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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
La víctima
Rebeca Ramos Rella
16 de julio de 2012
alcalorpolitico.com
Vale revisar con ojo analítico y objetivo el discurso de López Obrador del jueves pasado. Es la justificación de su derrota donde todos resultan culpables, inmorales, perversos y alineados en un consenso extraordinario, jamás visto, para perjudicarlo, para robarle la Presidencia de la República, ya que de no haber existido esta gran confabulación nacional tan efectiva, sostiene que él, hubiera ganado; todos hubieran votado por él.

En verdad AMLO creyó que podía a ganar esta vez. En campaña estuvo seguro que con sus discursos interminables, plenos de generalidades y obviedades, tintados de manipulación de resentimientos sociales, envenenados para proyectar inconformidades sociales, iba a levantar al pueblo. Bien. Convenció a casi 16 millones. Pero no los suficientes para ganar.

Presumió en campaña la total cobertura de casillas por sus representantes de partidos; logró que los jóvenes organizados en un engendro de movimiento ciudadano, presionaran para ampliar el plazo para registrarse como observadores electorales; reclutó a miles para denunciar vía redes sociales, sobre cualquier incidente o irregularidad. Los convirtió en un ejército de leales para insultar y denostar a Peña y al PRI, para lavarse las manos del conflicto callejero y de sus consignas desfasadas.


AMLO entró a la competencia democrática, aceptando las reglas y leyes, sometiéndose a la autoridad electoral, entramado institucional y legal, que hoy descalifica con cinismo. Mismo andamiaje que avaló en estados y distritos donde los candidatos de las izquierdas ganaron. Claro, donde vencieron los suyos, ahí nadie falló.

López Obrador se queja amargamente de lo que él mismo promovió en campaña: del clientelismo electoral. Donde fue y habló, instruyó a sus seguidores “tomen todo lo que les den, aprovechen, pero no se dejen engañar, voten por nosotros”. Si hoy alega compra de votos -actos que no puede comprobar-, él mismo ordenó venderlos. Lo uno y lo otro son prácticas comunes hasta en sus partidos y estrategias. Ninguno de sus legisladores que hoy lo arropan como guardia pretoriana, propuso la tipificación y las sanciones de esta irregularidad, como delito grave y punible, en la ley reformada en 2007, por el Congreso federal.

Subraya que los más pobres son los que votaron por Peña, cuando él mismo se enaltece como el apóstol del pueblo. Pero no, ahora resulta que la precariedad y la desinformación lograron que le diera la espalda, ese mismo pueblo que durante 6 años escuchó lo mismo, en cada localidad, en cada uno de los 300 distritos electorales federales que se jactó de recorrer y a fondo. Luego entonces el pueblo lo desconoció.


Revela un odio personal contra Peña, muy escondido en su estandarte de causa democrática. Asegura que una minoría lo creó y lo preparó para imponerlo. Lo disminuyó, se burló de él. El liderazgo de Peña le preocupó y decidió denostarlo en lo personal, suena a envidia, pero ¿Quiénes son esa minoría? Nunca da nombres, ni evidencias creíbles. Sólo les otorga misión: la permanencia de la corrupción. Flagelo generalizado en la clase política nacional, de la que él forma parte, vicio del que hasta su partido y cercanísimos colaboradores y familiares se atascan. Está probado.

Acusa a Televisa, a Milenio y abre la sospecha a otros medios de comunicación, como los cómplices en este complot nacional. El observatorio de medios de la UNAM, -al que no descalifica todavía ni lo hará-, reportó puntualmente las horas dedicadas a informar sobre sus actividades, en las televisoras, radio y medios, donde se comprobó la equidad.

Incluso puedo aseverar, por vivencia propia que, en la elaboración de mis reportes informativos y analíticos cotidianos sobre el proceso, el Milenio publicaba muchas más notas de él, quizá 6 y hasta 10 diarias. Colaboradores estrechos de él publicaron siempre sin censuras. La encuesta diaria de GEA/ISA, pese a las diferencias de números finales, destacó sus avances porcentuales que lo situaron del tercero al segundo lugar. Es inexplicable su acusación.


