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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
La oportunidad perdida
Rebeca Ramos Rella
18 de junio de 2012
alcalorpolitico.com
Cuando fue electa por sus correligionarios, la opinión fue favorable. La primera mujer candidata oficial presidencial en llegar a disputar el puesto más alto de poder en el país, marcó un sello en la historia y en la lucha por el empoderamiento de las mujeres en México. Quienes participamos en política y defendemos el respeto, reconocimiento y libertad en el ejercicio pleno de los derechos de las mujeres, independientemente de la filiación partidista, aplaudimos este hecho. Por fin una de nosotras, disputaría de igual a igual, la Presidencia de la República. Pero poco nos duró el gusto.

Desde el inicio, observamos la falta de liderazgo al interior de su partido; la ausente línea de mando que obligara coordinación, organización, eficiente esfuerzo en responsabilidades compartidas. El partido en el gobierno mostró su incompetencia para sumarse a la labor de campaña con eficacia. No creyeron que ella le ganaría al favorito del Presidente y ante la decisión interna, empezaron aturdidos. La candidata confundió con un lema ambiguo y sin impacto; su mensaje empezó con tumbos, no se sabía si rompía y se desmarcaba de los lastres que representaba su candidatura oficial –los muertos inocentes, la violencia, la inseguridad, el desempleo, los millones más de pobres, la falta de pericia para sacar acuerdos en el Congreso- o si se montaba en los logros y avances del sexenio, que innegablemente, los hay.

Analistas, especialistas, feministas pensamos que su principal estandarte de batalla sería el mensaje sobre equidad e igualdad de género. Quizás en eso podría mostrarse “diferente”, al proponer la gran transformación política, social, legal, económica y cultural hacia un gobierno con perspectiva de género, que otorgara prioridad a resolver y atender los problemas, retos y atrasos que padece el 52% de la población. Se creyó que sin excluir a los varones, por fin una mujer empoderada, con todo el aparato gubernamental y partidista a su favor, podría emprender esa gran cruzada histórica, como causa de competencia y de atracción de votos.


No fue así. Sus propuestas para las mujeres se cercaron a una ley de Paternidad Responsable; a triplicar estancias infantiles; a ampliar recursos a 10 mil mdp para los 41 programas de apoyo a proyectos productivos para mujeres y a redoblar esfuerzos para la protección de su salud; a establecer escuelas de tiempo completo y, a impulsar la reforma laboral para incrementar oportunidades de empleo para las mujeres.

En un decálogo concluyente de ofrecimientos, no especificó nada con respeto a la lucha de las mujeres por la igualdad sustantiva ni por el respeto a sus derechos.

No reparó en la urgencia de respaldar con recursos productivos con equidad, a las mujeres del medio rural y a las indígenas que sufren discriminación, violencia, pobreza y maltrato, además del nulo reconocimiento a su vital aportación productiva y sustentable.


Ignoró la disparidad salarial, el acoso, maltrato y explotación laboral y sexual a mujeres ancianas y niñas. Jamás se pronunció contra el feminicidio ni propuso impulsar su tipificación en los estados que restan; no abundó en la importancia de promover más información y asesoría legal a mujeres víctimas de violencia intrafamiliar, ni en asegurarse de que los ministerios públicos y el aparato de justicia, lograsen con efectividad, la capacitación con perspectiva de género, ante denuncias e investigaciones; en ningún momento se comprometió en la transversalidad para presupuestos etiquetados, programas y acciones de gobierno, con perspectiva de género. Nunca propuso reformar al COFIPE para equiparar las cuotas de género en la asignación de candidaturas a puestos de elección popular.

La candidata presidencial optó por el discurso sexista y estereotipado. Se quedó mediocre e ignorante reproduciendo la subcultura misógina y machista, al dirigirse a las mujeres que ha reunido en sus actos de campaña. Se presentó con el malentendido orgullo femenino que se estanca en las canciones resentidas y revanchistas de Lupita o de Paquita; se atascó en la vulgar supremacía de un matriarcado grotesco, que nos transforma de “mujeres divinas”, a “viejas brujas y fieras”.

La candidata se asumió como la progenitora de la Nación y pidió que “le encargaran a ella a sus hijos”, que ella protegería y “cuidaría a las familias de México” –como si la función de gobierno descansara en ser una buena nana o mamá-; que ella es mujer pero que “gobernaría como hombre”, sugiriendo que efectivamente las mujeres no podemos, no tenemos capacidad, si no nos parecemos o copiamos la conducta de los hombres; que “debajo de las faldas tiene pantalones”, infiriendo que las faldas nos tornan débiles y vulnerables; que ella tiene “huevos porque los ponen las gallinas”, tan coloquial y corriente.


