icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
La que se fue
Rebeca Ramos Rella
11 de febrero de 2013
alcalorpolitico.com
Ha dejado el cargo. Tiene 65 años y un coágulo en el cerebro. Ve doble; por eso, usa lentes especiales. Su rostro no ha conocido la vanidad del bisturí; cada arruga es rastro del esfuerzo de batallas ganadas y de la superación de las derrotas. Tampoco sucumbió a las tentaciones de la moda y diseñadores; pero su sonrisa siempre ha tenido el mismo carisma, desde sus años de Girl Scout y en la escuela, donde siempre destacó, en el cuadro de honor, en el periódico escolar y en el liderazgo estudiantil.

Es la mayor de tres hijos, así que no es extraño que en su vida, haya trabajado y se haya ganado el primer lugar en diversos espacios. A los 18 años entró al Wellesley College y optó por las ciencias políticas; al poco tiempo ya era la presidenta de la Asociación de Jóvenes Republicanos de ese colegio; dio su primer discurso en la Graduación; se llevó 7 minutos de aplausos de pie. Ya traía la vena del poder. Del poder para cambiar el entorno, abriendo brecha.

Así empezó Hillary Diane Rodham Clinton su extraordinaria carrera política, que nunca se ha salvado del prejuicio, de la misoginia, de la crítica despectiva, de la descalificación permanente, por muchos motivos y al final, por ninguno en verdad, que no sea el que niega y reniega de reconocerla como uno de los cerebros estrategas, más lúcidos y visionarios, en su país y a la vez, ser mujer y ser una, muy poderosa.


Su vida es fascinante. Está llena de causas, de lucha y de compromisos. Inició siendo republicana, pero en el camino la decepcionó el conservadurismo arcaico y racista, el lado más duro del excepcionalismo estadunidense del partido Republicano y se descubrió demócrata, liberal, una mujer de avanzada.

Abundan las anécdotas de Hillary, denunciando injusticias, medianidades, incongruencias ideológicas, abusos y proponiendo mejoras legales y sociales. Ahí donde a ella le ha parecido que las cosas deben cambiar, ahí ella ha combatido.

En la Universidad de Yale, siguió escribiendo sobre temas sociales y en particular, sobre la situación de los niños y sus derechos y de los inmigrantes y sus penurias jurídicas y de seguridad social. La apasionaba más la investigación del marco jurídico y la redacción sobre los temas sociales de los desfavorecidos, que las veces que negó casarse con quien finalmente la convenció. Y como a muchas mujeres enfocadas en su convicción y profesión, se vio en la disyuntiva de quedarse en Washington y edificar su ascenso al poder, como abogada en diversos Comités del Congreso y en su partido o simplemente atender a su corazón. En el fondo -ella confiesa- temía perder su identidad, a la sombra de su marido, quien hacía pininos en su propia aspiración. Así que firmó, pero conservó su apellido de soltera; siguió publicando sobre temas de familia, niños y mujeres y trabajando como abogada.


De ahí, vinieron muchas primeras posiciones: como una, de sólo dos mujeres catedráticas en la Universidad de Arkansas; fue la única mujer, en la Junta Directiva de la Corporación de Servicios Legales durante el gobierno de Carter; la primera socia de la prestigiada firma legal Rose Law y luego se convirtió en la Primera Dama de Arkansas; rompiendo moldes, participó a fondo en el diseño de programas y políticas públicas en educación.

Inquieta, decidida a trabajar más en favor de los niños y las mujeres, buscó la rendija y tuvo el poder para formar parte en las áreas jurídicas de las mesas directivas del Arkansas Children's Hospital; presidiendo el Children's Defense Fund; en la junta directiva de TCBY y en las Wal-Mart Stores, donde recurrió a presiones políticas, para que la cadena de tiendas adoptara prácticas más sustentables y para incluir a más mujeres en rangos gerenciales.


Logró encabezar la Comisión de Mujeres en la Profesión de la American Bar Association, donde introdujo la perspectiva de género en la abogacía para combatir las desigualdades. Así, se volvió una de las 100 abogadas más influyentes en su país.


Cuando llegó a la Casa Blanca, la opinión pública nacional la miró y conoció su apodo pernicioso: la “Lady Macbeth de Little Rock”. Para entonces, Hillary ya se había construido una imagen polémica, contrastante. Siempre dividiendo pasiones y apoyos, los sectores más conservadores la tachaban de ambiciosa, desconcertante, una mujer despiadada en la lucha por el poder; otros la amaban, la admiraban por su fortaleza, por su personalidad directa y sólida en defensa de los más vulnerables.