Ejemplifica el despertar de los jóvenes como el parteaguas. Cierto, vale la participación activa de los universitarios, pero no desde el porrismo inducido que exclama insultos sin respeto ni civilidad, como el montaje de la Ibero, que al final, se comprobó fue eso, un acto de repudio preparado, como atinó a calificarlo la dirigencia nacional del PRI.

Ya sabemos que estos idealistas extraviados han sido azuzados por las organizaciones afines a AMLO y financiados por el GDF. Ellos mismos se revelaron parciales, pagados y secuestrados en sus causas, al partidizarse y a su favor, de manera que la postura estudiantil no es neutral. Es manipulada, sesgada, adoctrinada. Hoy carece de la autoridad moral social para enarbolarse como la voz de todos. No poseen la verdad, ni toda la razón. Se muestran intolerantes y radicales, carne tierna de cañón para hacer ruido, para polarizar y confrontar.

López Obrador sostiene su afirmación del complot y del fraude, -cuidando de no mencionar esas palabras mágicas y trágicas-, en dos encuestas que le daban ventaja: la propia que nunca mostró ni aclaró autoría y otra del Reforma, que quedó superada por otra posterior.


Reitera que recurrieron, -sus enemigos, supongo-, a Fox para afectarlo, regalándole al expresidente un liderazgo y una postura sensata, que hace mucho perdió entre los mexicanos y de paso, sin nombrarlo, acusa directo al Presidente Calderón de haber actuado “en contubernio”; acaso por haber avalado al triunfo de Peña, la derrota del PAN, la legalidad de la elección y la decisión de colaborar en la transición. Es probable que le haya dolido que Calderón haya actuado como Jefe de Estado y de Gobierno, estatura que no posee; quizá le haya reventado que el Presidente antes que panista, se asuma como un demócrata, madurez política que AMLO no supera. Tal vez, esperaba que el PAN, se aliara con él, tras un sexenio de groserías, gritos y agravios.

Se queja de la “perversidad” de los gobernadores del PRI reunidos y de supuestas cuotas de votos por estado. Afirma que le informaron. Basa sus acusaciones en chismes, en dichos de los monrealistas de Zacatecas y de los encinistas del Estado de México, todos ardidos porque han perdido las gubernaturas; apunta con el índice pero no comprueba nada y en última instancia ¿Acaso en su partido no se reúnen cuadros y dirigentes para afinar estrategias electorales?¿No es Ebrard el operador del carro completo del PRD en el D.F. y ahí no se compraron votos o no se regalaron dádivas por apoyo? La de la Ciudad de México fue una elección de Estado, según el lenguaje lastimoso de la izquierda quejumbrosa.

Menciona a Veracruz como tienda de trueques electorales ¿No sabe que aquí la presidencial la ganó el PAN? ¿Y que hubo elección de tercios? Si fuera verdad lo que dice, Veracruz hubiera sido el carro completo aún más perfecto que el de Ebrard.


Habla de “cuantiosos recursos económicos de procedencia ilícita que se ejercieron para la compra de los votos”, ¿Cuáles recursos y de dónde ilícitos? Esta denuncia es muy grave y difamatoria; se trata de echar lodo, tergiversar. Hace cuentas acorde sus huestes suman y multiplican precios, costos, ¿Contrató a algún despacho de fiscalizadores de gastos de campaña? ¿Cómo avala la acusación de los supuestos “miles de millones de pesos gastados en publicidad, en encuestas hechas a modo y en el pago a quienes ejecutaron y apoyaron directa o indirectamente”? ¿Tiene las facturas, los testigos, los testimonios de los protagonistas de este plan maestro?

