icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Kairós
Eclesiarquismo: ecce homo
Francisco Montfort Guillén
26 de febrero de 2013
alcalorpolitico.com
 El azar, lo inesperado, la discontinuidad aparecieron en el seno de la institución pública prototipo de la previsibilidad, la estabilidad y el continuismo: la Santa Sede de la iglesia católica. El Vaticano es un Estado sin nación, pero de operación e influencia transnacional. Es un Estado globalizado ex-ante. Su poder es colectivo, social y su influencia más poderosa se extiende al interior de los individuos, no sólo de aquellas personas que profesan la religión católica, sino de todos aquellos que comparten los valores fundamentales de la cultura llamada occidental. De aquí que esta irregularidad representada por la renuncia al papado de Benedicto XVI tenga repercusiones en múltiple ámbitos de la vida religiosa de millones de personas, en la vida social de millares de comunidades, en la vida cultural de casi todo el mundo y de manera particular en la vida política del Estado Vaticano.

En el ámbito de la iglesia, la renuncia del Papa Benedicto XVI ha puesto en entredicho la Infalibilidad de la Iglesia manifestada en sus decisiones de los concilios. Cierto que el eclesiarquismo está sobre todo restringido a las decisiones referentes a las decisiones respecto de los dogmas y reformas de conductas. Pero también fue un Concilio el que decidió la entronización del Cardenal J. Ratzinger como autoridad absoluta del Estado Vaticano y la Iglesia Católica Romana. De esta fuente de legalidad y legitimación surge la haeccidad, el principio por el cual es posible que la esencia de la infalibilidad de Dios se corporice en el cuerpo individual del Papa. Y estos principios fueron cuestionados por la renuncia de Benedicto XVI:

La complejidad de la vida, con sus enormes contradicciones que se constituyen en los complementos indispensables para el fluir cotidiano del vivir de los hombres y los pueblos, arrojó a nuestra realidad al <hombre> por encima de los dogmas y la sacralidad. < He aquí el hombre > con una nueva corona de espinas que lo martirizan, y que tienen sumida a su reino de este mundo en una dura crisis. Enigma y desconcierto para sus creyentes, tal ves incluso pesar. Expectativas e intereses en lucha de los hombres del poder del Estado Vaticano y su Iglesia.


La tragedia del < hombre > Joseph Ratzinger crecía conforme constataba que ni la fuerza del eclesiarquismo ni sus grandes dotes personales e intelectuales eran suficientes para hacer frente a los profundos problemas y enormes intereses globales de su Estado. Vivió día tras día el desencanto del intelectual frente a la praxis. Sus dotes culturales e inteligencia privilegiada naufragaban en medio de problemas reales, propios de la condición humana. El reclamo que no pudo atender a cabalidad no está en la vigencia de las creencias y los valores supremos de su religión. Las demandas de sus feligreses, así como las críticas a sus sacerdotes en todos los niveles de jerárquicos, tienen que ver con las conductas de hombres y mujeres de carne y hueso, apremiados por sus fantasmas, por sus deseos reprimidos o liberados, por sus intereses económicos y políticos, por sus ambiciones de todo orden, por sus necesidades de vida espiritual y por el cumplimiento de las exigencias socio-culturales de una vida social ultramoderna que ha sido transformada de raíz por enormes exigencias de sobrevivencia y de realización personal de hombres y mujeres.

Las relaciones humanas se encaminan sobre nuevas exigencias bioéticas, sobre nuevas posibilidades de equidad entre hombres y mujeres, sobre nuevos requerimientos éticos sólidos en sus tratos comerciales y políticos. Sin duda la cuestión más importante se tiende sobre nuevas exigencias de espiritualidad para hacer frente a problemas reales de la vida cotidiana: enfrentar el consumismo, el desenfreno de la sexualidad violando las reglas morales y legales de convivencia, las aspiraciones y exigencias de la mujeres a una vida completa en dignidad y decoro, las necesarias protecciones de niños, jóvenes y ancianos, las condiciones de vida materiales desfavorables para las mayorías, la inseguridad para vivir sin amenazas de violencia extralegal.

El desencanto del intelectual en un Estado por demás singular fue resuelto, entre muchas otras razones, por una cuestión propia de un hombre de Estado, por un político. Es necesario introducir en el análisis la cuestión del egoísmo de los humanos en el mundo de la política. Para no ser más la sombra de Juan Pablo II, para evitar el espectáculo de la degradación humana a la que fue sometido su antecesor, para incidir seriamente sobre los factores de poder en su propia sucesión, para encarrilar un posible sucesor con las capacidades de gobierno que a él le hicieron falta, para evitar el vacío completo de poder que supone la muerte de un Papa, para trascender a los Papas anteriores y tener un lugar singular en la historia del papado también es necesario tratar de entender al <hombre>, el ser humano que es Joseph Ratzinger.


Con esta jugada inusitada abrió un escenario casi inédito en la historia del papado. Con este golpe de mano espectacular introduce la incertidumbre ahí donde lo previsible reina en los oscuros pasillos de San Pedro. Influye sobre los modos y términos del próximo Concilio. Si su jugada política la puede conducir hasta el final, tendrá un sucesor que haga frente al problema de fondo que él vio con claridad: cómo transformar a la Iglesia Católica para hacer frente a las demandas de nueva espiritualidad de las mayorías de las sociedades modernas, capitalistas, occidentales sin que esta transformación afecte la unidad de su Iglesia, sin que aparezca una dolorosa y peligrosa balcanización de este Estado transnacional, para hacer frente a una nueva expansión del Islam, o de iglesias oportunistas que ganen en el río revuelto de las exigencias de la sociedad contemporánea de una nueva vida ética y espiritual acorde a su desenvolvimiento cotidiano. Es en este contexto de fondo que deberán ser resueltos los problemas de las conductas sexuales de sus jerarquías sacerdotales, del manejo financiero de sus patrimonios, del papel de las mujeres en el seno de la iglesia católica, del nuevo equilibrio entre libertades y conservadurismo. Sin la dosis necesaria de egoísmo político, <este hombre> no hubiera podido luchar por sus ideales y sus propios intereses.