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Columnas y artículos de opinión
Historias de Cosas Pequeñas
Bio [éticos]
Juan Antonio Nemi Dib
21 de mayo de 2012
alcalorpolitico.com
¿Se debe prolongar la vida de un paciente en estado de coma cuya enfermedad no tiene posibilidad de reversión?, ¿hasta qué límite?; ¿se debe suspender la asistencia de vida a un enfermo irremediable?; ¿quién debe tomar la decisión de quitar al paciente terminal el soporte artificial de la vida?, ¿los médicos o los familiares?, ¿bajo qué criterios?; ¿deben el médico y/o los familiares tomar decisiones respecto del paciente cuando éste aún está en condiciones de hacerlo?; ¿es lícito abreviar deliberadamente la vida de pacientes terminales mediante procedimientos eutanásicos?; ¿cuál es la diferencia entre “abreviar la vida” y “retirar el soporte de vida” en pacientes terminales?;¿es adecuado utilizar medios paliativos que disminuyen las molestias pero restan conciencia en los pacientes y acortan la vida?

¿Qué hacer cuando hay un pronóstico razonable de éxito para un paciente en estado crítico pero él y sus familiares carecen de medios para sufragar la terapia?, es decir, ¿cómo resolver el dilema de tecnología y fármacos disponibles versus incapacidad para costearlos?; si una entidad médica de carácter privado destinada a la rentabilidad poseyera medios terapéuticos capaces de salvar vidas y estos medios no estuviesen disponibles en instituciones públicas o filantrópicas, ¿se le debería obligar a utilizarlos en pacientes sin posibilidad de pago aunque ello le representara pérdida patrimonial a la empresa?

En el hipotético caso de que sólo existiese un equipo de soporte de vida y dos pacientes lo requirieran con urgencia -un adolescente y una gestante, por ejemplo-, ¿a cuál de los dos debería privilegiarse con el tratamiento?; ¿debe respetarse la voluntad de un paciente que por razones ideológicas o religiosas se niega a recibir un tratamiento simple o complejo como un fármaco o una transfusión que podría salvarle la vida o éste debe aplicársele independientemente de su voluntad?


¿Es lícito utilizar placebos y terapias simuladas en pacientes a los que, se supone, puede mejorarse su estado de ánimo mediante la idea de que están siendo tratados?; ¿es apropiado utilizar tratamientos novedosos de los que se desconocen las posibles contraindicaciones, secuelas y consecuencias, cuando se trata de “medidas de emergencia”?; ¿es lícita la “experimentación en sí mismos” que practican algunos científicos y médicos?; ¿es moralmente reprensible que se utilicen animales para probar y medir los efectos de sustancias médicas antes de su prescripción a seres humanos?, ¿se deben proscribir los conejillos de Indias?

¿Se deben utilizar medidas legales para impedir que personas con trastornos genéticos heredables comprobados procreen descendientes?; ¿se debe impedir mediante la fuerza del Estado que las mujeres que han sido víctimas de violación puedan abortar?; ¿debe aceptarse el aborto en gestantes con deficiencias morfológicas y funcionales comprobadas del embrión o feto?; ¿deben los abortos financiarse con recursos fiscales y llevarse a cabo en instituciones públicas?; ¿es adecuada la castración (química/fisiológica) como medida profiláctica contra los agresores sexuales?

Cuando no se tienen claros los efectos en la psique y el estado de ánimo de los pacientes y se corra el riesgo de afectar su estado general, ¿están obligados los profesionales de la medicina a “decir la verdad” a los propios enfermos respecto de los diagnósticos y los pronósticos?; ¿es legítimo, en caso de epidemias gravísimas como la del ébola, confinar a las personas por la fuerza e impedirles su libre tránsito como ocurría antaño con los pacientes leprosos?; ¿deben los médicos desaconsejar e incluso prohibir el uso de medios alternativos -víboras de cascabel, caldos de zopilote, biomagnetismo, “limpias” y otras técnicas no ortodoxas- en pacientes de estado crítico?


¿Deberá permitirse la aplicación de vacunas y procedimientos de ingeniería genética para modificar las características físicas, funcionales y cognitivas de personas no nacidas, incluyendo cambios a su aspecto externo e incremento de sus capacidades físicas e intelectuales?

En breve plazo, los avances en el estudio de la genética permitirán “mejoras drásticas” en la mayor parte de los organismos vivos. Hoy, animales y plantas genéticamente modificados forman parte de nuestra vida cotidiana, en mucha mayor cantidad de lo que podría pensarse: ganado que se adapta a climas específicos e incrementa su producción de leche y su volumen de carne, granos resistentes a tal o cual plaga, toronjas más jugosas, de color más atractivo y menos ácidas, microorganismos diseñados para comer hidrocarburos y limpiar derrames; flores naturales de colores artificiales, exógenos, proyectadas para satisfacer al caprichoso mercado; hay ya, como algo común, fábricas de piel humana para auto implantes y transplantes dérmicos. En poco tiempo dispondremos de algas productoras de aceites combustibles y seguramente se multiplicará la capacidad productiva de los sembradíos, por no hablar de “antibióticos sobre pedido”.

Desde el punto de vista técnico, con el mapeo del genoma, pronto sería posible producir humanos previamente proyectados, diseñados: más fuertes, más resistentes, más inteligentes, más trabajadores, más altos, más flexibles, más longevos, más guapos (as), menos enfermizos, menos vulnerables, tal y como lo habría deseado el activista ario más radical, ¿pero también más sumisos, más dependientes?, ¿quién va a regular todo esto?


Frente al vertiginoso y sorprendente avance científico de los últimos 130 años, particularmente en el ámbito de la biología y la medicina, la filosofía y la ética sufren un rezago abismal. Temas como los “vientres de alquiler”, los bancos de óvulos y de esperma humano, las técnicas invasivas de reproducción asistida y algunos procedimientos de alteración genética son cosa común y de todos los días, sin que las leyes, los protocolos operativos de las instituciones e incluso las políticas públicas estén preparadas para ello, por no hablar de las decenas de preguntas sobre el tema para las que no aún existen respuestas claras, mucho menos unívocas o universales.

Es urgente trabajar con seriedad sobre el tema, a fondo, considerando las implicaciones de cada novedad científica, tecnológica y terapéutica, estimulando el desarrollo de lo que puede elevar la calidad de vida de todos y poniendo límites claros a lo que puede derivar en aberraciones y trastornos sociales no deseados.

Por fortuna, la semana pasada se instaló en Veracruz la Comisión de Bioética. Frente a este escenario, no hay duda de que sus actividades serán para bien.