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Columnas y artículos de opinión
El retorno
Angel Lara Platas
21 de noviembre de 2012
alcalorpolitico.com
El regreso del PRI a Los Pinos es algo más profundo que lo que a simple apreciación pareciera.

Lo que saca al PRI de Los Pinos en el 2000, es la posición de rigidez en la promoción de sus militantes para cargos de elección popular, y a que dejó de nutrirse de nuevas corrientes políticas principalmente las más identificadas con la sociedad civil.

También influyeron factores externos. Durante el gobierno de Ernesto Zedillo arreciaron las presiones de otras naciones para que México cambiara su modelo político, ya que desde la perspectiva internacional no les parecía que un solo partido político (PRI), se mantuviera como hegemónico desde hacía más de setenta años.


Lo exógeno coincidió con lo endógeno. Al interior del Revolucionario Institucional se formó una corriente que trataba de impulsar reformas estructurales que dinamizaran los procedimientos de selección, privilegiando a los militantes que destacaran por su activismo en favor de su partido.

El PRI llega a la elección del 2000 como un partido agotado, desgastado, y sin el oxígeno que pudieron haberle proporcionado los jóvenes que clamaban espacios en la política.

Todo esto contribuye para que hasta en las propias oficinas del tricolor sonara, cada vez más fuerte, la palabra “alternancia”.


Al presidente Ernesto Zedillo le tocó, de alguna manera, facilitar las cosas para que otro partido diferente al PRI tomara las riendas del poder en México. Realmente, El Dr. Zedillo no se formó en las filas priistas, por ello no había mayor compromiso con ese instituto político.

Aunque el PRI había consolidado un estilo muy particular de hacer política, en la que la militancia se movía con normas convencionales de disciplina y que ningún otro partido había logrado establecer hasta entonces; el formato que había utilizado durante muchos años ya era obsoleto.

Para la tecnocracia de las tres administraciones anteriores a la derrota, eran más importantes las matemáticas y el tema monetario, que las proclamas democráticas.


La inspiración en la Revolución Mexicana era un camino que debía cerrarse. Esa era la perspectiva de quienes “vendieron” el cambio –o alternancia- como la mejor opción para México. Incluso, en el extranjero se comentaba que México sería una suerte de laboratorio político que demostraría al mundo, cómo una sociedad podía transitar de un partido a otro sin mayores consecuencias.

Entonces hubo que decidir partido y candidato.

El PAN estaba más identificado con los intereses económicos internacionales, y Vicente Fox, ex gobernador de Guanajuato, ex diputado federal y ejecutivo de una empresa refresquera de corte mundial, sería un candidato “adecuado” para una transición sin sobresaltos, que podría hacer concurrir los intereses del priismo y del panismo, principalmente. Claro, los guanajuatenses que lo conocían y bien, no opinaban lo mismo.




Tiempo después se especuló que en la estrategia también participó el propio candidato priista, Francisco Labastida Ochoa. Su papel era hacer una campaña que sumara críticas y provocara desconcierto. Coincidencia o no, pero la exacerbante impuntualidad fue la constante en casi todos los actos de campaña de Labastida.

Vicente Fox Quezada fue un excelente candidato, pintaba para buen presidente.


Con lo que el pueblo de México no contaba es que tendría un Primer Mandatario más ocurrente que organizado y congruente. Desde el inicio de su administración lo persiguieron los problemas y los escándalos por derroche económico. La crítica por los yerros de su familia política no lo dejaron en paz. La burocracia engordó y la corrupción campeó.

Pero tampoco hizo nada para posicionar y fortalecer al partido que lo llevó al poder.

Al final de su mandato, Fox no pudo controlar la sucesión. Felipe Calderón le ganó el brinco y la candidatura; y fue presidente.


Igual que a su antecesor, los problemas empezaron a brincarle a Calderón desde el inicio de su administración.

Su falta de visión de estado y su obcecación por hacer las cosas sin consultar a sus asesores, lo llevaron a cometer severos errores con un alto costo social. Los reclamos de una sociedad lastimada por la incontable pérdida de vidas humanas, fueron el tema que estigmatizó la administración calderonista.

Como era de esperarse, además de votos a las urnas también cayeron facturas por cobrar.


Los doce años sin la Presidencia de la República le sirvieron al PRI para aprender de sus errores. La pasada contienda electoral la enfrentó unido. Las divergencias se zurcieron en casa.

Aprendió que debía consolidarse como un partido unido, sin divisiones ni pleitos internos. Las estrategias de largo plazo que tan buenos resultados le han dado al Grupo Atlacomulco, las aplicaron con Enrique Peña Nieto, y el PRI ganó.

El PRI ya regresó. Ahora deberá refrendar la confianza de los cerca de 20 millones de votantes que eligieron a su candidato. Enrique Peña Nieto tendrá que llamar a los mejores hombres y mujeres, los más honestos y con verdadera vocación de servicio, para que trabajen en la nueva administración federal. Las expectativas son muy altas y a ellas tendrá que corresponder.