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Columnas y artículos de opinión
Prosa Aprisa
La clase política, en crisis
Arturo Reyes Isidoro
6 de marzo de 2013
alcalorpolitico.com
(¿Carlos Romero Deschamps dejará la dirigencia nacional del sindicato petrolero el próximo 18 de marzo antes de que lo echen? ¿Lo sustituirá el pozarricense Jorge Hernández Lira?)

Por supuesto, me estoy refiriendo a la clase política veracruzana, si es que todavía existe, o si es que todavía existe alguna.

Aquí he comentado en otras ocasiones que hubo un tiempo, en el siglo pasado, en que no sólo en Veracruz sino en todo el país, hablar de clase política era hablar de la veracruzana.


Esa clase política alcanzó su mayor esplendor cuando don Jesús Reyes Heroles llegó a la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRI.

Veracruz, su clase política encarnada en don Jesús, cimbró al país cuando en 1974 el ilustre tuxpeño echó abajo la candidatura al gobierno del estado de Manuel Carbonell de la Hoz, quien ya se había destapado sin que el entonces presidente Luis Echeverría chistara, o más bien dicho, con el consentimiento de éste pasándose por encima la decisión de la dirigencia nacional tricolor.

Pero don Jesús, el mayor ideólogo que ha tenido la Revolución hecha partido, fue más allá y se volvió el máximo referente de político priista, de peso, con autoridad moral, cuando en un célebre e histórico discurso en la conmemoración del LVIII aniversario de la Constitución, el 5 de febrero de 1975, con argumentos históricos, legales y políticos, echó abajo la aspiración de Echeverría, quien pretendía reelegirse en la Presidencia. En venganza, lo echó del partido a los pocos meses.


Eran tiempos en que cualquier delegado del Comité Ejecutivo Nacional del PRI quería, deseaba, se peleaba porque lo enviaran a Veracruz, a aprender de su clase política, como un signo de distinción. Era como venir a graduarse a la Harvard de la política mexicana.

Eran tiempos en que muchos jóvenes de todo el país querían venir a estudiar a la entonces famosa y prestigiosa Facultad de Leyes (de Derecho) de la Universidad Veracruzana, porque era entonces la mejor del país y una de las mejores de América Latina, pero también porque la veían, a falta de una Facultad de Ciencias Políticas, como un apéndice y formadora de la clase política veracruzana y mexicana. Juan José Rodríguez Prats, chiapaneco, fue uno de ellos.

Eran tiempos en que el gobierno federal y el gobierno central del Distrito Federal estaban llenos de veracruzanos; eran tiempos en que los mejores delegados priistas del país eran los veracruzanos.


¿Dónde quedó esa clase política veracruzana? ¿Dónde están sus herederos? Lo que queda, si es que queda algo, no es más que una caricatura, y muy mal hecha. ¿Cuándo se empezó a perder? ¿Por qué?

Un hecho indudable, cierto a todas luces, es que lo que queda de esa clase política, si es que queda algo, es que está en crisis, en grave crisis. Lo refleja el proceso electoral que renovará el Congreso local y los ayuntamientos. Hablo de los priistas, porque la tradición que hubo fue de ellos.

Basta repasar la nómina de quienes están perfilados para ser postulados como candidatos a presidentes municipales y a diputados locales en los principales municipios, y en los que no también, para corroborarlo.


No se trata de políticos de carrera, de los que se formaron desde jóvenes pintando bardas, colgando pasacalles, estandartes, lonas, organizando porras, haciendo talacha partidista, cargándole la maleta al “jefe”. Vamos, ni siquiera de políticos de menor peso o a quienes se intentó madurar a fuerza, como los famosos “jóvenes de la fidelidad”.

Ahora mismo, el PRI se dispone a postular a empresarios y a comunicadores, algunos que nunca antes figuraron en las filas tricolores ni en el escenario político estatal, quienes, sin que ellos se lo propusieran, han venido a desplazar a los que se consideran políticos de oficio, por exigencia y necesidad del Revolucionario Institucional que sólo ve en ellos la posibilidad de triunfar en las elecciones del próximo 7 de julio.

La prensa diaria ha venido repitiendo los nombres. Algunos de ellos, para dar una idea mejor, son Ricardo Ahued Bardahuil y David Velasco Chedraui en Xalapa, Gerardo Poo Gil, Tonatiuh Pola Estrada y Ana Guadalupe (Anilú) Ingram Vallines en Veracruz puerto, Sergio Pazos Navarrete en Boca del Río, Elvia Ruiz Cesareo y Juan Manuel Díez Francos en Orizaba, Gabriela Arango Gibb en Tuxpan, Mónica Robles de Hillman en Coatzacoalcos…


¿Por qué ellos? Sin duda, porque el ciudadano dejó de creer y le perdió la confianza al político tradicional, a los “grillos” que ahí andan y se aparecen en cada elección, a los jóvenes que aspiran pero que padecen de los graves vicios de sus mayores, a las mujeres que, con sus raras excepciones, participan también de la práctica política plagada de vicios, de abuso de poder, de corrupción, de impunidad, sin que alcen su voz para protestar.

Y de eso deja constancia el caso especial de Ahued Bardahuil. Hasta que participó y ganó la presidencia municipal de Xalapa, nunca antes militó siquiera en el PRI o en algún otro partido. No era un político tradicional ni profesional. Era un ciudadano al que un grupo de amigos y simpatizantes alentó para que intentara llegar a la alcaldía de la capital del estado, cansados como estaban de los tradicionales políticos priistas. Y ganó con 70 mil votos, históricos, sorprendentes (en el siglo pasado hubo algún candidato priista en Xalapa que sólo alcanzó 700 votos reales aunque como no había la oposición de ahora le inflaron la cifra para que no se viera feo) y no defraudó a quienes confiaron en él, al grado que luego no le regatearon el voto para convertirlo en diputado federal.

Ahued, si se recuerda, entre la media noche del 20 y el 21 de octubre de 2009 fue el único diputado federal priista veracruzano que se opuso al incremento del IVA (a 16%) que propuso el entonces presidente Felipe Calderón e incluso reprochó (La Jornada Veracruz del 14 de octubre de 2009) a sus compañeros que no obstante que su bandera electoral había sido la promesa de que no aprobarían tal incremento, lo hicieron. Ahued, como alcalde, tampoco se sometió a las exigencias monetarias del entonces secretario de Gobierno Reynaldo Escobar Pérez, lo que le valió que a partir de entonces lo combatiera.


Sin duda, por casos como ese, de un ciudadano metido a la política que cumple, es que ahora los prefieren los electores y rechazan a los tradicionales, a esa clase política, si así se le puede llamar, que está en crisis, en grave crisis. En el actual gobierno federal, salvo dos tecnócratas, no hay ningún político veracruzano. En el gobierno del Distrito Federal, sólo uno, de Catemaco, pero del PRD. En el CEN del PRI, salvo el senador Héctor Yunes Landa, como delegado en Baja California, nadie más.

Las recientes reformas a los documentos básicos del tricolor habrán de mandar a muchos de ellos, definitivamente, al panteón político. Ya no tienen nada que hacer en un escenario para el que no encajan. Están muy marcados.

Así, sin duda alguna, en Veracruz ha nacido una nueva clase política: la empresarial-ciudadana-de comunicadores.