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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
El fin de la razón
Rebeca Ramos Rella
28 de enero de 2013
alcalorpolitico.com
Qué afán de avivar la apatía y la desconfianza; decepción, hasta rechazo social. Qué necedad y qué necesidad de estrellar la frágil confianza ciudadana, la esperanza de cambios, contra un muralla de contradicciones y de suspicacias.

Qué ganas de estropear los avances y logros, porque los hay; pero quedan empañados o relegados, en el enfoque de la opinión pública y en la percepción social, por aquellos otros “tropiezos”, descuidos o decisiones sospechosas.

Por cualquier lado, en el análisis objetivo, queda manifiesta la reedición y en sus dos extremos, de la Razón de Estado, que está animando algunas decisiones, acciones y estrategias de gobierno.


Y no es extraño que suceda así. Fue Niccolo Macchiavelli, el padre del concepto y de la justificación de su uso, el propósito oportunamente provechoso, para ejercer, desde las alturas del mando, medidas extraordinarias, legales o no, éticas o no, legítimas o no, para garantizar la supremacía o la supervivencia saludable del Estado, por encima de los intereses y de los derechos individuales y generales.

La historia está plagada de determinaciones que por “Razón de Estado” se han practicado para legitimar un acto de gobierno; así en otras épocas y aún en la nuestra, los tiranos y dictadores; las élites políticas, las clases gobernantes, los neopopulistas, en el mundo, se han amparado, bajo el manto protector de este recurso, muy “maquiavélico” –en la acepción aguda y pragmática del término-, para resguardar inquebrantables y sólidas, a las instituciones del Estado; para sostener un grupo, partido o facción, en el poder público; para engendrar respaldo, imagen, margen de negociación, ventajas sobre contrarios; de plano, para salvar la permanencia del Estado, de las reglas imperantes, de la seguridad nacional, de las leyes que favorecen a quienes recurrirán a la Razón de Estado para tener el poder, frente a amenazas que lo o los debiliten o pretendan su derrocamiento.

Así, nunca sabremos quién ordenó el asesinato de Kennedy; pero sí porqué apresó y luego el gobierno sudafricano tuvo que liberar a Nelson Mandela tras 27 años de reclusión; así, nunca podremos entender el cruel exceso de lanzar bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, para doblegar al Imperio japonés y a las potencias del Eje, pero sí podemos comprender los porqués de las políticas de Perestroika y de la Glasnost, cuando la antigua URSS ya no podía sostener una escalada nuclear, sin el crecimiento económico que demandaba apertura.


Así, por Razón de Estado, los gobiernos de la Casa Blanca, toleraron y hasta complacieron a regímenes tiránicos y opresivos en Medio Oriente y a la vez, siguen consintiendo la ilegalidad represiva de la ocupación israelí en Palestina; pero recurrieron a la misma, cuando ya era imposible rescatar a Mubarak y a Ghaddafi y, aún no saben cómo aplicarla para el caso de Siria; pero violaron el espacio aéreo y territorial de Paquistán, para capturar y matar a Bin Laden.

Y para alentar el debate y la reflexión doméstica, así podríamos entender muchas de las decisiones del Salinato: por ejemplo el motivo de la caída del sistema electoral en 1988, para darle el triunfo; también del nacimiento de las llamadas “concertacesiones“ del salinismo, al entregar la primera gubernatura al PAN en Baja California, en 1989 y la de Guanajuato; otras razones, la reforma constitucional a los Artículos 130 y al 82.

Hasta se podría hablar de Razón de Estado, en referencia al complot contra Colosio y su asesinato y del de Ruiz Massieu, de los que nunca sabremos el fondo.


Como tampoco lo que animó al expresidente Zedillo, para dar el triunfo a Fox y luego a Cárdenas, cuando aún no se computaban ni el 20 % de casillas electorales. Asimismo, entra en este escenario, la determinación de Calderón por declarar la guerra frontal a los criminales organizados, aún sin una estrategia consensada y continuarla, a pesar de la condena social por la violencia y el miedo que han secuestrado calles, escuelas, personas, nuestra tranquilidad. Pero nadie se había decidido a enfrentar a los malos.

Y, si nos vamos muy atrás en la historia nacional, también podríamos balancear el análisis sobre las prioridades del Estado y del grupo en el poder, en ese momento y desmenuzar las Razones de Estado del dictador Porfirio Díaz, para conservarse más de 30 años en la Presidencia; la letanía de los asesinatos tras la Revolución: el de Zapata, Villa, Carranza, Obregón y la obligada decisión de Cárdenas para exiliar a Elías Calles. Y más al pasado, en la Razón de Estado hallamos la justificación de la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo, por el que el gobierno de México cedió la mitad del territorio a EUA, en 1848.

