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Columnas y artículos de opinión
Prosa Aprisa
La democrática lengua hablada
Arturo Reyes Isidoro
27 de noviembre de 2012
alcalorpolitico.com
Se trata de una actividad cultural, literaria, pero es imposible desasociarla del tema político, gubernamental.

Cuando observo y vivo la vitalidad que tiene la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, no me queda duda que el nuestro es otro país.

Es otro país si se compara el que presidirá en unas horas más –ya se puede hablar sólo de horas– Enrique Peña Nieto y el que vivieron sus antepasados partidistas.


Ante la duda o la creencia de que con el regreso del PRI a la presidencia de la república y a Los Pinos volverán viejas prácticas, no lo creo.

Y no lo creo porque cada vez más los mexicanos, sobre todo los mexicanos niños, adolescentes y jóvenes, se preparan más; están más y mejor preparados que lo que estuvieron sus padres y sus abuelos.

Estas nuevas generaciones tienen más conocimientos, más información, conocen mejor sus derechos y han dejado atrás la ignorancia.


A estas nuevas generaciones ya no se les cambia espejitos por oro. Ya no se les puede tratar de engañar tanto por sus conocimientos como porque ya no se dejarían.

Así como son mayoría y le dan vida y frescura al Hay Festival que se celebra en Xalapa, el fenómeno se repite en Guadalajara, aunque acá es en grande.

Desde el sábado cuando se inauguró, son diarias las colas para ingresar a la Feria, engrosadas en su mayoría por jóvenes, pero no faltan en número importante los adolescentes y menos los niños.


A mí me llama la atención, me entusiasma y me da y renueva esperanzas verlos, lo mismo participando en actividades que comprando libros, husmeando qué hay que les interese, novedades, o aprovechando las ofertas de acuerdo a sus posibilidades económicas.

Aquí es cuando pienso cuánto se han quedado o se están quedando atrás las clases políticas y gobernantes, que no cambian su discurso o que continúan con viejas prácticas lo mismo en sus discursos que en sus mensajes escritos, aunque esto incluso es válido hasta para los mismos medios informativos que no cambian prácticas y la sociedad les cree menos cada día que pasa.

En cambio, las nuevas generaciones se renuevan, lo que establece entonces una gran distancia entre la sociedad y sus gobiernos. Mientras éstos hablan un lenguaje, aquéllos se comunican con otro. Se crea una barrera, no hay comunicación y por eso no hay entendimiento.


He escuchado aquí a expertos que coinciden en que la lengua hablada en cualquier lengua es lo más democrático y a la ortografía la consideran lo menos democrático.

O sea, hay un espíritu de rebeldía al corset impuesto, a la regla, a las normas en especial a las de la Real Academia Española; una rebeldía en especial de los especialistas de Hispanoamérica.

El pronunciamiento general es que hay que respetar el habla del pueblo, el de uso común y generalizado. Y nuevamente aquí vuelvo a los gobiernos.


El pueblo habla su propio lenguaje, no sólo de uso común, con el que se entiende, el lenguaje de la verdad de su realidad, mientras que nuestros gobernantes tratan de hablar con uno muy alejado, distante, gastado: el del engaño, el de la demagogia, el de la mentira, el del disfraz, un lenguaje ya muy rebasado no solo porque no le interesa al pueblo sino porque no se lo cree.

Pero el problema es de los gobiernos, de los gobernantes. Allá ellos si no cambian, si no renuevan su lenguaje, su palabra, su discurso, su mensaje.

(Hoy escuché un muy buen chiste a propósito del lenguaje, que contó el maestro Raúl Ávila: están dos cabras en un basurero, buscando qué comer. De pronto le pregunta una a la otra, que ha acabado de masticar y comer trozos de rollos de una película: oye, ¿qué tal estuvo la película?, a lo que le responde: Bien, pero me gustó más la versión escrita. ¡Ya se había comido también páginas del libro en que estaba basado el filme!)


En la letra escrita e impresa, en el conocimiento, está, sin duda, el germen de la inconformidad social. Se protesta porque se sabe, se sabe lo qué es y lo que no es; se ha leído, se ha aprendido de otros.

La vitalidad de las nuevas generaciones debe de servir de alerta, como una llamada de atención a las autoridades, a los gobernantes si son inteligentes: cada día habrá más exigencia, más reclamo e incluso más rebeldía si no se le entiende pero más que nada si no se le habla con la verdad con un lenguaje sencillo.

Acá se ha puesto de relieve que los gobiernos debieran contratar correctores de texto, especializados, gente que sepa escribir y que sepa interpretar el verdadero sentido de las palabras, diferenciar las de los diccionarios de las de la Internet, que es el lenguaje de los jóvenes, así como de las que usa el pueblo; alguien que tenga muy presente a qué tipo de auditorio se dirige el mensaje para que se lo presente en su lenguaje. La comunicación, cuán importante es la comunicación, saberse dar a entender.


Y la palabra, el verso, se hizo carne y habitó entre nosotros, dice San Juan en el Evangelio. La palabra es el fin y el principio de todo. Hay de aquél que no lo entienda.