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Columnas y artículos de opinión
Prosa Aprisa
Un paraíso cercano a Xalapa
Arturo Reyes Isidoro
22 de agosto de 2012
alcalorpolitico.com
Está a tan solo 30 minutos de Xalapa (si no hay atasco –dirían los españoles– en el tramo a Banderilla), subiendo por una carretera rural que atraviesa el municipio de Jilotepec (también se puede llegar atravesando el municipio de Rafael Lucio), y sin embargo es tan diferente tanto por su tamaño como por sus características muy particulares. No se puede decir que sea el Paraíso terrenal, pero cualquier citadino que sufre mucho los problemas urbanos de su ciudad, como los de la capital del estado, por ejemplo, bien podría considerar que llega a uno.

Tenía ya mucho tiempo que no volvía a Tlacolulan. El domingo, invitado a comer al hogar de la familia del alcalde Vitalino Hernández, enfilé por la tarde con parte de mi familia y me cuestioné qué tanto hago metido en Xalapa cuando a escasa distancia existen unos paisajes preciosos para disfrutar así como otros modos de vida que ya quisiéramos muchos.

De pronto, a medio camino nos cubrió la noche siendo todavía de día a causa de un grueso y extenso nubarrón del que de pronto empezaron a salir rayos que bajaban desde el cielo hasta tocar tierra, con un gran estruendo de los truenos que acompañaban las potentes ráfagas de luz así como la lluvia que pronto se dejó caer. Pese a todo, era todo un espectáculo de la naturaleza que no esperábamos.


Ya en el pueblo, al que había ido en campañas políticas o invitado por la familia Durán (Angélica trabajó bajo mis órdenes en el área de Comunicación Social en el gobierno de Miguel Alemán Velasco) pero nunca me había entrado la curiosidad por adentrarme más en esa comunidad, ahora que sí lo hice, que pregunté, que vi, que testifiqué, quedé verdaderamente sorprendido por lugar tan modelo y digno de ejemplo.

Ciertamente tiene apenas unos dos mil habitantes, rodeado por pequeños cerros cubiertos de una verde vegetación, y, creo, eso mismo hace que hasta ahora hayan podido controlar muy bien su modo de vida, su convivencia pese a estar divididos políticamente, que ponen por encima de todo y de todos.

Unos cuantos datos para sustentar lo que comento: es un poblado que no tiene cantinas, una sola cantina, si bien un restaurancito permite que algunos comensales lleven su botella y se tomen unos tragos o bien en las pequeñas tiendas algunos venden cerveza o licor, que quien los compra los consume en sus casas, aunque es muy bajo el índice de alcoholismo.


Vitalino Hernández, el joven presidente municipal que ya lo fue anteriormente, me presume, y me pone como testigos a todos los habitantes, que en su anterior trienio, de 2005 a 2007, nunca hubo un solo detenido por alterar el orden público o por “faltas a la moral”, que son muy propias de los pueblos, o por alguna otra causa.

Cuando le respondo que entonces no hubo ingresos a las arcas municipales por ese concepto y que disminuyeron los ingresos, me sale con otra sorpresa: salvo el predial, no cobran ningún otro impuesto, ninguno. Por ejemplo, si bien son pocos los pequeños comercios que existen, nadie paga porque es una forma de ayudar a los pequeños comerciantes, y porque, de hecho, eso se volvió ya una costumbre.

La naturaleza juega a favor de todos los habitantes. Son muchos los nacimientos de agua que tiene la parte alta del municipio, agua limpia, que la tienen en abundancia, que por su consumo, sin límite, pagan ¡28 pesos mensuales!, todos, sin distinción de niveles, e incluso si alguien hace el pago anual entonces le hagan un descuento del 20 por ciento. Aunque usted… no lo crea.


Otro hecho del que presumen, aparte de que casi no existe el alcoholismo, es que no registran un solo caso de drogadicción. En la cabecera todos se conocen, todas las familias, y por eso mismo saben que ninguna padece el flagelo que ataca en otras ciudades. Esos dos hechos les dan también un alto índice de seguridad pública.