Que por ser “ama de casa y saber dónde está cada cosa en el hogar, sería una presidenta ordenada y disciplinada” y que “si sabemos limpiar la casa, también limpiaríamos a México…”, remachando que el rol de domésticas que nos imponen, es suficiente para gobernar con honestidad y principios.

Que “la llegada de una mujer a la Presidencia de la República es abrir una etapa de amor, reconciliación y esperanza", transmitiendo un mensaje sensiblero y blando, cuando la República requiere mente, temple, fortaleza y visión responsable con prospectiva. Invoca al corazón, cuando el órgano idóneo para gobernar con eficacia, primero, es el cerebro, no el sentimiento que lo obnubila. Necea en presentarse suave, sensible y sobreprotectora. No entiende, no sabe, ni quiso descubrir el enigma de cómo una mujer puede ejercer el poder, de cómo comandar sin dejar de serlo.

Y pese a que del segundo debate, salió fortalecida por aparecer combativa, firme y filosa, insiste en exhibirse. En el colmo, recién propone y lo remarca convencida donde se para, que a los maridos se les amenace con 30 días de ayuno sexual –de cero “cuchi-cuchi”- si no se comprometen a votar por ella. ¡Qué denigrante! ¡Cuánta ofensa a las mujeres al refundirnos a ser objetos sexuales! Patético insinuar que el voto razonado de lo hombres se condicione a satisfacer su entrepierna.


Una genuina torpeza indignante, que reverbera en las mentes de quienes desconfían de una mujer al frente, precisamente por lo que ella promueve: que una mamá, una ama de casa que limpia y organiza el hogar, que un depósito de placeres a negociar, no tiene el carácter, la fuerza, la inteligencia, el conocimiento y la formación, menos la habilidad y el liderazgo para conducir el cambio que México necesita.

No repara que el origen de las desigualdades, de la pobreza y marginación, de la falta de productividad, de la desintegración social que alimenta al crimen y por ende a la violencia, es precisamente la discriminación, la exclusión, la falta de una cultura de respeto y de educación con perspectiva de género.

No considera que mientras la otra mitad de la población padezca inequidad y desigualdad, la democracia no será tan efectiva, ni se mejorará la calidad de vida; el país no crecerá lo suficiente si no se reconoce y se respalda sin segregar, la aportación de las mujeres a la economía nacional; no toma en cuenta que no seremos una Nación de avanzada, en tanto se siga enterrando en el desierto del prejuicio y del temor machista, el talento, el compromiso y la tenacidad de las mujeres que son madres, que son jefas de hogar y que al mismo tiempo, son agentes de cambio social, cultural, político y económico.


La candidata no deja dudas. No cree en la lucha de las mujeres ni en la equidad e igualdad; no defiende los derechos fundamentales de las mujeres y menos se compromete a defender la libertad sobre nuestra vida sexual y reproductiva. No pretende un cambio estructural para abatir pobreza, atraso y violencia, que exige garantizar la igualdad y equidad de género.

Le da la razón a machistas y a misóginos, quienes la ven con desprecio al presentarse arcaica, conservadora y cerrada y no como la mujer completa y capaz para ser una Mujer de Estado.

Pese a sus diplomas y experiencia, propaga estereotipos tradicionales, que nos hunden en la ciudadanía de segunda. Asienta la concepción colectiva de que las mujeres somos para la casa y los hijos y los hombres, para las grandes decisiones y acciones.


Desprestigia la labor, contribución, liderazgo y talento de miles de mujeres que en política, combatimos por ser reconocidas, respetadas y tratadas con equidad, sin discriminaciones y sin telarañas mentales. Con su referencia nos miden a todas. Qué lamentable.

Es posible que México esté transitando a la oportunidad de tener una Presidenta; que aún se vaya avanzando lento, en la aceptación de esa opción, pese a este enorme cráter abierto y profundizado por la candidata presidencial, que desprecia y obstruye en su discurso y en sus propuestas, el adelanto de las mujeres.

México podrá estar preparado algún día en el futuro, para ser gobernado por una estadista de altura; pero en el presente, la candidata perdió el momento de dignificar y enaltecer a las mujeres políticas aptas, competentes y modernas; desde el tercer lugar en las encuestas, a su sexismo ofensivo y a su ridículo maternalismo, inoperante en una democracia vanguardista e inservibles para una efectiva gestión de gobierno incluyente, creíble y exitosa, la rebasa el neopopulismo mesiánico igual de machista y anquilosado.


Es el saldo. La candidata no estaba preparada para tan alta responsabilidad, ni para hacer valer la voz de millones de mexicanas que también queremos un cambio sin discriminaciones, sin etiquetas degradantes, en la mentalidad, en el trato y el espacio de decisión y de acción, con equidad, igualdad y justicia sustantiva.

La candidata “del futuro”, la mujer íntegra, no lo es; ha soslayado la oportunidad de trascender en la historia.

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