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Columnas y artículos de opinión
Kairós
Poder e impotencia
Francisco Montfort Guillén
8 de junio de 2012
alcalorpolitico.com
El Estado conlleva en su organización la doble articulación que hace posible el cambio y la conservación. Se trata de cualidades virtuales, de posibilidades. Estas fuerzas en situación latente son heterogéneas, distribuidas de manera desigual entre los niveles de gobierno, los tres poderes, grupos sociales y los espacios regionales. El ejemplo presente del Estado mexicano estaría representado por su capacidad para enfrentar y resolver con más o menos destreza las crisis del ámbito financiero y en menor medida económico. Y su contraparte la representa la ostensible limitación para hacer respetar la ley, para eliminar la impunidad y para mantener bajo control la seguridad pública.
 
En pocos momentos históricos ha sido tan visible la dualidad del poder en general y del poder político en particular, como en este periodo del siglo XXI en México y en el mundo. Es la que se conoce como la doble articulación: el poder sobre y el poder para. A esta articulación se agregan las capacidades de coacción y de producción de significados mediante los discursos políticos, acciones a través de las cuales los ciudadanos conforman sus conductas. Se trata entonces de que las relaciones de poder del Estado, para ser efectivas, requieren de instituciones públicas, que estén legitimadas para actuar en nombre de toda la sociedad; y de organizaciones privadas que sostienen las acciones sociales de los ciudadanos.
 
El poder sobre expresa la dominación institucional. Significa, además, la aceptación ciudadana de las relaciones de poder dominante, de los valores y normas que permiten la reproducción de la misma dominación legitimada y de las relaciones que la sostienen. Desde esta perspectiva es posible afirmar que el Estado mexicano funciona aceptablemente bien, en todo el territorio nacional y sobre todos los grupos sociales.
 
El poder para expresa las capacidades para hacer algo: un cambio, una transformación, sobre todo por la vía pacífica de las reformas. Desde luego, este poder, como lo afirma Manuel Castells, «es siempre el poder de hacer algo contra alguien, o contra los valores e intereses de ese “alguien” que están consagrados en los aparatos que dirigen y organizan la vida social» (Comunicación y Poder, Siglo XXI). Es en este sentido en el cual el actual Estado mexicano presenta debilidades insoslayables. Si bien es una desmesura calificarlo como un Estado fallido, es necesario reconocer sus carencias y diagnosticar cuáles son las relaciones de poder para que hayan perdido funcionalidad y efectividad.
 
Nación (comunidad cultural), territorio (espacio geográfico en donde se reúne, en nuestro caso, la expresión múltiple de la mexicanidad) y Estado (comunidad de seres humanos que reivindican y ejercen el uso monopólico de la fuerza física) conformaron un poder que ha perdido cualidades por la influencia de la globalización. Vivimos en una condición posnacional, como dice Habermas, que rebasa inclusive la idea anterior de soberanía del Estado nación que fue la base de las relaciones internacionales. Lo local, nacional y global funcionan al mismo tiempo. El Estado nación no desaparece como base concreta de la estructuración del poder político, pero debe ser funcional a las redes de poder socio espaciales y sin límites, es decir globales y virtuales, de la estructura de poder surgido como contrapoder desde la Internet.
 
Los problemas visibles del Estado mexicano radican en las incapacidades de su poder para. Este poder ha sido debilitado por las reformas que en conjunto denominamos transición democrática. Son reformas pensadas sobre la idea del Estado-nación tradicional. Este poder hacer algo contra alguien, o contra los valores e intereses de ese “alguien” que están consagrados en los aparatos que y organizan la vida social, ha sido debilitado. Ni la coacción, ni los discursos disciplinarios ni la producción simbólica de los discursos del actual Estado mexicano tienen la fuerza de antaño. No porque haya dejado de existir, sino porque no radican ni en la sociedad, ni en la organización del poder, fuerza física e ideológica del antiguo régimen. Mucho menos en la presencia del presidencialismo meta constitucional del que hizo un análisis estupendo Jorge Carpizo.
 
La coexistencia y simultaneidad de fuerzas políticas y sociales con distinto nivel de fuerza, de visión del mundo, de intereses ha provocado la disfuncionalidad del Estado mexicano. Cada grupo vive un distinto presente, se sitúa en un piso con muchas desigualdades, las cuales buscan corregir, con diferencias culturales, más que ideológicas, y que en conjunto determinan radicales diferencias sobre sus ideas del futuro deseable para México.
 
De aquí la debilidad del Estado para combatir con mayor eficacia el crimen organizado, poner orden en el sistema educativo y modernizarlo, modificar las circunstancias de los cuasi monopolios en telecomunicaciones, energía, producción de masa y tortillas, cemento. Estos y otros problemas tienen en mayor o menor medida un componente de simultaneidad entre lo local, lo nacional y lo internacional. Todos cuentan, debido a las relaciones de poder existentes, con enormes posibilidades de poner freno al poder para del Estado cuando éste pretende modificar el estatus pre-moderno de esos poderes con sus valores institucionalizados en los aparatos de Estado, sus normas y conductas.
 
Habrá que hacer múltiples estudios, análisis, investigaciones para dilucidar por qué las redes sociales manejadas básicamente por los sectores más modernos del país, en tanto estructuras comunicativas, han puesto en evidencia las disfuncionalidades del poder comunicativo del Estado mexicano.
 
Los flujos informativos conectan nodos fuera del alcance del poder de control tradicional. El procesamiento de estos flujos viaja en una nueva estructura comunicativa, descentralizada, que involucra individuos, grupos, localidades, ciudades, estados, la nación y el espacio globalizado. Vivimos el nacimiento de la auto-comunicación de masas entre individuos invisibles, que se presenta como un contrapoder a la cultura de masas tradicional forjada por la televisión, la radio y los periódicos. Esta cultura de masas, que ha sido la base de la reproducción del poder del Estado-nación mexicano vive y enfrenta una contra-cultura política que ha sorprendido a todos los mexicanos.
 
Es una expresión cultural que va más allá de la crítica a un candidato y un partido, que sobrepasa las manifestaciones callejeras de los rebeldes estudiantes y que no requiere de un programa de acción con metas específicas para conmover el Stato quo. Es la expresión auténtica de las profundas contradicciones culturales del capitalismo informacional, que choca con las tradiciones culturales del capitalismo deforme de México en donde conviven realidades de posmodernidad con otras de marginación y exclusión de los indígenas, de los trabajadores analfabetas y semianalfabetas, de campesinos tradicionales e inclusive de los mismos estudiantes que carecen de los conocimientos y destrezas para integrarse y competir con éxito en las organizaciones e instituciones del nuevo capitalismo informacional y globalizado. El poder sobre del Estado mexicano sigue conservando casi todo su potencial. Es su poder para el que está minado y el que urge reparar si deseamos que las reformas, los cambios, las transformaciones le den un nuevo aliento al proyecto de México como nación en la globalización.

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