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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Elecciones cerca y lejos
Miguel Molina
28 de junio de 2012
alcalorpolitico.com
Muchos no podremos votar el domingo. Algunos, porque están enfermos, o porque estarán lejos de sus casillas, o porque no les interesa votar. Otros no votaremos gracias a la burocracia del Instituto Federal Electoral, que hizo todo lo posible para que sea difícil conseguir una credencial si uno no vive en México.

Eso es lo de menos. Quienes estamos lejos tenemos tiempo para pensar sin haber pasado por las jornadas de propaganda, sin haber sufrido los mítines y sus consecuencias. Sabemos que la distancia hace que las cosas se vean de diferente manera, y permite que uno se entere de lo que pasa por diferentes canales.

Quienes vayan a votar el domingo - después del aturdimiento y los trucos sucios de las campañas - tienen una seria responsabilidad. Lo que se elige no es simplemente un presidente, unos senadores, unos diputados federales o unos gobernadores, sino el futuro del país.


Ya pasó la hora de creer en las encuestas: una revisión rápida muestra que han desaparecido los indecisos, que eran más de veinte por ciento no hace mucho (o quince o treinta, según), y ahora todos los números de las encuestadoras cuadran milagrosamente en porcentajes precisos para cada candidato y no hay nadie que no sepa por quién va a votar.

Ya pasó la hora de los insultos y las calumnias. A estas alturas todos estamos convencidos de que al menos parte de lo que se ha dicho de los candidatos es verdad, y eso revela hasta dónde se ha deteriorado la confianza pública en los hombres públicos. Si el país está dividido es porque los mexicanos no se ponen de acuerdo sobre el país que quieren, y no porque nadie se haya propuesto dividir a los mexicanos...

Ya pasó la hora de creer en los partidos: muchos nos hemos dado cuenta de que las organizaciones políticas son membretes sin principios ni propuestas, y que tanto la derecha como la izquierda están contaminadas por una forma de hacer política que duró más de setenta años. Algunos partidos sólo sirven como máquina de hacer dinero para sus propietarios, que al mismo tiempo son sus líderes, públicos o encubiertos.


Uno repite lo que han aconsejado algunos columnistas: que quien pueda vaya y vote por el candidato que quiera, pero evite que su voto sirva para que las organizaciones inútiles sigan cobrando fondos públicos que se podrían usar en otras cosas.

Sobre todo, que quien vote tome en cuenta que no se trata de votar contra algo o contra alguien, sino de elegir algo o alguien. Que quien vote vaya y elija el país que quiere, y piense en qué tipo de gobierno necesita México, en vez de pensar en el candidato que le dijeron o en el que uno prefiere.

Pero ese votante tiene que preguntarse si ahora se vive mejor que hace seis o quince o veinte años, y olvidarse de lo que no quiere en el poder y de los candidatos a quienes desprecia. Y tiene que estar consciente de que la democracia no consiste solamente en votar ni se limita a que ganen quienes uno quiera.


Desde lejos, uno quisiera que todos se prepararan para ganar y al mismo tiempo se prepararan para perder, que tuvieran presente que otros como ellos votaron por los candidatos que les parecieron mejores, y que tal vez fueron más.

No va a ser así. Uno lo sabe, cerca o lejos.