A la memoria de Israel García y Rafael de la Fuente

 

En alguna de las páginas de su Diario, el escritor William Deer escribió el siguiente texto: “De pronto, Francisco giró el volante bruscamente hacia la izquierda. Todo era un mareo. Asustado, le grité: “¡Estás loco!”, y aumentó la velocidad del auto que horas antes había rentado. “¿Loco? ¿Te das cuenta lo que significa no saber nada del tiempo?” “Sí”, contesté sin que me oyera, “morir”.

 

Y sí, cualquiera puede morir en un instante y ya no saber nada del tiempo, nada de nada. El último suspiro le pertenece a la muerte. Y eso asusta, sin duda. Como expresó el escritor ruso Solzhenitsin, no me asusta morir "un día", me asusta morir hoy. ¿Acaso no es así?

 

Caramba, no es nada fácil hablar de la muerte. Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos, dijera Carlos Fuentes, él que ya murió y ahora lo sentimos. Como sentimos la muerte de Israel García Sánchez y Rafael de la Fuente García. Como sentimos muchas muertes, tantas que dan ganas de cantar, tequila de por medio si llevan gusto, “no vale nada la vida, la vida no vale nada, comienza siempre llorando, y así llorando se acaba, por eso es que en este mundo la vida no vale nada”.

 

Dicen que morir es natural, es parte de la vida, nacemos para morir, vivimos para morir y bla, bla, bla... Ajá, pero lo que encabrona es morir por la estupidez humana –estupidez sale sobrando, como lo he dicho en otras ocasiones. ¿Cuántas muertes estúpidas no están ocurriendo en estos momentos en que escribo?

 

El filósofo griego Epicuro de Samos sostuvo que “la muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo”. Incluso Antonio Machado señaló que la muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos.

 

Vaya caminos intricados que tiene la muerte, y sin embargo tan simple que resulta puesto que todos vamos para allá.

 

El caso es que hay que vivir. Creo que fue Lord Byron quien dijo que es fácil morir por una mujer; lo difícil es vivir con ella. Y el irónico escritor Enrique Jardiel Poncela expresó que para encontrar gusto a la vida, no hay como morirse.

 

En fin, que como dice la canción, “el día que yo me muera, no voy a llevarme nada, hay que darle gusto al gusto, la vida pronto se acaba, lo que pasó en este mundo, nomás los recuerdos quedan, ya muerto voy a llevarme, nomás un puño de tierra…”

 

Y sí, como alguna vez lo escribí, es preferible pensar, con François Mauriac, que la muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo.

 

Porque no basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre, ¿o no, Stefan Zweig?

 

Y hablando de morirse, en estos días también murió el genial poeta Rubén Bonifaz Nuño. En su memoria, y en la memoria de los ya idos, les dejo este poema titulado “Qué fácil sería para esta mosca”: “Qué fácil sería para esta mosca,/ con cinco centímetros de vuelo/ razonable, hallar la salida./ Pude percibirla hace tiempo,/ cuando me distrajo el zumbido/ de su vuelo torpe./ Desde aquel momento la miro,/ y no hace otra cosa que achatarse/ los ojos, con todo su peso,/ contra el vidrio duro que no comprende./ En vano le abrí la ventana/ y traté de guiarla con la mano;/ no lo sabe, sigue combatiendo/ contra el aire inmóvil, intraspasable./ Casi con placer, he sentido/ que me voy muriendo; que mis asuntos/ no marchan muy bien, pero marchan;/ y que al fin y al cabo han de olvidarse./ Pero luego quise salir de todo,/ salirme de todo, ver, conocerme,/ y nada he podido; y he puesto/ la frente en el vidrio de mi ventana”.

 

Por lo pronto, ahí se ven.

 

Hasta la próxima