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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Carta a un elefante que le escribió a un rey
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
18 de mayo de 2012
alcalorpolitico.com
Señor elefante:

Perdone que empiece por anteponer el “señor” a su nombre, pero como la Real Academia Española de la Lengua prescribe que ese nombre es inespecífico en relación con el sexo, se le debe anteponer algo que nos aclare si se trata de macho o hembra. Y usted dice en su carta “soy un elefante”, así es que deduzco que es usted macho, y la verdad muy macho debe ser al atreverse a escribirle a un rey extranjero, aunque bastante conocido en el continente de usted, como lo es en el mío por razones muy semejantes, y decirle tres verdades que le deben estar pesando más que la férula o prótesis o lo que le hayan puesto en su osamenta fracturada.

Mire, usted, señor elefante: yo no soy, de ninguna manera, simpatizante de monarcas y tiranos. Siempre me ha parecido que esa figura, o esa forma de asumir el poder absoluto en una sola persona, es una aberración histórica que ya debe quedar para quienes gustan de películas de terror o bizarras o de Walt Disney. Entiendo que aún muchos se empeñan en seguir buscando y eligiendo reyes y reinas, así sean del carnaval, de la primavera, de la escuela fulana o perengana, de la feria de la flor y del ejote, etc., etc., pero me parece un anacronismo que anden por ahí esos monarcas reinando –de verdad o de mentira- sobre pueblos que deberían haber aprendido que estamos en el siglo XXI y que de ninguna manera se puede concentrar la voluntad de la mayoría y de las múltiples minorías de una nación en una sola mente y voluntad, por más que se precie de descender del mismísimo Dios. Y mire de dónde es quien se lo dice a usted…


Entiendo que este rey que fue a matarlos a ustedes, los elefantes, no es el mismo que mandó sustraer violentamente a millones de hombres –paisanos de usted- para fortalecer un sistema económico de explotación allende sus mares. Tampoco es el que aplaudió la dominación y vejación de otros millones de indígenas en estas tierras americanas. Todo esto era legal y muy legal; vamos, hasta bendecido por los prelados, como ahora cazar elefantes en África. No, este rey es otro. Que este y aquellos tengan las mismas aficiones cinegéticas no nos permite concluir que tengan el mismo objetivo y basen su conducta en los mismos principios. También entiendo que los que viven bajo el gobierno de este rey sintieron que revivían cuando desapareció el tirano que antes los había gobernado. Debo reconocer –aunque repito que no simpatizo ni con él ni con ningún otro monarca o tirano- que, pese a su carácter violento, visceral y primario, ha sido un hombre prudente. No sabio, pero prudente, o al menos, discreto, sensato. Porque su patria ha tenido que sortear dificultades de muy grave peso, y él ha podido acordar –¡fíjese usted!- hasta con un zafio como José María Aznar que hizo honor a la paronimia de su apellido con otro viejo ejemplar de la raza viviente y mamífera, aunque este, cuadrúpedo y solípedo. Claro que, por lo que de él he visto y tengo sabido, ciertamente le ha de ser más cómodo tratar con figuras como Aznar o Rajoy que con Rodríguez Zapatero o Felipe González, pero “ahí la ha llevado”, como decimos en mi tierra.

Señor elefante: usted puso, en su carta, unos puntos muy grandes sobre unas íes también muy grandes. El rey cazaelefantes debe estar muy corrido, no por lo que hizo y solía hacer –cazar paquidermos-, sino porque se quebró un hueso durante su real safari y, más, porque eso se haya sabido en todo el mundo. Seguramente sus vasallos –creo que así se les llama a los gobernados por un rey- deben tener muchas cosas más que decir al respecto, sobre todo en lo que se refiere a su situación económica –la del rey y la de ellos, sus súbditos-, pero por el momento lo que yo quiero decirle es que estoy seguro, y quiero trasmitirle mi confianza: él no volverá al continente de usted a cazar más de sus cófrades. El dardo pegó en el blanco, y el blanco fue el mismo que lo disparó. Y este dardo pegó en el corazón real, y me parece que, mientras el rey se recupera del quebranto físico –que moral no parece tenerlo-, estará pensando seriamente en que, si antes de él hubo un tirano que lo eligió por sucesor, siendo que no era ni es un tirano, él mismo puede dejar ese poder definitivamente en manos de su legítimo dueño, es decir, del pueblo, y cerrar así, aunque sea con un broche de marfil -¡perdón: que sea de marfil sintético!- esa otra etapa de un pueblo que merece algo mejor.

Atentamente


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