¿Y qué hay de los 6 millones de dólares, de las charolas a empresarios y de la opacidad financiera de sus organizaciones como Morena y Honestidad Valiente? ¿Mienten los electricistas que denuncian desvíos de cuotas para sus plantones y marchas? ¿Cuánto gastaron Camacho y Marcelo para financiar a los estudiantes? ¿No hubo consigna a los funcionarios y servidores del GDF para aportar recursos económicos, materiales y humanos para refaccionarlo y a sus candidatos? ¿De qué ha vivido AMLO estos 6 años de eterna campaña?

Hay que tener la cola corta para acusar y ser muy temerario para enredar dichos sin pruebas.


Risible que cierre sus cifras de supuestos votos comprados a 5 millones. ¿De dónde saca esa suma? ¿Por qué no 2 millones o 4 millones y medio? Será que esa es la cantidad que le alcanzaría para revertir el triunfo de Peña, con comodidad.

Pero olvida que esos votos lo son porque los ciudadanos los tacharon; luego entonces está afirmando que 5 millones de mexicanos fueron presas de un lapsus, pues no ejercieron con libertad su legítimo derecho; alguien los obligó, los engañó; carecen de mente racional, de sentido común, fueron menores de edad, alineados a la piedra del sacrificio sin protestas ni remordimientos. ¡Qué falta de respeto a los mexicanos! ¡Qué agresión a la decisión de millones que, para él, son unos genuinos corruptos a través de su mirada turbia!

Ahora quiere invalidar la elección presidencial, pues no fue auténtica ni libre. Si fuera él el vencedor, entonces contendría estas virtudes. ¡Cuánta soberbia!


Y con respeto, pero caso esquizofrénico.

Le resulta mejor presentarse como el sacrificado por una gran traición. Según él, le ganaron las despensas, el dinero, las tarjetas de canje y la mediocridad del IFE, de los medios y de una ciudadanía que sin uso del cerebro, fue programada para cruzar su boleta en su contra. Así también 3 millones de mexicanos, funcionarios y representantes que rellenaron urnas a la antigua o lo complacieron. Observadores nacionales e internacionales que accedieron a ejecutar sin errores, esta gran maquinación para derrocar su ventaja inexistente.

Pronto escucharemos de otros culpables: la ONU, la OEA, el TEPJF, hasta el gobierno de Washington que avala a Peña como presidente y ya recomienda acciones en seguridad y justicia. Denunciará intervencionismo yanqui, imposición del imperio de Obama a favor del PRI. Complot internacional, pues el mundo y la opinión pública internacional ya reconocen a Peña.


Y si los periodistas españoles del diario El País, sintetizan en su editorial que es un lastre para la izquierda mexicana, porque efectivamente la retiene cautiva de avanzar y posicionarse, ya entraron a la membresía de la pared de los agravios que López no perdona: son unos revisionistas de la conquista.

López Obrador le declara la guerra a los mexicanos que no votaron por él.

No le importa si el país se polariza, si hay violencia, si genera inestabilidad económica y social.


No es un demócrata ni es un estadista que respete instituciones y mayorías, porque las desprecia como los dictadores. Ya veremos si acata las resoluciones del Tribunal. Les llamará vendidos si no invalidan, si no hacen lo que él quiere.

Le importa su ego adolorido, su ambición frustrada. El fracaso de su proyecto, de su propuesta, de su estrategia obscena. No acepta. No acepta que se equivocó otra vez. No le otorga a la ciudadanía el nivel mental ni el aprecio por su derecho a la libertad de elegir.

Remarca que somos unos descerebrados, unos traidores a la democracia.
Nos etiqueta de inmorales y retrógradas.


No repara. En este proceso no hay mártires ni verdugos.

López perdió y perderá más si violenta leyes, instituciones y a la sociedad; si usa a los jóvenes como escudos humanos en sus ráfagas de rabia para obstruir el crecimiento del país, el cambio que ya decidieron las mayorías y en el que no habrá exclusiones ni fracturas.

Y ¿Por qué no ganó?


Es simple. López Obrador es la víctima de sí mismo.

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