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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Un ejercicio de pesimismo
Miguel Molina
30 de agosto de 2012
alcalorpolitico.com
Pongámonos profundos y hagamos un ejercicio de imaginación política.

Pensemos en un país que hasta ahora había conocido conquistadores y caudillos, pero que pese a todo vivía más o menos en paz y era más o menos estable y próspero hasta el día en que hubo elecciones presidenciales.

El gobierno dice que el presidente ganó y debe seguir en el poder. La oposición sostiene que hubo irregularidades y exige el poder para su candidato. La inconformidad y el descontento se vuelven protestas que salen a la calle. Interviene la policía. Hay muertos.


Pese a los muertos, las manifestaciones siguen mientras los legisladores recién electos se niegan a negociar y evitan ponerse de acuerdo. Pese a las presiones internas y externas, parece imposible que el presidente y el candidato de la oposición se sienten a negociar.

La oposición demanda que se hagan nuevas elecciones. Hay más protestas. Hay más policías. Hay más muertos. La nación se agita y se rebela. La situación se deteriora rápidamente. El aire huele a gas lacrimógeno y a pólvora y a llantas quemadas.

Nadie sabe en qué momento –que tuvo que ser más privado que público y más personal que colectivo- se decidió la suerte del país. Pronto nadie sabrá cuándo va a terminar o en qué va a terminar lo que pasa, tan inesperado y tan inmerecido.


Ningún pueblo quiere a su gobierno

Esos son los hechos -desnudos de gentilicio y de adjetivo político- del país que construimos para este ejercicio.

Unos verán en este ejemplo reflejos de sus propios países y otros pensarán en naciones vecinas o lejanas, de ahora o de antes.


Tienen razón. La historia se repite, aunque no siempre igual. Y la idea es pensar qué se puede hacer para que el país vuelva a ser un lugar donde la gente viva en paz y haya un poco de todo para todos.

La paz, hay que decirlo, no tiene –porque nunca ha tenido- que ver ni con la esperanza ni con la ley.

La diferencia de este ejercicio de raíz optimista –en el que todos podemos participar- con la realidad es que la realidad tiene más que ver con el poder de algunos que con el bien de todos. Y no son muchos los que comparten el poder porque el poder no se comparte.


Si uno lee la prensa, si uno escucha la radio, si uno ve la televisión, corre el riesgo de llegar a pensar que ningún pueblo quiere a su gobierno pese a que –como dice el clásico- lo merezca.

Pero los medios no inventan lo que dicen. Citan discursos, evocan conversaciones, reproducen declaraciones, cuentan lo que vieron ellos o lo que vieron otros en una dimensión que es igual y es diferente a la que usamos en nuestro ejercicio.

Nuestra América, nuestro país, nuestro estado, están llenos de historias ciertas o imaginadas de fraude electoral y corrupción, de abusos de autoridad, de tráfico de influencias, de nepotismo, de ambición, de vicio y de soberbia y de incompetencia.


Pero lo mismo pasa en la otra América y en Europa y en Asia y Medio Oriente y en África y en el mundo en general.

Nadie ha sido feliz

Tal vez es hora de admitir que es hora de buscar nuevas formas de organización política.


Muchos están de acuerdo en que el socialismo y el comunismo no lograron hacer lo que anunciaban, aunque pocos reconozcan que el otro sistema tampoco sirvió para hacer felices a los pueblos.

Ya sé. No faltará quien diga que la democracia es imperfecta pero es lo mejor que hay si uno se pone a buscar entre otros sistemas. No importa. Eso lo dijo Winston Churchill, quien se tomaba el primer trago después de desayunar. Y le dieron el Nobel de Literatura.

Uno entiende que la gente se junta para buscar la felicidad porque para eso se junta la gente, como comprendieron hace dos siglos los padres de la independencia de Estados Unidos y los padres de otras patrias antes y después.


Pero parece que ningún pueblo ha podido ser feliz ni gracias ni a pesar de los gobiernos que ha tenido, a juzgar por los testimonios que nos ha dejado la historia.

Y entonces uno se pregunta para qué sirve la patria, qué se hizo del país, qué pasó con los partidos y sus plataformas y sus idearios, y qué buscaban y qué ofrecían en verdad los candidatos, y para quién gobierna este gobierno y para quién gobierna el otro.

Es lo mismo. Tarde o temprano surge un movimiento político que desplaza a otro, crece, se reproduce, se desgasta, muere. Surge otro. Hay elecciones. Uno deja de preocuparse. Si acaso, se pone profundo. Pero no pasa nada. De todos modos no pasa nada...