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Columnas y artículos de opinión
Condena o gloria
Angel Lara Platas
5 de junio de 2012
alcalorpolitico.com
A pocas semanas de la culminación de la contienda electoral por la Presidencia de México, la más aguerrida jamás vista en la reciente época, se mueve a través de una atmósfera de fuegos fatuos.

La naranja política está dividida en gajos. La intensidad del debate continúa en ascenso. Algunos periodistas han tomado partido –más bien candidato-, y sus comentarios son matizados con los colores de sus compromisos.

Sin embargo, algunos analistas están centrando su atención -con más interés en la medida que se acerca la fecha- en la persona del aún presidente de los mexicanos, Felipe Calderón Hinojosa, particularmente porque no se sabe si retoma su posición de árbitro, de mediador, de velador de los intereses de los mexicanos; o continúa como el dirigente número uno del partido que lo llevó a ocupar el puesto más elevado que existe en el País.


No hay duda de que Calderón es el mandatario que más intensamente ha vivido su ejercicio de poder. Pero también es oportuno reconocer que de todos es quien ha mantenido mayor intromisión en el proceso electoral, incluso, más que su antecesor Vicente Fox, a quien en su momento el propio Calderón criticó por rebasar los límites de la prudencia política, y poner bajo riesgo los cauces de la vida democrática.

Obstinado en sus propósitos sucesorios, Felipe Calderón tomó partido para favorecer a su candidata doña Josefina Vázquez Mota. Parecía muy empeñado en hacerla triunfar por cualquier medio a su alcance y a cualquier costo. Hasta hace tres meses, a muchos asustaba pensar que el Presidente abrazara con pasión esa idea.
Otros se preguntaban lo que podría ocurrir si Calderón se enfrentara a una realidad que se hundiera sin remedio en el escenario político.

¿Cómo reaccionaría –decían los más- si su candidata redujera sus posibilidades de triunfo?


Si bien es cierto que aún no debe utilizarse el pretérito, a esta hora de la batalla por la gran silla todo el mundo coincide en un detalle que ha marcado a la contienda electoral: por los sondeos, doña Josefina camina en el sentido de la derrota; excepto que ocurriera algo inesperado o, de plano, un verdadero milagro.

Los propios panistas en voz baja reconocen que el desánimo que campea al interior del equipo. De lo contrario, ninguno de los señorones que llegaron para arroparla se hubiera apartado de su lado. Sin embargo, se fueron.

Por eso crecen las incógnitas de lo que el Presidente Calderón, en la soledad de su escritorio, pudiera estar planeando. Aunque públicamente ha externado su posición imparcial y se ha declarado demócrata, son inocultables sus sentimientos en contra del partido que representa la parte más intensa de sus fobias, o del personaje que más insultos le ha espetado a lengua suelta.


La constitución General de la República marca la conclusión de su mandato. El fin del actual sexenio se acerca a pasos agigantados.

El Presidente Felipe Calderón tendrá que entregar la plaza sin resistencia y sin sobresaltos. Su condición de demócrata -como se declaró-, así lo obliga. Además, así lo reclaman todos los mexicanos.

Pero si los acontecimientos se precipitan, si Calderón Hinojosa adopta otras actitudes que no sean las que legalmente corresponde a su condición de mandatario, el país entero podría estar experimentando una realidad dramática, como en los peores momentos de su historia.


Un presidente de la República no tiene por que apostar a la suerte. El jefe de las instituciones debe tener a su alcance las más sofisticadas herramientas para la mejor toma de decisiones. El panista debe contar con la mejor información, con los mejores analistas y con los más calificados estrategas. Sin embargo, por los hechos, hasta pareciera que estos instrumentos del poder, permanecen en alguna bodega de Los Pinos.

Felipe Calderón Hinojosa debe recuperar su mirada clarividente. Jugar a las atinadas no es lo más recomendable.

Le apostó sin reservas a su hermana Luisa María, que compitió por la gubernatura de Michoacán, y perdió. Sus argumentos para justificar la derrota no fueron los del ciudadano que detenta el máximo poder. Más bien parecían una infortunada copia de las arengas que contra él utilizó López Obrador. Ninguna necesidad había para comprometer, en una elección estatal, su imagen de presidente de todos los mexicanos.


Todos los sondeos de opinión coinciden en que con doña Josefina ocurrirá algo similar: el PAN, su partido, volvería a padecer la amarga derrota.

Los asesores del Presidente, en lugar de hablarle con la verdad, continúan colmándolo de halagos que confunden y provocan tropiezos.

Por la situación política tan confusa, crecen las dudas sobre la actitud del IFE y los tribunales electorales. No se sabe si cedan ante la presión presidencial o pasen a la historia como los garantes del proceso electoral más reñido de los tiempos modernos.


Sin embargo, todavía es tiempo de que Calderón pase a la historia como el gran demócrata tan solo con dos acciones: alejar sus manos del proceso electoral y guardar sus fobias en el baúl de los recuerdos.