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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
Nuevo presidencialismo
Rebeca Ramos Rella
11 de marzo de 2013
alcalorpolitico.com
Se han cumplido los primeros cien días del Gobierno de Enrique Peña Nieto. El Presidente ha presentado un balance de cambios, avances y logros y ha reiterado ejes y metas. Ha refrendado el compromiso de transformar a México y remacha, que esto, es construcción de todos; en corresponsabilidad.

Sin desdeñar otras decisiones, de entre lo remarcable, estos poco más de 3 meses serán recordados por tres decisiones de Estado; acciones contundentes de gobierno y de alta política, que marcan el periodo de arranque: la firma de los 95 compromisos del Pacto por México, a manos del PAN, PRI y PRD y el Gobierno Federal; la detención y proceso judicial de Elba Esther Gordillo y los acuerdos de la XXI Asamblea Nacional del PRI.

Analistas y especialistas no cesan de desmenuzar el significado de los acuerdos y cambios, que el PRI ha logrado en su vida interna. Una nueva vida, en este nuevo gobierno.


La realidad es que para entender al PRI hay que ser priista o haberlo sido y haber conocido, aceptado y concebido, artes y reglas que habitan en las entrañas del sistema político y del régimen, que creó el gran partido; porque ha sido el PRI el padre del Presidencialismo arcaico y también del moderno; del autoritario y del reformista; del hegemónico y del ahora, en ruta de aspiración más democrática, desde dentro y hacia afuera.

Mientras el PAN no logra reajustarse a su situación política nacional, donde no ubica el sendero de definición como oposición compacta y alienada y, sufre la desbandada de la decepción, al grado de no juntar quórum para la realización de su Consejo Nacional; en tanto el PRD en ansiedad frenética conocida, intenta reagruparse tras la otra desbandada de “los morenos” y, no sorprende con sus usuales contradicciones tribales, que le han impedido forjarse como una organización unida y disciplinada, el PRI no sólo resurge, sino que se renueva.

Tras 12 años de Presidencialismo medroso, acotado, temeroso de parecerse al viejo PRI y de reproducir la maldición de la arbitrariedad y verticalidad empolvadas, del partidazo derrotado en 2000; tras dos sexenios de un Presidencialismo, antes criticado desde la oposición, pero falto de sustento fuerte en el Congreso, siendo ya gobierno de otro color; en un primer tiempo, muy improvisado e ignorante en la gestión pública y en el segundo tiempo, carente de equipo profesionalizado en la administración del poder, el PRI supera el precipicio de la regresión autoritaria y decide fortalecer al Presidente y al Presidencialismo, apellidándolo ahora como Democrático.


La XXI Asamblea Nacional del PRI, se erigió como el puente de transición de aquello que en su tiempo, se etiquetó como la “Presidencia Imperial” de Krauze; como la “Dictadura Perfecta” de Vargas Llosa, como el gobierno de “partido hegemónico” y del super o “suprapresidencialismo” de Sartori, a la Presidencia Democrática de Peña Nieto, que cambia su faz y su andamiaje, para transformar la historia o, por lo menos, para encaminarse a ese propósito.

Y frente a la debilidad, desasosiego, división, confusión, fracturas y enfrentamientos en la izquierda y en la derecha, el PRI se legitima más allá de las urnas, a partir de las modificaciones en sus documentos internos; desde las acciones, logros y manotazos del Gobierno Federal priista en sus primeros 100 días, en la única opción viable, confiable, certera, unida y articulada para gobernar a México.

La sana distancia se ha terminado. El prejuicio simulador de mostrar a un Presidente alejado del PRI, para ocultar su absoluto poder real, en decisiones internas, ha desaparecido. Se ha entronado al Presidente de la República, abiertamente, públicamente, legalmente como siempre lo fue antes del barranco del 2000, como el gran elector, el único líder, como el artífice de lo que el partido será, hará, propondrá, operará.


