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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
El bombero que quema libros
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
22 de junio de 2012
alcalorpolitico.com
Al Mtro. Edmundo López Bonilla

Me apura que en casi una cuartilla tenga que escribir sobre este tema, a propósito de la muerte de Ray Bradbury, el autor de la novela Fahrenheit 451.

Hubo un tiempo en que me dio por leer utopías. Quizá entonces buscaba una, o mejor, buscaba otras que confirmaran mi derecho a tener una propia. Entre esas utopías leí Fahrenheit 451, la “más negra, horrorosa y apocalíptica que nos ha ofrecido la literatura de ciencia ficción”, como escribió un comentarista.


El tema es, por demás, muy actual: en una sociedad del futuro (ahora, del escalofriante presente), los bomberos tienen la encomienda oficial de quemar bibliotecas, libros y casas donde estos se encuentren. La razón es muy obvia: el gobierno está empeñado en que todos deben ser felices y que se establezca una república tan amorosa que nadie cuestione sus acciones, sus procedimientos y su podredumbre. En esta república, por supuesto, los libros no tienen cabida, pues leer impide a los ciudadanos ser estúpidamente felices, porque leer llena de dudas, de preocupaciones, de angustias, de pensamientos (¡!), de disconformidad, el alma del hombre.

Uno de los bomberos, Montag, al acudir a la casa de una anciana que tenía una biblioteca, y al ver que ella prefiere encender por su propia mano la cerilla y morir con sus libros que vivir en la ignorancia y la estupidez, toma uno de los ejemplares y lo guarda. En su casa, escondido en su cama, lee una página y queda tocado por el encanto del libro y ahora, a hurtadillas, va coleccionando algunos, hasta que es descubierto y denunciado por su estólida mujer. Un día es convocado a cumplir una misión más de incendiar una casa con libros, sube al vehículo y, con gran horror, descubre que la casa que va a quemar es la propia. Su jefe lo insta a cumplir su deber, lo ataca y Montag lo quema con su lanzallamas. Perseguido por los esbirros del gobierno, huye al bosque donde encuentra un buen número de hombres-libro que ha aprendido, cada cual, un libro para poder mantenerlos vivos y salvar así el libre pensamiento y la dignidad del hombre.

Aunque la novela fue escrita hace cerca de 60 años, se mantiene como una dura y certera crítica a la estupidez de los gobernantes que creen que pueden hacer felices a los hombres por decreto, igualando sus mentes y destruyendo su libre pensar, su espíritu crítico y su dignidad personal. Desde luego, no se trata de una felicidad real, sino de un conformismo camuflado de bienestar, implantado en los anémicos cerebros de las masas, enajenadas con espectáculos de carpa, saciados sus estómagos anoréxicos con carretonadas de alimentos-chatarra, tortas y refrescos y adoctrinadas por los medios de comunicación, especialmente la televisión que, como fieles guardianes del poder, adormecen las conciencias ciudadanas, encausan las opiniones para justificar las encuestas y legitimar al poder y a sí mismos.


La lectura y los libros se enfrentan a una desigual batalla. A los que fomentan la lectura se les grita que alucinan, que los enemigos son solo molinos de viento; pero todos sabemos que son verdaderos e insaciables gigantes, ávidos de las mentes y las voluntades de los niños y jóvenes, que sorben sus sesos para robarles su fuerza y su razón.

Los libros tienen en su contra a los poderosos que sojuzgan las mentes y debilitan las voluntades por ideología, creencia o ambición; a las escuelas que menosprecian los programas de lectura, a los maestros que ni leen ni escriben y no son capaces de enfrentar un examen similar al que someten a sus propios alumnos, a los funcionarios de la educación que no han pasado los ojos por un libro en años y, si lo han hecho, han sido insensibles a su magia; a aquellos que “no tienen tiempo para leer”, a los que “no se les da” leer, a los papás que reniegan porque a sus hijos se les encarga un libro o un diccionario, y a los alumnos que se resisten a abrir su espíritu a la fantasía y la libertad de pensar.

En un momento de la novela, Bradbury hace decir al jefe de bomberos que llegaría un tiempo en que se podría desaparecer libros sin cerillos ni fuego, “porque no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe”. Y dice Bradbury: “escúchenlo, comprendan lo que quiere decir, y entonces vayan a sentarse con su hijo, abran un libro y vuelvan la página”.


Usted sabrá si lo hace…

*Academia Mexicana de la Educación
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15 de junio de 2012