Creo que en verdad ella lograba confrontar doctrinas, costumbres, roles y lógicas según la visión de grupos, sectores sociales, económicos y políticos, sobre la participación de una mujer en política y sobre la capacidad de incidencia de la consorte del gobernante, en decisiones y acciones de Estado y de gobierno.

Hillary partió en dos simpatías y rechazo. Pero a todos constó que el poder del Presidente Clinton también descansó en el consejo y la opinión de su talentosa y aguda esposa.


Nadie pudo negarle sus atributos, sus logros. Fue la pionera Primera Dama con posgrado y la que ocupó una oficina en el Ala Este de la casona, -tradicionalmente la First Lady atiende desde el Ala Oeste-; puso y dispuso de posiciones para sus seguidores, recomendados y adeptos. El principal, su marido, quien no dudó en hacer campaña ofreciendo el ”Dos por uno”, provocando la molesta percepción ciudadana del co-gobierno o de la bi-presidencia. La pareja Presidencial “Billary”.

Atacada persistentemente por su autoría en el Plan de Asistencia de Salud, pero vencedora en el Programa de Seguro Médico para Niños del Estado, su participación y empuje en la campaña de inmunización nacional contra enfermedades infantiles y en la sensibilización a mujeres para realizarse mastografías tempranas, fueron notorios éxitos. Otros más fueron la creación de la Oficina de Violencia contra la Mujer en el Departamento de Justicia y su tenacidad para la aprobación de la Adoption and Safe Families Act, iniciativa que le significó en lo personal, una de sus grandes victorias.

Clinton recurrió a la inteligencia y experiencia de su esposa y la proyectó como una gran activista e interlocutora en política exterior. Batió el record. Visitó 79 países, donde llevó la conciliación y también la bandera de género, convicción que fue muy aplaudida durante la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing, donde Hillary exigió luchar contra la violencia contra las mujeres y sentenció: “ya no es aceptable discutir los derechos de la mujer de forma separada de los derechos humanos”.


Así denunció en cada tribuna el maltrato de los derechos de las mujeres afganas a manos del Talibán y la importancia de abrir espacios y reconocimiento para las mujeres que participan en política, por lo que aportó en la institucionalización de la organización feminista Voces Vitales, que apuntala el empoderamiento de las lideresas en procesos políticos mundiales.

Luego vino el escándalo “Whitewater”, donde se le acusó de conflicto de intereses, pero nadie pudo probar que la Primera Dama hubiera incurrido en delitos, al haber representado como abogada al banco frente a los reguladores nombrados por el Presidente. Los detractores y envidiosos de su dominio, escarbaron temas y conductas poco honestas en Hillary, pero ninguna evidencia fue suficiente para derrumbarla.

Fue la becaria la que tambaleó el poder y la consistencia de su matrimonio. Quizá, nada la empoderó más, que su entereza durante la traición del escándalo “Lewinsky”. Su reacción pública, ante la humillación, fue enaltecida. Hillary no sucumbió, ni permitió que el desliz y la indiscreción de su amado Bill, le arrebataran la postura inquebrantable que forjó desde joven. Afuera fue el peligro del perjurio del Presidente; en casa, la desconfianza y el dolor. Perdieron los que apostaron al divorcio.


Vino la suya y peleó y ganó, la nominación de su partido para un escaño en el Senado por Nueva York. Los ataques del 9/11 fueron marco para que ella resaltara en iniciativas y trabajo a favor de la salud de los socorristas y de la reconstrucción del WTC. Se posicionó como una Senadora poderosa, dinámica y a la avanzada en política exterior. Así apoyó la intervención militar en Afganistán; la resolución sobre la Guerra en Irak, pero apegada a las directriz del Consejo de Seguridad.

Pavimentó su segundo mandato en el Senado para situarse en la antesala de la candidatura a la Presidencia. La competencia contra Obama fue reñida. Las simpatías subían y bajaban. La sociedad estadunidense, que deambula entre el conservadurismo, el racismo y las tradiciones más tiesas y el liberalismo y la democracia a secas, se vio enfrentada ante la disyuntiva de votar por un hombre mestizo afroamericano o una mujer; ambos los primeros en su lucha, como nunca antes en la historia de su país.

Hillary demostró en campaña que había conjuntado todo para ser la primera Presidenta de EUA. Pero pesó más el prejuicio contra el género, que el racismo. Una vez más su reacción pública ante la derrota fue de entereza y de respaldo al candidato ganador. Al final, dijo: “Los dos amamos a este país”.


