21 de diciembre de 2012
alcalorpolitico.com
El día pasó sin sorpresas. Despertamos, tomamos café en la cama, leímos, conversamos sin prisa, y recordamos que alguien dijo que según los mayas el mundo se iba a acabar a las diecisiete horas y once minutos según el meridiano de Greenwich.
A media mañana fuimos al mercado en busca de pato y de pollo, y chirivía (parsnip que le dicen en inglés, que es una zanahoria blanca, aromática y dulce y deliciosa cuando se hornea con romero y sal gruesa) y especias para el pato y ajos para el pollo, y tortillas y aguacates y frijoles y chiles para las tradicionales fajitas de Nochebuena.
Hice una sopa de col, coliflor, brócoli, jamón, elotitos y ejotes. Probamos un jerez de manzanilla y nos sentamos a esperar que se acabara el corrido, como habrían dicho los amigos de Parral. Pasó el tiempo. Decidí no hacer salsa.
A las diecisiete horas y diez minutos según el meridiano de Greenwich, que marca una barra de metal a mitad del suelo en una loma no muy lejos de aquí, abrí la puerta y salimos al patio. En el cielo había media Luna. Unos vecinos - estamos rodeados - habían llegado y otros habían salido. Hacía fresco.
Pasó un avión, luego otro. La media luna seguía en el cielo, y las nubes corrían y uno sentía que las estrellas se movían sin ir a ningún lado, pero el que ha mirado mucho tiempo las estrellas sabe que era una ilusión óptica y no el desorden frenético del final.
Oímos una sirena de policía. Vimos otro avión. En los árboles del vecino parpadeaban luces azules. A las dieciocho horas de Greenwich, mediodía de México, la sopa nos reanimó. Encendimos la televisión, nos servimos otra copa de vino. Como si fuera el fin del mundo.