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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Fuga de cerebros
Miguel Molina
25 de octubre de 2012
alcalorpolitico.com
Cuando los estudiantes mexicanos en Cambridge me invitaron hace algún tiempo a dar una charla sobre mi experiencia de vivir en el extranjero, pensé que más que hablar sobre lo que uno vive fuera del país tenía que reflexionar sobre lo que uno siente cuando vuelve porque creo, como dice Claude Lelouch, que uno no tiene derecho de hablar de las vidas de otros si no puede hablar de su propia vida.

Muchos se van con la intención de retornar tan pronto como hayan aprendido las magias de la ciencia, los trucos de la técnica, el discurso del método y los hechizos del programa. Y aunque aprendan, muchos piensan en todo menos en lo que termina por pasar porque están ocupados con lo que les está pasando.

"Las becas apenas alcanzan para vivir, y hay veces en que llegan con retraso", me explicó uno de los estudiantes. Los demás asentían sin decir más, porque no era necesario. "Uno no puede decirle al casero ni a la compañía de teléfonos ni al chofer del autobús ni a la cajera del supermercado que va a pagar en cuanto lleguen los fondos de México".


Otros señalaron que además de estudiar hay que mandar informes mensuales o trimestrales o semestrales sobre el avance de la investigación que se está haciendo, "y sobre todo, uno sabe que cuando regrese le van a ofrecer un trabajo con un sueldo que no está de acuerdo con lo que uno sabe", me dijo otro estudiante.

Algunos se habían acercado a la iniciativa privada mexicana en busca de financiamiento para proyectos que después servirían a las empresas, pero no encontraron apoyo. Uno - cuyo caso conocí - terminó por irse a Canadá y de ahí volvió a Gran Bretaña, donde ahora es profesor en una importante universidad.

No sé en qué piensa una persona cuando oye hablar de becarios mexicanos en el extranjero, pero sé que muchos ven claramente la imagen de muchachos y muchachas que van de fiesta en fiesta gracias al dinero que les da el gobierno. También sé que están equivocados.


Jorge Enrique Moreno Díaz, director regional Sur-Oriente del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), quien estuvo recientemente en Xalapa, aseguró que a estas alturas del sexenio hay una política que aliente el retorno de los estudiantes:

“La idea es que se vayan a estudiar algo que le va a servir al estado, para tener la seguridad de que el muchacho va a regresar y finalmente va a conseguir trabajo aquí”, aseguró el Maestro en Ciencias a la prensa veracruzana, y lamentó que Brasil esté mucho más avanzado que México en materia de tecnología. Lo que no dijo es por qué.

Si sólo se tratara de dinero, uno entendería de inmediato. Una beca mexicana para un estudiante en Gran Bretaña es de setecientas libras al mes si es soltero (unos catorce mil quinientos pesos) u ochocientos setenta y cinco libras si es casado (poco más de dieciocho mil pesos); pero esa suma no alcanza. Por cada retiro que haga (con un límite de trescientas libras diarias) tiene que pagar treinta y seis pesos.


La renta promedio de un apartamento de una recámara sin lujos es de alrededor de siete mil pesos en ciudades como Cambridge; en Londres es de nueve mil pesos. Y hay que sumar transporte, comida, energía eléctrica, gas, impuestos (acá el inquilino paga cada mes el predial de la propiedad que ocupa), y otros gastos menores.

Una beca para un estudiante brasileño es de cuarenta y dos mil pesos al mes. Con eso está dicho todo.

Los mexicanos, en peores circunstancias, ven los cambios de gobierno con preocupación porque con ellos cambian las políticas y se reducen los presupuestos o simplemente desaparecen en las vorágines del cambio político y de las transiciones administrativas o los ajustes.


Para muchos, el sueño se convirtió en una pesadilla en la que la investigación científica era menos importante que el presente o el futuro. Todos hemos vivido o hemos escuchado historias de terror becario.

Y algunos hemos escuchado el cuento del señor que llamó a su amigo en el gobierno para pedirle que ayudara a su hijo recién salido de la universidad.

El amigo llamó al día siguiente. “Ya está. Tu hijo va a ser jefe de asesores del secretario, y va a ganar cien mil pesos al mes”. El señor se asustó. “No, yo quiero algo menos importante”.


El amigo llamó dos días después. “Tu hijo va a ser asistente del jefe de asesores del subsecretario, con ochenta mil pesos al mes”. El señor se volvió a asustar. “No, no. Es demasiado”. El amigo llamó el fin de semana. “Tu hijo va a ser jefe de ayudantes del oficial mayor, con sesenta mil pesos al mes”.

El señor le dijo a su amigo: “No, lo que yo quiero es que le consigas algo de unos veinte mil pesos al mes”. Y el amigo le respondió: “Eso no se puede. Esos trabajos son para los que tienen maestría o doctorado…”.

Por eso muchos no vuelven. Los cerebros no se fugan, simplemente no tienen a qué regresar...