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Columnas y artículos de opinión
En Caliente
Ladrón que roba a ladrón…
Benjamín Garcimarrero
4 de junio de 2012
alcalorpolitico.com
Las palabras del obispo de Orizaba Marcelino Hernández que fueron: “Jesús está secuestrado” cuando se enteró de que había sido asaltada la capilla de Monte Carmelo, me pareció un grave atentado a la inteligencia de cualquier persona que no tenga la calidad de mentecato.
 
El obispo se quedó varado en la edad media, aplicando los resultados del Concilio de Trento que duró aproximadamente dieciocho años y fue convocado por Paulo III, seguido por Julio III y culminado por Pio IV, abarcando desde el año 1545 hasta 1563.
 
El decreto sobre la eucaristía conocido también como transubstanciación se tomó un 11 de octubre de 1551.
 
La iglesia de Oriente y los seguidores de Martín Lutero que dieron base a las protestas contra los negocios y mentiras de la Iglesia, desaprobaron aquella idea de la transubstanciación que significaba la incorporación del cuerpo de Jesús en la ostia y la sangre en el vino lo que representa un acto de canibalismo religioso.
 
Ahora resulta que además de esa aberrante decisión, el llevarse una custodia de oro conteniendo una ostia consagrada, implica un delito idéntico al secuestro de Jesús.
 
Poco favor le hace don Marcelino Hernández a su Dios, que se deja secuestrar por uno o varios facinerosos sin que se desencadene cuando menos un rayo vengador con la espada del Arcángel Gabriel que se aventó la puntada de correr a Eva y Adán del paraíso; aclarando de antemano que no era asunto personal.
 
Explicación al canto: El ángel Gabriel significa en hebreo: la fuerza de Dios y es uno de los tres arcángeles principales dentro de las religiones judía, cristiana e islámica. Las Iglesias católica, ortodoxa y algunas protestantes, junto con el islam lo consideran así por ser junto con Miguel y Rafael, los únicos ángeles con nombre encargados de cumplir misiones importantes. Es también considerado el Ángel de la Muerte con el encargo de impedir la entrada de los descendientes de Adán y Eva al paraíso. Por si quisieran volver, claro. Algo así como lo que está haciendo ahora España con la mexicanada, solo falta que se les pida una carta de invitación firmada por el Rey mata elefantes, a la que si le han de hacer caso.
 
Pero para no desviarme, vuelvo al tema central después de la digresión aclaratoria.
 
El robo y el “secuestro” son delitos que se persiguen de oficio, independientemente de que el que haya sido secuestrado sea Jesús o cualquier otro menos importante; El obispo Marcelino, tiene posibilidad de denunciar el robo aunque los bienes robados no sean de él, como es el caso de los tesoros que guardan las Iglesias que desde la época de Juárez pasaron a ser propiedad de la nación, por lo que la ley que los rige es la ley de Bienes Nacionales.
 
Esto significa que el apoderamiento indebido de esos bienes por parte de la curia, también es un robo, sin mencionar que son ellos mismos los que tienen secuestrado a Jesús haciendo creer a los feligreses que está en sus manos invocarlo y sembrarlo en una rueda de pan de harina y en consecuencia lo mismo ocurre con el vino, que de ese no convidan.
 
Es una completa mentira la afirmación de que hay deficiencias legislativas; ¡en el derecho no hay lagunas!; por cuanto hace al robo de bienes nacionales que la curia pretende tener bajo custodia, son ellos mismos lo que debieran hacer inventario de ellos y rendirle cuentas al Estado que es el propietario original de esos tesoros artísticos.
 
Tengo en la memoria las extraordinarias joyas artesanales y escultóricas que había en los dos templos de Jalacingo, (matriz y sucursal) de donde fueron lentamente desapareciendo y quizá ahora se encuentren en colecciones particulares de algún potentado eclesiástico.
 
Hay también cientos o miles de réplicas que han substituido a los originales quizá guardados en las manos de un testaferro clerical.
 
Anda perdido el Cristo del Gran Poder, sustraído o secuestrado de Tlacolulan Ver; escultura con gran valor artístico y no recuperado aunque hay por ahí una replica bien clonada made in Cholula.
 
La mayor parte de los tesoros de la Iglesia mexicana, escondidos desde la guerra cristera, están debidamente guardados y custodiados y no precisamente por el Estado, ni en el inventario de bienes nacionales. Los tienen personajes con nombres rimbombantes.
 
Allá por los años sesenta, por circunstancias que no recuerdo, fui a una mansión en la colonia San Ángel en del D. F. a conocer una serie de tesoros, mantos de oro y pedrería, brillantes, esmeraldas y rubíes entretejidos en grandes cubiertas para altares; custodias de oro, incensarios, botafumeiros, campanillas, palios y mil adminículos más, usados en la liturgia, que custodiaba un poderoso hombre cuyos apellidos no vienen al caso mencionar. El suceso es de esos que dejan cicatriz perpetua en el alma y un extraño sabor entre indignación y envidia.
 
Más aún, se remueve cuando un pobre pedigüeño se acerca a rogar por una moneda para las misiones o para Cáritas, a nombre de la organización más rica de la tierra que es la mafia vaticana.
 
¿No podrían acaso concederles a esos ladrones la indulgencia de cien años de perdón?