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Columnas y artículos de opinión
Al Pie de la Letra
El fantasma de Salinas
Raymundo Jiménez
11 de julio de 2012
alcalorpolitico.com
El 3 de diciembre de 1988, apenas dos días después de haber asumido la Presidencia de la República obtenida en las elecciones más controvertidas en la historia de México, Carlos Salinas de Gortari maniobró para destituir a Luis Martínez Villicaña como gobernador de Michoacán, cuna del neocardenismo que se había extendido por todo el país poniendo en riesgo la hegemonía presidencial del PRI.

Al año siguiente, en septiembre de 1989, Salinas hizo lo mismo con el gobernador del Estado de México, Mario Ramón Beteta Monsalve, en cuya entidad había arrasado también Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano como candidato del Frente Democrático Nacional.

Además de considerarlo un tecnócrata, sin oficio político, los salinistas pusieron en duda la lealtad de Beteta debido a que su padre, el General Ignacio Beteta Quintana, había sido jefe del Estado Mayor del presidente Lázaro Cárdenas del Río.


Beteta, quien fue subsecretario y secretario de Hacienda, presidente del grupo SOMEX y luego, de 1982 a 1987, director de Petróleos Mexicanos durante la administración del presidente Miguel de la Madrid Hurtado, fue obligado a dejar el Palacio de Gobierno de Toluca para asumir la Dirección General del Banco Comermex, en la que sólo duró un año.

Ahora que el IFE ha declarado virtual ganador de la elección presidencial al candidato de la coalición “Compromiso por México”, Enrique Peña Nieto, algunos nostálgicos del autoritarismo salinista se han atrevido a especular que el mexiquense podría proceder igual contra aquellos gobernadores priistas que no le entregaron buenas cuentas en esta contienda electoral.

Pero Peña no es Salinas –pues su discurso orbitó siempre sobre la expectativa de gobernar con una nueva generación de priistas– y tampoco las circunstancias políticas, sociales y democráticas que actualmente prevalecen en México son similares a las que imperaban hace 24 años en el país.


Para empezar, el PRI ha dejado de ser el partido monolítico que gobernaba simultáneamente desde la Presidencia de la República, designaba al regente del Distrito Federal e imponía a los Ejecutivos en las 31 entidades federativas del país.

Precisamente, a partir del salinato, el Revolucionario Institucional comenzó a entregar las primeras gubernaturas al PAN. En 1989, el partido blanquiazul gobernó Baja California Norte. Luego avanzó en los estados de Guanajuato, Chihuahua, Yucatán, Jalisco, Morelos, Querétaro. El PRD, en cambio, logró la alternancia del poder hasta la administración del presidente Ernesto Zedillo. En 1997, con Cuauhtémoc Cárdenas de candidato, ganó por primera vez la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal; después lo haría en Zacatecas, Michoacán, Baja California Sur y Guerrero.

Obviamente, con Peña Nieto en la Presidencia de la República, los gobernadores priistas ya no serán los mismos “virreyes” que durante las dos administraciones presidenciales del PAN gozaban de los privilegios inéditos que les daba esa autonomía partidista.


Ahora, por ejemplo, ya no les será fácil imponer a sus sucesores y se verán más obligados a la rendición de todo tipo de cuentas a su máximo jefe político, pues Peña y el PRI no pretenderán entregar tan pronto el poder a la oposición en el 2018.

Con la holgada ventaja de más de 3.2 millones de votos que en el cómputo oficial le sacó a Andrés Manuel López Obrador, su contrincante más cercano, el mexiquense está más que legitimado para iniciar el pleno ejercicio del poder, convocando a la reconciliación nacional y trabajando para restaurar la seguridad pública, generar empleos y combatir la pobreza. Lo peor que podría hacer sería provocar infiernitos en las entidades priistas donde el voto no le favoreció ampliamente, pues en esas y otras regiones del país crecen las llamas de la revuelta post-electoral atizada por activistas que dicen representar a casi 16 millones de votantes que sufragaron por el candidato del Movimiento Progresista.

En Veracruz, como ocurrió en otras entidades, se dio el voto diferenciado. Aquí, por ejemplo, el PRI ganó las dos senadurías y 15 de las 21 diputaciones federales de mayoría relativa. Sin embargo Peña perdió por apenas mil 518 votos ante Josefina Vázquez Mota, del PAN. No obstante, el priista logró sumar un millón 203 mil 226 sufragios; casi 166 mil más que López Obrador, que en la votación nacional quedó a sólo 6.62 por ciento del mexiquense.


Aunque Peña haya quedado ligeramente atrás de la abanderada del PAN, los votos conseguidos en Veracruz por el candidato presidencial priista también contribuyeron a su victoria, pues hace seis años, en la entidad, el partido tricolor se fue hasta el tercer lugar de la votación con Roberto Madrazo, perdiéndose también las senadurías y 15 de las 21 diputaciones.

Además Veracruz, por ser el estado con el tercer padrón electoral del país, siempre estuvo en la mira de los operadores electorales del PAN y del gobierno federal. Coincidentemente en la víspera y durante la campaña electoral la violencia del combate al narcotráfico se recrudeció en la entidad, al igual que los crímenes de periodistas que generaron ruido mediático nacional e internacional.

A la candidata panista le funcionó su discurso contra la inseguridad y le favoreció la campaña negra desatada por el PAN contra Peña y algunos ex gobernadores priistas vinculados presuntamente con grupos del crimen organizado. Quizá sea mera casualidad, pero aparte de Veracruz, otras entidades priistas que Vázquez Mota ganó fueron las de Tamaulipas y Nuevo León, dos de las más golpeadas por la torpe guerra del gobierno calderonista contra algunos cárteles de la droga.