Se ha consumado lo que Aguilar Camín en algún momento analizó: El país necesita volver a un Presidencialismo fuerte, pero democrático. Si el PAN arrebató al PRI la Presidencia, no pudo transformar al sistema ni al régimen. Ni Fox ni Calderón redefinieron el rostro del poder en México durante sus sexenios. Al final, ese partido, no convenció.

Las reformas, los nuevos caminos, los tendría que repavimentar el PRI; pero antes, como bien lo sentenció el Presidente Peña, había que empezar desde casa. Y omitió afirmar que para ello, se requería un liderazgo priista que aglutinara, que conquistara voluntades, intereses y posturas al interior.

Y no fue Salinas, el príncipe temido, el genio maléfico. Pudo ser Colosio, pero lo mataron. De ahí, ni Labastida ni Madrazo lo lograron. Menos los dirigentes nacionales anteriores; ningún gobernador; ni siquiera el reconfigurado reformista, Manlio Fabio Beltrones.


Peña Nieto lo ha conseguido. Si la Asamblea Nacional, su escenografía y movimiento rememoró un tanto el modelo del pasado, el fondo fue la diferencia. Lo que se vivió en mesas de trabajo y consulta durante meses y confluyó en el Centro Banamex, fue la actualización del PRI, al México distinto que hoy gobierna en mayoría.

Si los alaridos de cambio, desde sus entrañas, fueron callados y apagados con la amenaza, el señalamiento, el hueso, el puesto y el chantaje de otros tiempos, hoy no quedó otra que hacerlos realidad en las determinaciones y sobre todo, en el acuerdo interno colectivo.

Sorprendía observar a los antiguos políticos, a célebres y a otros no tanto, miembros de la nomenclatura en pleno, revestidos de modernizadores democráticos; daba satisfacción presenciar que ahora sí, el PRI estaba optando por revivificarse desde sus cimientos.


Y como usualmente sucede, la excelente oratoria del Presidente retumbó en las grietas de los vicios y mañas, de los excesos y complicidades, de la vena de esa cultura política tan distintiva y acendrada en este sistema y este régimen, perpetuada desde que en 1929, se institucionalizó la Revolución.

La única cultura política que conocemos, las únicas formas, conductas, señales y acomodos que hemos concebido, ahí desde el origen, estaban recibiendo un “make over” total. Los mitos y prejuicios históricos tenían que superarse como el país demanda crecer y modernizarse. Y para eso el Presidencialismo mexicano, que abarca sistema, régimen, partidos, participación ciudadana, equilibrios y correlación de fuerzas, mensajes, acciones y operaciones, estrategias y objetivos, ha tenido que modificar sus parámetros desde la raíz.

Peña llamó obsoleto y dogmático al pasado priista. Y pidió entender el cambio sustancial del presente.


Aplaudió la aceptación de las propuestas que permearon en mesas de debate por todo el país. No más candados para ser candidatos a puestos de representación popular –incluyen a gobernadores y Presidente de la República-; no más opacidades ni sospechas en las cuentas del partido, ni gestiones de gobierno; por eso, subrayó la creación de la Unidad de Transparencia y Acceso a la Información del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, como una de las innovaciones. El PRI se auto-auditará y será una ventana diáfana para la consulta ciudadana.

No hay “intereses intocables”, espetó. El recién erigido Presidente de la Comisión Política Permanente, - la cúpula decisoria- tomó el mando y se las sentenció, con la entre línea: Si no son éticos, honestos y responsables en sus encargos públicos, no habrá salvación. Para ejemplo, todos supieron a quienes podía referirse.

Y redefinió al PRI en fase pragmática, para “mejorar la calidad de vida de los mexicanos”; lo que se leyó como la sepultura de los asuntos tabú y, como el banderazo a las iniciativas de reformas constitucionales, la hacendaria y la energética, para apoyar al IVA generalizado y a la apertura de más inversión extranjera en PEMEX.


El Presidente recalcó que su gobierno será la referencia desde la Presidencia Democrática, legal y resolutiva en hechos, para que estos cambios se logren y convocó a sus correligionarios a seguirlo en esa nueva etapa.