Una decisión estratégica de Obama, que a todo el mundo sorprendió, fue nombrarla Secretaria de Estado y más, que ella aceptara. Hillary ha sido la mejor jefa de la diplomacia que ha tenido EUA y la tercera mujer en el cargo, después de Madelaine Allbright y de Condolezza RIce.

La señora Clinton, en 4 años articuló el “power intelligent” con logros fundamentales globales; la obamista doctrina de política exterior, -menos garrote, más corresponsabilidad, más conciliación y menos imposición-, se distinguió por la firmeza tersa y apertura que su personalidad imprimió.

Visitó alrededor de 112 países; viajó más de 1 millón 174 mil kilómetros y participó en más de 600 cónclaves en la Casa Blanca.


Hillary tuvo que sortear desde su investidura, los efectos de la crisis financiera en el orbe; asumió la responsabilidad compartida de EUA en el incremento de la violencia por el crimen organizado en México y Centro y Sudamérica; lideró negociaciones y mediaciones estratégicas en Medio Oriente durante las revoluciones árabes, sin soslayar al aliado per sé en la región, Israel; articuló presencia y los intereses de su país, en la caída de Mubarak, en la de Gadaffi; en los procesos revolucionarios desatados en Jordania, Túnez, Argelia, Yemen; en la relación siempre escabrosa con Rusia, con China y en solidificar las alianzas convenientes con Europa y Japón.

En medio de la convulsión regional de la Primavera Árabe y del recrudecimiento latente por la guerra civil en Siria, muchas veces voló para encontrarse con los jeques, los monarcas, uno que otro presidente y dictadores del mundo árabe.

Tengo una imagen genial de ella: en un salón, escoltada por decenas de banderas, estaba Hillary sonriente vestida de azul, rodeada por hombres bigotones y ensabanados en blanco. Me pregunté: ¿Qué pensarán estos supremos machistas, estos líderes árabes de tener que reunirse y dialogar con una mujer, sobre política, guerra, paz e intereses comunes? Ni remedio.


El asesinato del Embajador estadunidense en Benghasi, Irak, la llevó a comparecer ante la comisión respectiva en el Congreso, para explicar los niveles de seguridad y la información preventiva de ataques, que pudo haber sido ignorada. No podía faltar en su desempeño, la veta polemista, la crítica, las ansias de arrinconar a esta extraordinaria mujer, mujer de poder.

La señora Clinton mostró además otras aptitudes. Fue extremadamente cuidadosa. En ningún momento robó cámara a su Jefe ni a la protagónica y muy popular señora Michelle Obama. Hizo su trabajo con precisión, con ingenio; utilizó su mejor oratoria y su mejor sonrisa para convencer y adherir.

Creo que en diversas ocasiones se le percibió congruente en sus posicionamientos y precisiones. Ni tan dura, ni tan suave. Una política que sabe escuchar y que acepta las coincidencias, repudia los excesos y abusos, pero prioriza los intereses nacionales de su país y de su supremacía.


Esta combatiente brillante salió de su oficina con el 61% de popularidad; 10 puntos más que su ex Jefe. Ella dice que ya no, pero la siguen candidateando para 2016.

Varias encuestas la posicionan con un 57% de aceptación. Alcanzó el 68% opiniones favorables a su labor diplomática.

El cansancio y la afección a su salud fueron evidentes tras 4 años muy efervescentes en el mundo. Pero si Obama algo le debe es su liderazgo global, el reconocimiento a su visión novedosa del excepcionalismo estadunidense, sin la arbitrariedad del pasado.


Y en un acto inusitado, en entrevista, el Presidente Obama, hizo a un lado el acaparamiento del reflector para él y para su esposa y aprovechó para expresar su gratitud a Hillary; su desconsuelo por no retenerla para el segundo mandato y su satisfacción por los éxitos y las victorias que le ganó, allende fronteras.

El futuro de Hillary es incierto. La especulación pulula. Analistas, políticos y sociedad no terminan por aceptar que ella haya decidido retirarse a la tranquilidad del hogar. Ésa, no sería ella.

La que se fue tiene pendiente una última cumbre que conquistar; otra primera silla para su colección: La Presidencia de Estados Unidos.


La cuestión es, si los estadunidenses y el establishment estarían en posición de apoyarla, de reconocerla, de consentirle a Hillary, de una vez por todas, lo que les ha costado tanto aceptar: que siendo una mujer de tal estatura política, sea la mejor opción. Otro cambio radical en su historia, en la historia del poder que tanto pelean, que tanto aseguran, que tanto defienden.

Es increíble, pero en la primera democracia del mundo, una mujer como Hillary Clinton aún no ha podido derrumbar esa muralla de prejuicios. Este es el reto. ¿Volverá?

[email protected]