Mientras estoy en el pueblo me presumen y me demuestran cómo todos los vehículos de los lugareños están estacionados en las calles sin necesidad de ponerles seguro. Me platican que se conocen tanto que saben quién tiene vehículo y sus características y que si algún extraño intentara algún hurto, ellos mismos lo impedirían.

Pero tampoco hay hurtos porque todos, hasta los más humildes, cultivan el campo, crían animales, cosechan frutos. Al que peor le va tiene huevos de rancho, gallina de rancho, guajolotes. El domingo disfruté de un chileatole de pollo, picosito como lo hacen ahí, mole con pollo, riquísimo, tamalitos de frijol, arroz, postre de manzana fresca, todo acompañado de agua de horchata porque –confieso que eso lo extrañé– no hubo cervezas a la mesa ni licor.


Y esto último no porque sean evangelistas o de alguna religión que se los prohíba, aunque los hay, pero la mayoría es católica y tienen como costumbre no tomar alcohol. Eso, me lo adelantaron, lo voy a ver el próximo 8 de septiembre, día de su fiesta patronal, cuando asista a la corrida de toros (tienen su plaza portátil). Van todas las familias, es una fiesta familiar, y salvo el que haya tomado licor en alguna casa a la hora de la comida, nadie más llegará bebido, me lo aseguran.

“Todos los años nos visitan vecinos de Xico, aficionados a los toros, y luego luego los reconocemos porque traen su botella o su bota de cuero con licor”, me dicen.

Aprovechando invito al Presidente a un festejo para una fecha próxima. De antemano se disculpa. La causa es que él convive con los habitantes de todas las congregaciones, así como de las rancherías, en sus fiestas y ese día tiene que acudir a una en honor a una virgen.


Me platican los vecinos. Si alguien fallece, todo el pueblo acompaña a los deudos, sin excepción y sin distinción, y en la noche del velatorio a todos se les ofrece de cenar, además del clásico café, ponche, pan, etcétera, pero, eso sí, nada de licor.

Algo que en particular me llamó la atención, fue la variedad de flores que tienen. Acaso porque les ha caído la lluvia, las macetas lucen radiantes, llamativas por su variedad de colores. Es un mosaico digno de admiración, un banquete, me dije, para cualquier fotógrafo o artista del pincel. Por supuesto, me presumen su salud y me presumen que ellos no padecen estrés.

En lo político, ahí sí, no escapan a la generalidad. En las elecciones se dividen en tres: priistas, perredistas y panistas, pero luego saben conciliarse, aunque mantienen algunas reticencias. Aquí es adorado José Yunes Zorrilla, el ahora senador, pero también tiene intereses personales Jorge Carvallo Delfín, a quien ya señalan de querer imponer candidata o candidato a presidente municipal.


Algo que algún día ellos quisieran –me dicen– es que los visitara el Gobernador. Están sentidos porque no ha ido. Lo quieren atender, festejar.

De retorno, me explico por qué vivió ahí un tiempo el inolvidable diplomático e historiador don Pepe Iturriaga, a quien atribuyen haber levantado la primera acta de nacimiento y haber sido quien, como maestro, enseñó a los pobladores a hacerlo. Me explico también por qué, luego de años y de años en que vivió en el puerto de Veracruz, que pensé que era nativo de esa ciudad, el ahora ex reportero de Antonio Velasco decidió regresar a su pueblo natal (con razón un día en Plaza América de Xalapa me dijo: salí huyendo de la violencia del puerto de Veracruz).

Y de pronto estoy ya en el tramo Banderilla-Xalapa. ¡Chin! De nuevo los baches-hoyancos-cráteres, las inundaciones, los embotellamientos, los cláxones, las mentadas, los retenes, las patrullas llenas de marinos y policías, el “progreso”.