Para estos casos, huellas en la historia de México y del orbe, la opción de la Razón de Estado, tuvo un interés “superior”, pues lo sacrificios, los costos sociales, políticos, económicos, hasta los muertos, los atropellos legales, fueron privilegiados o desechables, en función de un imperativo, que en el corto, mediano o largo plazo, revelaron el origen de su pretensión.


En nuestros tiempos, antes y desde la inauguración del nuevo gobierno federal, las expectativas han sido muy altas, así como enorme, el beneficio de la duda de los antipriistas de hueso duro, que han esperado los errores, los titubeos y hasta el cinismo pragmático de la Razón de Estado, para descalificar o criticar; para aplaudir y consentir.

Lo cierto es que como nunca antes, está sobre el gobierno federal, el ojo escrutador de la sociedad, medios, círculos pensantes, adversarios e incluso de los países del orbe, dígase los socios, los amigos, los vecinos y los aliados, agrupados en esa magna lupa que observa y está particularmente pendiente de lo que sucede en México. Vaya. Son demasiadas voluntades a conquistar y convencer.

Y si la Razón de Estado sirve y se aplica para fortalecer legitimidad política y social o, para socavarla, si es lo requerido, en la mira de un objetivo supremo y distinto a lo política y socialmente aceptable, entonces se convierte en la clave indispensable para asegurar la gobernabilidad, la estabilidad social y económica y para afianzar, el reconocimiento y el apoyo internacional, que hoy, pesa como loza.


Porque la globalidad impone reglas, formas y decisiones a ejecutar en lo interno, en lo local y las tecnologías de la comunicación, esa democracia virtual, tiene voz, voto e inclina tendencia.

Entonces se hace imperativo cuidar el ángulo en el ágora cibernética por excelencia, para ganar solidaridad o para eludir la condena, aunque de la crítica y hasta de la ofensa, hoy nadie está exento.

La cuestión es recurrir a la Razón de Estado, que en lo inmediato, arroje una solución que en lo subsecuente, será beneficiosa, para el Estado, para el gobierno o para la elite en el poder.


Pero insisto, no siempre será popular, no siempre será comprendida ni abrigada en la ética o en la legalidad. Y en su fase extrema, podría ser la medida más populista, la más irreal y demagoga hasta el tope, sin posibilidad de cumplirse en su meta final.

Dos joyas, muy nuestras y muy recientes de la Razón de Estado; las más exitosas y aplaudidas: la aprobación de la Reforma Educativa, que devuelve al Estado la rectoría sobre la educación y abolla a la dictadura sindical y, la firma del Pacto por México, que sentó a los partidos y legisladores y lo reproducirá en órdenes de gobierno y Poderes del Estado, para hacer crecer a México desde bases de consenso.

Pero, la que desencanta y obnubila la razón de la otra Razón, es el dudoso manejo de la resolución final, tan turbio, como el procedimiento judicial, que puso en aprietos a la Suprema Corte de Justicia, que se vio en la obligación –o en el cumplimiento de la orden, en Razón de Estado- para liberar a la infame secuestradora francesa, bien identificada por sus víctimas, pero agredida por el sistema de justicia que en este país, ni administra ni procura con efectividad y transparencia.


Lo que desconcierta es el propósito final de una decisión que, por Razón de Estado, prevalece sobre el ánimo y la confianza ciudadana, incluso sobre la reputación fracturada del sistema nacional de justicia. No se trataba de una ciudadana estadunidense; tampoco alemana. No hallo el “fin que justifique los medios”.

Muy corto sería asentir que con esta decisión vendrán más franceses a visitarnos; ¿Son estratégicas esas inversiones y derrama? ¿Habrá algún pacto político de alianzas en foros internacionales que hayan exigido un cambalache de tal magnitud? Lo dudo. Francia es un país cercano en intercambios, pero no vital para nuestra economía en recuperación. Nos convienen más otros aliados en la Europa unitaria.

¿Hay una intención obsesiva por asentar en la opinión pública que hay “corregir” lo supuestamente mal hecho en el sexenio azul anterior? Muy maniqueo pensar así.


Lo grave es que se presuponga al mundo, que cualquier ciudadano extranjero pueda venir a México a violar leyes y paz social y salir libre, tanto por las fallas del sistema caduco y corrompido y además, gracias a una buena dosis de presión diplomática.

Que la división de Poderes sea efectiva; que se reformará al sistema de justicia; que mejorará la imagen de México, en el mundo, está por verse.

Lo que se ve, lo evidente, es el recurso, reciclar la Razón de Estado al estilo presidencialista; ese, desde mi óptica, es el fin de la Razón.


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