Los exhortó a demostrar que hay una nueva generación de priistas. Quizá quería terminar diciendo que el PRI será la generación del cambio, la generación del SÍ, a las reformas; sí a la legalidad y transparencia; sí a la buena gestión de gobierno; sí a vencer en elecciones sin uso de recursos y programas sociales; sí a trabajar en serio y por convicción, para servir al país.

En verdad, las palabras de Peña estremecieron conciencias y enfatizaron en el rechazo a la mancha que conductas arbitrarias y deshonestas pudieran infligir al partido y a su gobierno. La victoria de su liderazgo, fue agruparlos en esta nueva doctrina.


El Presidente quiso dejar claro a la sociedad, a sus adversarios, a los desconfiados, que bajo su mandato, el PRI no volverá al redil de la prehistoria con todos los desenfrenos y libertinajes que aquello significa y que, si alguien o algunos grupos o facciones, pretendieran insistir en esas mañas, no las tolerará.

Es posible que estemos viendo los rasgos de un Nuevo Presidencialismo, al estilo de un PRI rejuvenecido. Esa es la consigna y el fin.

La cuestión es cómo renovarán el disco duro los políticos, los líderes, gobernantes, representantes, militantes y dirigentes priistas. Cómo, por dónde, actualizarán sus archivos de actitudes, tácticas, formas y preconcepciones arcaicas, antiguas y taladradas por décadas, para conducirse diferente al pasado y al mismo presente, que en muchos municipios y estados aún se expresa tan vital.


Cómo cambiarán su manera de hacer política, de gobernar, de convencer, de vencer, de acordar, de negociar, de sobrevivir, de servir, de atender y resolver, desde sus espacios de dominio o de batalla. Quizá lo que faltó en la Asamblea Nacional, fue diseñar una especie de nuevo manual del priista moderno; un cuadernillo de principios, ética y valores, los mandamientos del nuevo PRI.

Las acciones y decisiones del Presidente darán rumbo y sentido a esas modificaciones muy individuales, que todos los priistas, desde los más modestos hasta los más encumbrados, habrán de acatar, en sus trincheras. Y Peña lo sabe, por eso les leyó la cartilla otra vez.

Lo cierto es que el proceso de transformación del PRI ya inició. La reconfiguración del sistema político ya despegó con el Pacto por México. Los priistas habrán de adaptarse, los viejos, los maduros y los jóvenes, que se han instruido en el Presidencialismo anquilosado y después en el acotado, tienen que ponerse la pila de la renovación.


Se espera que el Nuevo Presidencialismo fuerte y democrático, amparado en la ley y en la congruencia del compromiso y del acuerdo plural, no trastabille en los mismos vicios que se empeña en abandonar.

El renovado PRI “acompañará” al Presidente en su gobierno; se entiende que el PRI impulsará el cambio prometido, con una buena dosis de control y mando, desde el Gobierno Federal, el Congreso, los estados y municipios y Cámaras locales donde es mayoría. Control y mando, articulados con el ideario peñista y lo que será el Plan Nacional de Desarrollo. El orden, algo que se añoró 12 años, en este país.

El riesgo será sucumbir en el exceso de mando; en el síndrome de los “supermexicanos”, esos soberbios y mareados, apodados así por Federico Reyes Heroles; esos poderosos y los arrogantes que han aprendido lo peor de la cultura autoritaria, discriminatoria y malinchista. Esos “supermexicanos” que se cuentan desde la dictadora millonaria encarcelada hasta las ladies de Polanco o el junior engreído o el microbusero montonero. Es la raja que todos los mexicanos tenemos, las ínfulas de una superioridad absurda, ignorante y prepotente, gracias a la cultura del sistema social y político, el del Tlatoanismo, persistente en nuestra vida cotidiana.


Ojalá se supere esa concepción vertical, excluyente y arbitraria.

El reto es hacer crecer y sostener este Nuevo Presidencialismo, sano, sólido y vigoroso; inmune al despótico, corrupto, impune y desmoralizante, que México ya no necesita.

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