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Columnas y artículos de opinión
Prosa Aprisa
Un típico día jarocho
Arturo Reyes Isidoro
18 de marzo de 2013
alcalorpolitico.com
Que si patatín o que si patatán. Que si hay guardias comunitarias o no. Que la violencia y la inseguridad. Declaraciones, aclaraciones, conferencias de prensas explicativas. Enojos. En fin.
 
Creo que Veracruz, el estado, no es ni puede ser una ínsula. De que hay violencia, ni quien lo dude, aunque no trascienda. Que hay inseguridad, siempre la ha habido, antes, de la delincuencia común y ahora ésa más la de la delincuencia organizada. De que hay guardias comunitarias, a lo mejor no las hay de pleno aunque podría caber la posibilidad de que, en efecto, hubiera brotes, intentos, pues creo que si la propia población pudiera organizarse, armarse y cuidarse a sí misma, lo haría. Nadie se quiere a sí mismo como uno mismo.
 
Pienso, sin embargo, que Veracruz, no obstante todo, por fortuna no vive la situación de otras entidades del país. No tenemos la vida pública y en especial la educativa desquiciada como la han tenido en Oaxaca varias semanas por paros y protestas de maestros. No vivimos la situación de Guerrero, Oaxaca o Michoacán donde, ahí sí, comunidades enteras se armaron de valor y de armas rústicas y se constituyeron en su propia policía ante la evidente incapacidad de las autoridades para garantizarles su seguridad, lo que aprovechó la delincuencia organizada para infiltrarse. Nada de eso tenemos y vivimos en el estado, por fortuna.
 
Sería una mezquindad y una injusticia también no reconocer el trabajo que hacen las autoridades en sus tres niveles de gobierno para tratar de que vivamos en la normalidad, con paz social y seguridad. Creo que ahora, ya con el gobierno de Enrique Peña Nieto, el trabajo de Javier Duarte de Ochoa se fortalecerá y tendremos mejores niveles de seguridad, lo que se deberá traducir necesariamente, esperemos, en tranquilidad.
 
Es cierto, siempre hay la posibilidad de ver el vaso medio lleno o medio vacío, según la actitud personal de cada quien. Pero hay hechos incontrovertibles que, a mi juicio, no se deben ignorar y que nos ayudan a ubicarnos sobre cómo vamos o cómo estamos.
 
Cada que puedo dejo Xalapa y me voy los fines de semana al bendito puerto jarocho. Me lleva el deseo, la necesidad de divertirme, de bailar, cantar, tocar música, olvidarme, así sea por unas horas, de los problemas cotidianos, salir de la rutina, dejar el encajonamiento mental en que caigo involuntariamente por estarme ocupando de los políticos y sus cosas –saber que sea Pedro o Juan el candidato, que se estén dando hasta con la cubeta adentro del gobierno aunque lo nieguen o aunque no les gusta que se diga, si cambian a algún funcionario o quién lo sucede porque, a final de cuentas, no veo ningún beneficio para el pueblo, en fin–. Voy al puerto porque encuentro un ambiente propicio para disfrutar.
 
En el puerto, más que en cualquier declaración, que en cualquier boletín de prensa, veo el mejor reflejo de que una buena parte de la población vive su vida con toda normalidad, con tranquilidad, con alegría, sin duda garantizado todo por la seguridad de que gozan.
 
En un típico día jarocho de fin de semana, voy al medio día al tradicional Río de la Plata, donde se tiene que pasar a comer la famosa ensalada de caracol. Todo es bullicio. Los bullangueros jarochos disfrutan sin ninguna preocupación. Me gusta el ambiente y me contagia.
 
Más tarde, por ejemplo, en la casa particular del profesor José Berber Solís, una institución en el puerto pues fue maestro de natación de más de medio mundo, hombre respetado, querido, se reúnen a comer los amigos, los de la peña del café, los de la peña del dominó, los de la peña del bar, profesionistas muchos, hombres de mar, de negocios. Los festines son un verdadero agasajo. Llegan amigos de Tabasco, llega toda la dirigencia petrolera de Las Choapas, de donde es oriundo el anfitrión. Invitan a amigos de Xalapa. Son tardes inolvidables acariciadas por la fresca brisa del mar y amenizadas por un grupo de soneros. Ahí no se habla de política, ni de gobierno, ni de inseguridad, ni de candidatos. Ahí se vive la vida como Dios manda, o quizá mejor que como Dios manda.
 
Al caer la tarde, en el bar Los Amigos, en pleno centro histórico, religiosamente viernes y sábado se reúnen familias enteras, matrimonios, amigos de la vieja guardia, hombres y mujeres solteros, típicos veracruzanos fieles a sus tradiciones, bailadores de boleros, de son, de salsa, de verdadero abolengo. Casi es un club de la tercera y de la cuarta y de la quinta edad, personas adultas, mayores, que se sobreponen con una gran alegría a sus dolencias, a sus enfermedades, a sus penas. Son gente respetada del puerto, muchos de ellos profesionistas que hacen de la fiesta una forma de vivir. Ahí lo menos que les interesa es quién va a ser el candidato o qué partido va a ganar. Viven para vivir con mucha alegría. Con ellos disfrutamos lo es que vivir sin sobresaltos. ¿Inseguridad? Ninguna. Desde por la tarde hasta la media noche vivimos una jornada plena de alegría como sólo en el puerto se puede vivir. Más, ver bailar salsa al “sobrino” –así me lo han presentado– a sus 83 años de edad, un hombre alto pero encorvado ya por el peso de los años, con claras muestras de artritis en las manos, o al Wama (así se le conoce), a sus 82, es espolearnos para saber que tenemos toda una vida por delante si no queremos que nada nos derrote. Y si alguien piensa que se necesita dinero para divertirse, se equivoca. Hay quien se la pasa toda la tarde-noche con un refresco o las señoras con una copa de vino o con un “periquito” que no es más que la mitad de una ración de whisky con agua.
 
Y ya si se quiere, remata uno en el bar del hotel Diligencias. Qué ambiente. Qué bullicio. Cuánta diversión. El público ya es más joven. Es otro nivel. Igual, departen familias, amigos, conocidos Mucha gente del puerto (este fin de semana me dio gusto saludar ahí a Aracely “Cheli” Baizábal, conductora estelar de uno de los noticiarios de Telever) que prácticamente amanece, que canta a coro con excelente cantantes jóvenes de grupos que ahí actúan o que, igual, entre mesas y sillas bailan salsa, merengue, son.
 
Sí, sin duda Veracruz tiene problemas. Pero compruebo que también hay otro Veracruz que, creo y espero no equivocarme, es el de la mayoría, que ha recuperado su vida normal y que vive con tranquilidad garantizada por su seguridad, la que le brindan sus instituciones.