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Columnas y artículos de opinión
Kairós
Evaluar y medir
Francisco Montfort Guillén
13 de junio de 2012
alcalorpolitico.com
Puede uno callar y dar la espalda a la realidad. Pero llega un momento en que no es soportable eludir el tema. Entonces surgen artículos que se escriben con dolor, desesperanza y angustia. Este es el caso. Las realidades de Michoacán, Guerrero y Oaxaca exigen lanzar una mirada racional y algunos gritos desesperados sobre el tema crucial del sistema que permite la reproducción de eso que llamamos la nación y la cultura mexicana: la escolaridad o aprendizaje en las escuelas públicas.

Vivimos en una época en la cual la cuantificación ha adquirido preeminencia. No es una cualidad ni es un defecto. Medir algo es un medio, no un fin en sí mismo. Tiene sus ventajas y tiene sus limitaciones. Todo exceso es causa de males. Por eso mismo afirmar que lo que no se mide no es posible apreciarlo y mejorarlo es uno de los tantos excesos que se cometen en nombre de una posición ideológica. También es una estupidez aceptar que si alguna actividad es mensurable, sería preferible voltear la cara y hacer como si no fuera cuantificable, con tal de no medir el fracaso.

¿En realidad necesitamos «medir» el sistema educativo mexicano para constatar que es un sistema fallido? Es de gran ayuda saber que el aprovechamiento del aprendizaje escolar de los alumnos, y el saber de los profesores, cuantificados de alguna manera, están por debajo de ciertos estándares internacionales. Sin embargo esa medición es casi innecesaria. La evaluación del sistema se abre paso de manera evidente. Basta platicar con la mayoría de los maestros, de cualquier nivel escolar, para constatar que están muy por debajo de las exigencias de un sistema educativo mundial que somete, a una exigencia incesante, la actualización de conocimientos y de técnicas de aprendizaje a quienes tienen por tarea suprema la formación de recursos humanos de altas cualificaciones y competitividades académicas y profesionales.


El desafío no es nuevo. La historia del surgimiento y declive de los grandes imperios ofrece una amplia gama de experiencias sobre el papel de la educación y el aprendizaje en esos vaivenes históricos. El ejemplo de China es elocuente. Llegó a alcanzar el estatus de país desarrollado antes que la inicial Inglaterra. Dos factores causaron su implosión. El más importante fue que su sistema educativo fue puesto al servicio de la burocracia que giraba en torno del emperador; y se dio preeminencia política a los poetas, escritores, pintores (sin considerar su calidad) y sobre todo a los famosos mandarines, a los «intelectuales» de Estado, sobre los sabios independientes, los científicos, los tecnólogos sin ligas con la burocracia política del Emperador. El otro factor es una de sus consecuencias. Las innovaciones y conocimientos científicos y tecnológicos quedaron bajo la tutela de la Corte y fueron desligados del sistema productivo. Cuando en su momento fue más importante ser mandarín o intelectual orgánico que científico o tecnólogo, sobrevino la decadencia china.

Este es ahora el gran drama mexicano nacional. La educación escolarizada y la educación cultural que ofrecen las instituciones públicas y algunas empresas privadas han quedado sometidas a los deseos y caprichos de la gran burocracia del poder del Estado, para cantar loas a su poder y dar gloria a la cultura nacionalista-revolucionaria…

La importancia de ser maestro o intelectual gira en torno a su cercanía respecto del gran sol, el calor y la luz del Príncipe, cualquiera que sea su denominación. Ese Príncipe, en muchas ocasiones enanizado hasta el nivel de jefe de departamento o director de una escuela, determina la vida, el futuro de los lacayos de la profesión de la enseñanza. Éstos están para reproducir el poder jerarquizado, no para formar cerebros autónomos y voluntades libres de ciudadanos ligados a la innovación permanente, el cambio constante, la crítica sin desmayo. Para constatar esta situación ni siquiera es obligado medir resultados y aplicar necesariamente la prueba ENLACE: basta con evaluar la organización del sistema educativo.


