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Columnas y artículos de opinión
Espacio Ciudadano
… Y ya pasaron cinco décadas.
Jorge E. Lara de la Fraga
6 de diciembre de 2012
alcalorpolitico.com
“Gracias a la vida, que me ha dado tanto…” Violeta Parra

A 50 años de haber egresado de nuestra Benemérita y Centenaria Institución formadora de docentes, quisiera referirme de manera concisa a las dificultades materiales y económicas que muchos de nosotros confrontamos por esas épocas de los finales de los 50 y los inicios de los 60. Tanto los residentes u oriundos de la Ciudad Capital como los que llegamos a estudiar de otros lugares, éramos en buena proporción de la clase popular, miembros de hogares modestos. De manera tradicional los foráneos vivíamos en las denominadas casas de pupilos, donde nos atendían en lo concerniente a la alimentación y al hospedaje. Algunos sufríamos cuando llegaba el fin de mes y no aparecía a tiempo el dinero de nuestros padres de familia para pagar el servicio. Varios tuvimos que trabajar en nuestros tiempos libres para cubrir en parte ese compromiso o bien buscar opciones para economizar las mensualidades. Esa famosa “Facultad” de la calle Perú fue una solución para algunos de nosotros, quienes sólo buscamos que una buena persona nos atendiera en los alimentos y el sencillo inmueble, cercano a las rúas de Xicoténcatl y Guerrero, con chayotes y verduras para entretener el hambre, con energía eléctrica gratuita por decisión mayoritaria, así como con una regadera rústica de agua fría para fortalecer el ánimo, fue nuestra morada durante los últimos 15 meses de nuestra formación profesional.

Por esos años gloriosos estudiantiles participamos con entusiasmo en la sesiones de clase, en las actividades tecnológicas y culturales, en las competencias atléticas-deportivas, en las prácticas escolares y en las memorables Semanas del Estudiante. Por cierto que a nuestras prácticas docentes íbamos bien acicalados, tanto las mujeres como los hombres, pues más allá de nuestras carencias financieras se imponía el afán de servicio y la responsabilidad de cumplir bien con el cometido didáctico. En mi caso tenía siempre bien guardado un saco alcanforado que utilizaba para dicha ocasión y una corbata, a fin de no quedar en evidencia a los ojos del maestro Salvador Valencia o de los otros catedráticos de Técnica de la Enseñanza que supervisaban el desempeño de los normalistas en las escuelas primarias o jardines de niños de la localidad.

No cabe duda que nuestro entrañable colegio rebsameniano nos ofrendó las pautas o guías básicas para encauzarnos óptimamente en el desempeño profesional, dotándonos de herramientas psicopedagógicas, de hábitos y de actitudes para asumir con dignidad nuestro rol como educadores en ciernes. Cuando nos iniciamos en la labor magisterial, ya como egresados, cada uno de nosotros confrontamos retos y superamos obstáculos de diversa índole, desde preparar un bailable, como el de acondicionar a un grupo de niños para las competencias atléticas. Surgieron las exigencias para nosotros, los novatos, los primerizos, ya sea para implementar una poesía coral, intervenir en concursos de rondas o de juegos tradicionales, narrar cuentos con muñecos de guiñol, dirigir una dramatización, organizar una banda de guerra, disponer lo necesario para un desfile cívico-militar, operar como maestro de ceremonia, encabezar una comisión para solicitar una aula o ser el responsable del discurso oficial en las fiestas patrias. Es de suponerse que la mayoría sufrimos ante tales requerimientos, pero “nos crecimos al castigo” y procedimos en la medida de nuestras posibilidades.


Muchas anécdotas y recuerdos podrían aflorar de varios de los contemporáneos, con referencia a nuestra vida estudiantil y a los primeros años de la actividad magisterial, pues nuestra generación se proyectó polifacéticamente en diversos confines de la geografía veracruzana y abrevó enseñanzas significativas. Las circunstancias duras y contrastantes de la realidad fortalecieron los ideales humanísticos de ese conglomerado vigoroso y optimista de muchachos dispuestos a ofrecer lo mejor de si mismos.

Culmino con una reflexión que leí hace poco: Ante la interrogante, ¿Qué es morir bien?, se dice lo siguiente: “Es vivir hasta el último instante con plenitud, intensamente. Vivir más pero no en cuestión de tiempo, sino de calidad de vida: saludables, alegres, conscientes de ahora y del aquí… Muere quien repite todos los días los mismos proyectos, el que no se arriesga a vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce… Muere quien no viaja, quien no lee, quien no se emociona, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo… Muere lentamente quien destruye su amor propio. Quien no se deja ayudar y se pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante…” Compañeros, hay que seguir transitando el sendero con dignidad, superando con entereza los obstáculos cotidianos.

(Fragmento de mi intervención en el acto conmemorativo)