, mudan de gobierno creyendo mejorar. Pero el nuevo príncipe, por el simple hecho de su novedad, porque rompe una tradición, porque agita las aguas, no tarda en enfrentarse a una minuta de problemas ausente de la república hereditaria.

“El príncipe nuevo, por principio de cuentas, ofende a los que ha desalojado. Cuenta con la enemistad fervorosa del viejo orden, sobre todo (léase Roberto Madrazo, priísta a la antigua) cuando de verdad es viejo o sea incapaz de renovarse para mejorar y aspirar al poder en un nuevo clima democrático (léase Beatriz Paredes, priísta renovadora). El nuevo príncipe, amén de contar con la enemistad del principado anterior, no puede satisfacer a todos los amigos, no puede darles todo lo que le piden. Y sus defensores –Maquiavelo dixit– son tibios. La incredulidad pesa sobre las acciones del príncipe nuevo. La censura cae sobre su ausencia de acciones. La falta de experiencia lastra y desprestigia muy pronto al nuevo príncipe.

“La actualidad de Maquiavelo la demuestra su funesto aserto: el primer error del Príncipe nuevo es siempre su gabinete. Pero más allá de este error –fatal para Maquiavelo– el ‘pequeño escribano florentino’ le recomienda al príncipe nuevo, ante su gabinete, oír y decir la verdad sin temor de ofender. No hay mejor manera de defenderse de los aduladores. Pero –enorme pero– si todos pueden decirle la verdad al Príncipe, la falta de respeto se convierte en norma de la gobernanza. Por lo tanto –recomienda Maquiavelo– el nuevo príncipe ha de elegir consejeros de Estado sabios y otorgar libre arbitrio a sus colaboradores en función de la demostrada o demostrable inteligencia de cada cual.


“En todo caso, le dice Nicolás Maquiavelo a Vicente Fox, el príncipe debe ser origen de los buenos consejos, no los buenos consejos origen del príncipe. Le es más fácil al nuevo príncipe, al cabo, oponerse a los grandes, que son pocos, que al pueblo, con el cual el príncipe ha de vivir siempre, en tanto que los grandes pueden ser empequeñecidos, hechos y des-hechos. En última instancia, el pueblo puede cambiar al príncipe, pero el príncipe no puede cambiar al pueblo. Sin embargo, como Maquiavelo sabe ver todos los ángulos de sus propias proposiciones, los grandes, por el hecho de ser pocos, le dan seguridad al príncipe y el pueblo, por ser muchos, se la quitan. Por lo tanto, el pueblo requiere un príncipe sabio que sepa fundar su gobierno en lo que es suyo y no en lo que es de otros. Y el pueblo será suyo, concluye Maquiavelo, si el príncipe entiende que el pueblo amigo es el único remedio cuando, inevitablemente, el gobernante cae en la adversidad”.

Fuentes no pasó por alto el realismo cínico de Maquiavelo cuando se aparta de las luces del poder y revela sus sombras. “El príncipe debe ser temido pero no odiado. Los hombres respetan menos al que se hace temer que al que se hace amar. El príncipe no debe apartarse del bien, si se puede. Pero debe ejercer el mal, si es necesario. Necesidad, virtud, fortuna. Estos tres pilares de la filosofía política de Maquiavelo matizan y enriquecen poderosamente cuanto llevo dicho. Sol y sombra. La necesidad puede ser determinada por las vías nefandas –la via scellerata– para llegar al poder. El asesinato, la traición, la infidelidad en nombre de la necesidad. Pero, bien gobernada, la necesidad puede ser estímulo para la acción política. Maquiavelo –se olvida a menudo– cree en la libertad (‘Nadie podrá arrebatarnos esa mínima y gloriosa parcela de libertad que Dios le ha dado a cada hombre’) y la libertad elimina, dice, la posibilidad de un mundo completamente necesario o fatal.

“La virtud, segunda columna, está ya implícita en la necesidad. La virtud es el libre albedrío en acción. Pero así como la necesidad se mueve de la sombra a la luz, la virtud puede hacer el trayecto inverso. La virtud puede ser máscara de la simulación política, de tal suerte que lo importante de la virtud política no es tenerla, sino parecer tenerla.


“La raíz etimológica de la virtud es vir, hombre. La fortuna, tercer principio, es, como su nombre lo indica, femenina y debe ser tratada como el muy misógino Maquiavelo trató a su propia esposa: a palos. La fortuna es mujer y por lo tanto perturba al gobernante con su ambición desmedida, su volubilidad, su activismo perverso, su amenaza a una política racional. Dura más en el poder quien menos depende de la femenina Fortuna”.

Fuentes concluía que la lección que nos deja para nosotros, para nuestro tiempo, el gran pensador florentino es sólo y simplemente, esto: “Un buen gobierno procede de acuerdo con la calidad del tiempo. Un mal gobierno es el que actúa contra la calidad del tiempo. El mal gobierno se arruina si persiste en los vicios del tiempo pasado. El buen gobierno, en cambio, muestra respeto y paciencia para con los horarios del tiempo. Los horarios del tiempo –el zeitgeist o espíritu del tiempo en lengua alemana. Conocerlo, sentirlo, actuarlo, es el sello del gran gobernante…”

Y exponía que las elecciones del 6 de julio de 2003 y sus secuelas “nos indicarán si, en México, Vicente Fox habrá aprendido a actuar de acuerdo con los horarios del tiempo –o a nadar, de muertito, a contracorriente”.


Casi nueve años después, Fuentes debió morir frustrado. Ahora le habría dado la razón al ex-presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, a quien una vez le preguntó si leer “El Príncipe” de Maquiavelo era requisito indispensable para un buen gobernante latinoamericano. “Como andan las cosas lo mejor sería que nos pusiéramos a leer ‘El principito’ de Saint-Exupèry”, le contestó el ex mandatario venezolano.