La frase desnuda la perversión del sistema educativo. El desempleado, el que no encuentra lugar entre la competencia laboral del mercado de trabajo, suplica a su amigo con influencias mediante una petición que es el inicio de la domesticación del forjador de conciencias, del formador del nuevo espíritu: «Consígueme una chamba, aunque sea de maestro». Y de maestro, como de burócrata en cualquier dependencia, aparecen los profesores que no los son, ni por vocación ni por profesión. En este estatus arrinconó «el sistema» a miles de intelectuales, de profesionistas fracasados, de mujeres y hombres sin talentos verdaderos, sin conocimientos y habilidades, desahuciados por el mercado de trabajo. No es la evaluación el método que ha puesto al desnudo el fracaso educativo en México. Es la competitividad de los mercados globalizados la que ha desnudado la incompetencia de nuestro sistema y la frustración de nuestros maestros, lo mismo en las ciencias, que en las humanidades o en las ciencias sociales. Los éxitos individuales de muchos maestros mexicanos en esas áreas de conocimientos no refutan, sino al contrario, comprueban que el sistema como tal está condenado a la quiebra.

La neurótica oposición de los maestros a someterse a la evaluación del método ENLACE es lo menos significativo del atraso de nuestra cultura educativa. Es la actitud de rechazo y sus mecanismos opositores; es la argumentación en contra de la evaluación los que desnudan la realidad cultural de quienes están a cargo del proceso de enseñanza/aprendizaje. Tuve la oportunidad de vivir las demandas y grandes protestas y manifestaciones en contra del sistema educativo francés, bajo los gobiernos de Mitterrand y de Chirac: Uno presidente de la izquierda. Otro presidente de la derecha. En ambos casos, los maestros, más allá de sus diferencias ideológicas, presentaban con angustia las demandas para no dejar de ser un referente mundial en la calidad educativa y mantener a Francia entre los primeros países por su calidad en las ciencias naturales, las humanidades, las artes, las ciencias sociales y la cultura de masas. ¡Qué prestigio ser maestro en Francia! No tienen los sueldos que pueden obtener en Estados Unidos o en Asia, pero el respeto que se les profesa, el reconocimiento público a su labor no tienen parangón en el mundo, ni siquiera en Finlandia, la nación líder en los sistemas educativos del planeta.

La medición es sólo una parte de la evaluación. Y es mejor medir un fenómeno que valuarlo según nuestras perspectivas. Pero hay que decirlo con toda claridad. La evaluación es una tarea que precede el último eslabón de la administración científica. La evaluación es el instrumento que permite finalmente el control, que cierra el proceso iniciado por la planeación y seguida por la organización, la dirección e integración, etapas sin las cuales la evaluación y el control pierden sus mejores virtudes que consisten en proporcionar los elementos que retroalimentan la competitividad del Management o dirección científica.


Provocan vergüenza ajena las actitudes de amplios sectores del magisterio nacional. No sólo de los maestros que sabotean la prueba ENLACE, que roban los exámenes y publican las respuestas, distorsionando su propósito (de los maestros y del examen). Es todo el sistema el que está en entredicho porque resulta evidente que la gestión del sistema obedece a criterios del poder político, que organiza a los maestros para votar, ganar elecciones, entronizar líderes, cumplir tareas sindicales. En el magisterio nacional, incluidas las universidades públicas, las tareas de formación de recursos humanos de alta calidad y de producción de conocimientos están supeditadas al poder de las burocracias de gobierno, externo e interno, a las labores de aprendizaje y elaboración de saberes, y al poder de las burocracias sindicales.

La evaluación y el control de las actividades de una institución pública, como de una organización privada, deben ser parte del proceso integral del Management científico. Es un proceso que permitió el resurgimiento de Japón después de la Segunda Guerra Mundial y que sigue sorprendiendo con sus logros en otros países asiáticos. El Management es la gerencia de los directivos en la competitividad para la productividad, ya sea de funcionarios gubernamentales, o se trate de gerentes de organizaciones privadas y sociales. Sólo en este proceso científico adquieren sentido y pertinencia las tareas de evaluación y control, que por situarse al final del mismo, se erigen como las actividades que hacen posible el mejoramiento racional del trabajo, la introducción de cambios y novedades, el reforzamiento de las virtudes y cualidades y el abandono de prácticas nocivas, negativas. Nada de esto puede estar presente en un sistema educativo hecho a base de caprichos del poder, de restos de recursos humanos ajenos a la esencia del espíritu magisterial. La ciencia y el humanismo surgen no sólo del espíritu de los seres humanos y sus capacidades. Requieren siempre de la muy alta calidad del capital social, es decir, del capital organizacional o sea de la calidad de sus organizaciones. La manzana podrida de la educación en México es su organización. Mientra más nos tardemos en reconocerlo, más sufriremos con la baja calidad educativa y la muy poco respetable actuación de sus sindicatos.